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Vida por vida

JAQUE MATE

Sergio Sarmiento

“Mas si hubiere muerte, entonces pagarás

vida por vida”.

Éxodo 21:23

Si no hay un indulto de última hora, hoy será ejecutado en Texas José Ernesto Medellín (o Joe Medellín, que es el nombre que él usaba para designarse a sí mismo o con el que lo llamaban o llaman sus amigos). El Gobierno mexicano ha empleado una gran cantidad de recursos y de esfuerzos diplomáticos para evitar que se ejecute la condena. Este intento, así como el reciente secuestro y homicidio de Fernando Martí, el niño de 14 años de edad asesinado por la llamada Banda de la Flor, obliga a una reflexión sobre la pena de muerte.

La pena de muerte se ha aplicado en las comunidades humanas desde tiempo inmemorial. El Éxodo señalaba ya en el Antiguo Testamento de la Biblia el precepto de que la pena debe ser equiparable al crimen que castiga: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, diente por diente, ojo por ojo, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe” (21:23-24).

No sólo se ha usado la muerte, sin embargo, como castigo conmensurable con un crimen de homicidio. Los gobiernos a través de la historia han empleado también esta pena para castigar a sus enemigos. Sócrates fue condenado a muerte y bebió la cicuta mortal por los delitos de despreciar a los dioses y de corromper la moral de la juventud. Jesús murió en la cruz por las acusaciones de pretender ser el rey de los judíos o el hijo de Dios.

La pena capital se aplicó en virtualmente todos los países del mundo hasta mediados del siglo XX. El autor británico A. Álvarez, en su extraordinario libro The Savage God (El Dios salvaje) publicado en 1972, recordaba el caso absurdo de un suicida frustrado en la Gran Bretaña de fines del siglo XIX, el cual fue rescatado de su intento por quitarse la vida. Con grandes esfuerzos se le trató en un sanatorio durante meses hasta que recuperó la salud, sólo para ser condenado a muerte y colgado por su intento de suicidio.

Hoy en día la mayor parte de los países avanzados del mundo han abolido la pena de muerte. La gran excepción es Estados Unidos. La pena de muerte persiste en países considerados atrasados en lo político. Arabia Saudita aplica este castigo fundamentalmente por transgresiones religiosas o morales, mientras que Cuba lo mantiene en sus estatutos, aunque hace años que no lo aplica, para delitos políticos.

El país que más ejecuciones realizó en 2007 es China, aun cuando no hay información oficial sobre el tema. Amnistía Internacional considera que en 2007 un total de 470 personas fueron ejecutadas en China. Algunos críticos dicen que la cifra real se eleva a miles, pero no ofrecen pruebas. Irán, Arabia Saudita y Pakistán registraron más de un centenar de ejecuciones cada uno en 2007. En Estados Unidos hubo 42 casos y en Irak cuando menos 33.

El número de países que han abolido la pena de muerte, sin embargo, aumenta constantemente. Algunos gobiernos, como Cuba o México hasta hace poco, mantienen el castigo en sus estatutos pero no lo aplican. En 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución no obligatoria, por 104 votos contra 54 y 29 abstenciones, que pide a los miembros de la organización una moratoria en las ejecuciones. La tendencia general parece estar, pues, encaminada a la abolición de la pena de muerte.

No hay indicaciones de que la pena de muerte sea una acción disuasiva que reduzca la comisión de crímenes graves. De hecho, el único país desarrollado que mantiene la pena de muerte, Estados Unidos, es también el que mayor índice de homicidios y crímenes violentos registra. Si lo que se quiere es infundir miedo a los criminales, la pena de muerte no cumple con el cometido.

No lo hace, particularmente, en un país como México, donde la mayor parte de los crímenes nunca son castigados. La impunidad en México se ha convertido, de hecho, en una forma de vida. Para quien tiene una razonable certeza de que su crimen no llevará siquiera a una consignación, una pena de 20 años es tan ineficaz como forma de disuasión que una cadena perpetua o una condena a muerte.

Hay, sin embargo, ciertos crímenes que son de tal crueldad, de tal violencia, que es imposible dejar de considerar la pena de muerte como una opción. El asesinato de un niño de 14 años, secuestrado y por el cual se había pagado ya un rescate, puede ser incluido en esa categoría. También la violación tumultuaria, tortura descarnada y asesinato que Joe Medellín y sus cómplices perpetraron sobre Jennifer Hartman, de 14 años, y Elizabeth Peña, de 16, en 1993.

La pena de muerte no tiene sentido como instrumento de rehabilitación de un criminal o como forma de persuadir a los criminales de que no cometan ciertos delitos. Para eso simplemente no funciona. Pero sí puede servir para cumplir con ese principio de justicia que desde tiempo inmemorial ha declarado que el castigo debe ser equiparable al crimen y que, “si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida”.

FIN A LOS RETENES

No puede uno dejar de aplaudir la decisión del secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, el doctor Manuel Mondragón y Kalb, de cancelar los retenes en la ciudad. Los retenes se han convertido en una forma de abuso y, como lo hemos visto en el caso de Fernando Martí, de secuestro. Es indispensable aplicar nuevas y más inteligentes estrategias para combatir el crimen.

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