Éramos muchos y parió la abuela. Algo así han de estar pensando en los cuarteles de campaña de John McCain… si es que todavía queda alguien en esos aposentos.
Y es que el esfuerzo realizado por el senador por Arizona para proyectar una imagen presidenciable que atrajera a los indecisos e independientes había tenido, hasta la semana pasada, muy pobres resultados. En buena medida muchos se lo achacaban a su selección de compañera de fórmula. La candidatura a la Vicepresidencia de Sarah Palin, que en un principio había suscitado mucho entusiasmo (al menos en el campo republicano y conservador) se empezaba a convertir en un lastre.
Ello, porque la señora Palin comenzó a enseñar gacho el cobre, mostrando su completa ignorancia en asuntos internacionales; haciéndose la graciosa cuando lo que correspondía era la seriedad; presentándose ante auditorios favorables con expresiones como “Me da gusto hallarme entre pro-americanos” (o sea, los demás son traidores); y dando opiniones de una derecha tan extrema que, hasta a conservadores más moderados les parecieron sumamente impropias.
Si a eso le sumamos los videos de sus mocedades en traje de baño, y las fotos en que posa orgullosa junto a un pobre alce que acaba de cazar, digamos que la señora Palin no hizo sino restarle puntos a un McCain que ya de por sí no las traía todas consigo por sí mismo.
Pero durante la semana pasada parece que sonó el último clavo en el ataúd del exiguo capital político de la candidata a la Vicepresidencia. Y es que resulta que, para ajuararse adecuadamente para la ardua campaña, la señora Palin se gastó 150,000 dólares en garritas. Ello, en medio de la peor crisis económica del último medio siglo, y cuando miles de obreros despedidos (o con trabajo, total) batallarán horrores para que no les quiten la casa que no han terminado de pagar.
Hasta eso, no se trata de fondos públicos. El dinero salió de los cofres del Partido Republicano. Pero no pocos donantes de buena fe se cuestionan por qué los cien o doscientos dólares que contribuyeron para la campaña terminaron pagando trapos carísimos para una exconcursante de belleza. Que ni siquiera ganó, además.
McCain trató de minimizar el asunto, diciendo que había cosas más importantes de qué hablar que no fueran blusas y faldas. Pero el daño ya está hecho: la señora Palin queda no sólo como una palurda montañesa y fanática; sino como una insensible que, dada la oportunidad, se pone a gastar dinero ajeno a manos llenas y en frivolidades. Si de por sí la opción de McCain parecía cada vez más desatinada, ahora sí que, a una semana de la elección, vemos que fue un muy efectivo y certero balazo en el pie.