EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Vida o muerte

diálogo

yamil darwich

El gran motor del amor romántico, sin duda, está gobernado por la sexualidad, que de paso y muy importante, nos anima al placer de engendrar y perpetuar la especie.

Es el mismo “motor erótico” que ha obligado a las distintas sociedades, a través de los siglos, ha encontrar formas de gobernarlo y de ser posible controlarlo y administrarlo para generar riqueza. O… ¿qué no fue el método preferido, por reyes y gobernantes de los pueblos primitivos, para mantenerse en el poder?

Igual sucedió con los integrantes de las doce tribus judías, que desarrollaron enormes habilidades en los asuntos de dinero, hasta llegar a controlar linajes y procreación, trasformándolo en un instrumento de control para sumar poder, más que perpetuar la especie.

En América no podía ser diferente; los prehispánicos lo utilizaron como método para el fortalecimiento social y económico familiar y no pocos padres de jóvenes virtuosas aceptaban fueran “galanteadas” por hijos de nobles; o bien, algunos grupos indígenas norteños, que aceptaban regalos de enamorados, para permitirles cortejar y aspirar casarse con alguna descendiente. De lo anterior, es pródigo en ejemplos José Luis Trueba Lara, en su libro “Historia de la Sexualidad en México”.

La llegada de los conquistadores, con su promoción de cambios en creencias religiosas, no evitaron los efectos de las hormonas en sus personas, empezando por el mismísimo Hernán Cortés, que se valió de la princesa Malitzin para comunicarse con el enemigo y, de paso, “desahogar el ímpetu endocrino” engendrando un mestizo.

Los Aztecas también pagaron su tributo a la Diosa Xochiquetzal, una especie de venus mesoamericana, aprovechándose de la presencia del estro de la nobleza para casar bien a sus hijas y buscar, de ser posible, mejorar las condiciones de la familia.

A la influencia no escapan mayas o “norteños salvajes”, incluidos los primeros pobladores de Aridoamérica, quienes sabían del valor de la castidad, defendiéndola con fiereza y llegando al extremo de asesinar a las hijas mancilladas. Cuentan del señor de Texcoco, que ante el descubrimiento del agravio, cuando una de sus descendientes había perdido el valor material y social del himen, por obvia relación amorosa, decidió sacrificarla para cuidar su honor.

Habrá que advertir que la práctica sexual fue sancionada por los misioneros cristianos, dejándonos como herencia un especial sentimiento de culpa o agravio, según sea la situación en que nos encontremos, dándole connotación denigrante en grado sumo; tanto así, que un enconado lagunero, al escucharme hacer comentarios del tema, sin dudarlo me corrigió diciendo: “no es verdad, los únicos ‘cachondos’ eran los tlaxcaltecas”, dejando entrever su pasión por la vieja y desgastante “guerra interestatal”.

Esa herencia cultural continúa presente durante la historia y no somos excepción; este Diálogo, ha sido centrado en nosotros y podemos revisarnos a través de los momentos culminantes de México.

Recuerde a Iturbide y su entrada triunfal a la capital de México naciente; alguna autora de historia novelada asegura que hubo de desviar el desfile del Ejército Trigarante, hasta detenerse frente al balcón de su amada Güera, llegar hasta ella y recibir un beso como premio al halago.

Ni qué decir del cura Hidalgo, quien gustaba de la buena bebida, el baile y los saraos nocturnos, que le ocasionaron enemistades de muerte; o del asunto amoroso que tratan de imponer entre la Corregidora y el galán Allende: “¡nos descubrieron!”, cuentan que escribió en la misiva al militar enamorado, que confundió el sentido del mensaje, yendo a informar del suceso a Don Miguel, acelerando así el movimiento independentista.

No olvide la leyenda de aquel “beso” que facilitó la separación de Aguascalientes de Zacatecas; o de los amores del Porfiriato, que dejaron música y poemas deliciosos.

De la Reforma y la Revolución, igual se han escrito historias de romance y amor erótico.

Por algo el apóstol escribió: “El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”; o aquello de “vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe”.

Ahora, con el desarrollo de la ciencia y tecnología aplicada a la salud del hombre, tratan de limitar uno de los más importantes estímulos para la sexualidad: la procreación tradicional, que me lleva a recordar al muy admirado cuentachistes argentino, radicado en México, Juan Verdaguer, que decía: “pues yo prefiero traer chamacos al mundo, …a la antigüita”.

Le escribo sobre el tema, en estos días que nos motivan a recordar a nuestros seres queridos ya fallecidos, haciéndonos entristecer, con algunas personas vistiendo el negro del luto riguroso.

Sé que mucho habrán de leer sobre la muerte, por eso preferí romper con la tradición y tiempos de escrituras, para traer a la memoria el amor romántico, victoria de Eros sobre Thanatos y provocarle una sonrisa; reconociendo que muchos, como Usted y yo, estamos “bien vivitos y coleando”. ydarwich@ual.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 389725

elsiglo.mx