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Vida de perros

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Hace algunos años, el Museo de la Civilización de Montreal, Canadá, montó una exposición referida al mejor amigo del hombre. El cartelón de promoción que conservo (mejor dicho, conserva mi hija como póster) es muy significativo: un perro afgano (o uno de ésos de hocico alargado) tomando un exuberante baño de burbujas en una tina de lujo, acompañado de la leyenda: “¡Qué vida de perro!” Y sí: aunque la expresión “llevar una vida de perro” suele connotar el no pasársela nada bien, la realidad es que muchos canes llevan una existencia francamente envidiable. A los firuláis que un servidor ha tenido como mascotas, como la mayoría que conoce con ese estatus, la verdad, no les ha ido nada mal: dejan transcurrir el tiempo echados muy a gusto, tienen el sustento asegurado, los humanos se convierten en sus preparadores físicos personales, no sufren carencia ni molestia alguna, y visitan al veterinario para sus chequeos y vacunas en más ocasiones que los dueños van al doctor para ver cómo anda la próstata. Y todo lo que hacen a cambio es mover la cola. Eso sí, con particular gusto, contento y sinceridad. Pero, la verdad, habiendo visto lo que he visto en esta vida, en la próxima quiero reencarnar en cocker spaniel. O en labrador, ya de perdido, aunque ésos tienen la propensión a babear todo lo situado a diez metros a la redonda y comerse los cables de Internet. En todo caso, espero que mi karma dé para regresar como parte de la especie canina.

Las anteriores reflexiones tienen que ver con una noticia de la semana anterior. Y es que unos chismosos filtraron la noticia de que la herencia de la millonaria Leona Helmsley, valuada en entre 5 y 7 mil millones de dólares, había sido destinada a la beneficencia de… los perros. Eso, aparte de los 12 millones que le destinó a su caniche favorito, de nombre Trouble… el cual tiene que andar con guarura, dado que ha recibido amenazas contra su perra vida.

La señora Helmsley, muerta hace tres años, era famosa por la despótica forma en que trataba a sus empleados, y lo poco que estimaba al género humano… por lo que destinar su fortuna a otra especie no suena tan fuera de carácter. Y claro, cada quién sabe a quién le deja lo poco o mucho que ha acumulado en su vida.

Pero sin duda esta noticia va a volver todavía más impopular a la señora Helmsley. Ésta se hizo famosa no sólo por tratar a sus subalternos con la punta del zapato; sino porque, hace años, al ser acusada por el fisco de evadir sus pagos, comentó sin mayor empacho: “los impuestos son para la gente pequeña”. Pues serán, dijo el Tío Sam, que sin tomarle medidas la mandó 18 meses a una prisión federal. Medio Estados Unidos se rió como el Lindo Pulgoso cuando se cerró la puerta de su celda.

Habrá quien discuta la ética de esta herencia, en un mundo lleno de pobres. Pero la verdad es que este asunto es anecdótico. Lo realmente grave es que el perro norteamericano promedio come mejor que unos 500 millones de niños en el planeta, según datos de la UNICEF. Y eso sí es como para enfurecerse. Y no les tiren a los perros. Ellos, ¿qué culpa tienen? Y mejor verlos a ellos moviendo la cola, que a nuestros diputados sus ineptas lenguas. Digo, si a ésas vamos…

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