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Vergüenza y futuro

Federico Reyes Heroles

Algo no cuadra en la ecuación. La defensa del pasado sólo cobra sentido si hay algo en él que fue superior al presente. En lo general la hipótesis es poco probable. En 1810 a México lo habitaban alrededor de 6 millones de personas. En 1910 éramos 15 millones. Para 2010 se calcula que seremos alrededor de 108. Hoy vivimos en México muchos más mexicanos, la gran mayoría vive mejor que hace un siglo o medio siglo. La pérdida está en los migrantes. La población urbana ronda los 65 millones. Un 97% cuenta con electricidad. En 1810 sólo 0.6% de la población estaba alfabetizada; para 2005 era el 91.6%. En 1907 existían 74 escuelas de educación superior. Un siglo después eran 3 mil 300. Para 1800 el ingreso per cápita se calculó en 73 dólares. En 1910 era de 132 dólares. Hoy rondamos los 8 mil. Así ocurre en casi todos los rubros. Salud, comunicaciones, transportes, producción artística. Quizá lo único en que hemos retrocedido sea en el de medio ambiente.

Algo no cuadra en la ecuación. La defensa del pasado por sí mismo no es ni progresista ni nacionalista. No es progresista porque a pesar de todos los avances el país necesita más cambios. Los pobres -25 millones incluidos 13 de pobres extremos- son motivo suficiente para concluir que estamos haciendo mal. Los conservadores de hoy son los que se oponen a los cambios que México exige por los muchos pobres que todavía tenemos. Los errores no son sólo imputables a un gobernante o a un partido. Si bien la alternancia en el Ejecutivo Federal es reciente, la pluralidad lleva décadas. Hay un sedimento cultural que cruza las fronteras de los partidos.

Mitificación del pasado.- Nuestro pasado, en lo general, y el precolombino en particular, no fue tan glorioso como lo presentamos ahora. La paradoja es dolorosa. Entre más lejano mejor es comparativamente hablando. Entre más cercano mayor el desfase. Mil años antes de Cristo nuestras culturas originales podían carearse con cualquiera. En el siglo XV el asunto resulta un poco incómodo. Simplemente pensemos en la Venecia renacentista. Esa mitificación del pasado nos condujo a una actitud de soberbia.

Desprecio por el futuro.- En México hay una escasez brutal de especialistas en prospectiva, prospectiva educativa, en infraestructura, energética, lo que sea. Construir el futuro requiere, es cierto, de una dosis de imaginación, pero sobretodo requiere información sistemática y proyecciones serias. Me puede fallar la memoria pero el único centro de prospectiva nacional es el Javier Barros Sierra que no pinta demasiado. La muestra más dramática está en nuestros museos. Abundan los museos sobre nuestro pasado glorioso. Los tecnológicos y científicos siguen siendo excepcionales.

Egocentrismo.- Esa mitificación del pasado y el desprecio por el futuro provocaron una cerrazón hacia el mundo. Las comparaciones nos molestan porque creemos que México siempre deberá tener una ruta propia. De nuevo el ego al centro. Ese no es un objetivo en sí mismo. Francia, con 60 millones de habitantes, cuenta con 58 plantas nucleares. México con más de 105 millones cuenta con una. Seguro los franceses están equivocados, por eso tienen un ingreso per cápita casi cuatro veces superior al nuestro. Aquí algunos se desgarran las vestimentas por simplemente explorar nuevas rutas para capitalizar la empresa estatal petrolera. En otros países ya están pensando en el siglo XXII.

Autocomplacencia.- Esa cerrazón nos llevó a ser poco exigentes con nosotros mismos. Los parámetros no existían. Los mexicanos no teníamos por que sufrir la vejación de compararnos. Si de afuera nos comparaban era una agresión; si de adentro alguien osaba tal ejercicio equivalía a ser un traidor. Pero por fortuna la globalización se nos vino encima y la autocomplacencia entró en crisis. Hoy ya no sólo nos comparamos con los más pobres, tenemos que hacerlo con los ricos. Por eso el asunto se puso complicado. Ya no tenemos para dónde hacernos. Muchos países crecen más, acaban con la pobreza más rápido y nos avergüenzan. Que bueno, por lo menos podemos avergonzarnos. Pero no basta.

Cosecha rápida.- Al mitificar el pasado, al despreciar el futuro, al caer en la plácida complacencia embriagada de presente, cancelamos la posibilidad de pensar y actuar en el largo plazo. Allí la cosecha no es nunca rápida, pero hay cosecha. Recientemente visité el Tren Suburbano que aligerará la vida a más de un cuarto de millón de mexicanos todos los días, aumentará la productividad y disminuirá la contaminación. Se dice fácil, pero es un proyecto de alrededor de mil millones de dólares, con años de discusión atrás, que se inició en la gestión de Fox, que Calderón cosechó y que deberá ser continuado en beneficio de los mexicanos. No hay cosecha rápida que sea importante. Junto a Buenavista de donde parte el tren, está un monumento al absurdo: la mega biblioteca Vasconcelos, cerrada e inoperable. Esa sí la inauguró Fox.

¿Por qué tenemos miedo a pensar en el futuro con seriedad? ¿Por qué somos incapaces de discutir el mañana sin invocar como limitante el pasado? ¿De verdad venimos del Edén? La comparación incómoda pero ha sido un espléndido acicate a la plácida conciencia nacional. México se merece un mejor futuro y buena parte de la responsabilidad radica en nosotros. Dejemos de culpar a fantasmas. Hay de dos: los que viven del pasado y ese pasado es lo suficientemente poderoso para olvidarse de los pobres y los que sienten vergüenza de esa pobreza y mejor piensan en cómo construir un futuro mejor. Prefiero la vergüenza, prefiero el futuro.

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