Cuando Dios creó al hombre lo hizo vivir en el paraíso, el hombre vivía plácidamente y en comunión con la naturaleza e inclusive con los animales con los cuales mantenía una buena comunicación pues prácticamente al no existir el conocimiento de la vida la maldad era nula. Pero en el mismo paraíso Dios plantó el árbol del conocimiento prohibiéndole al hombre llegar a disponer de él. El diablo llegó ante Dios y le dijo “si el hombre llega comer del árbol del conocimiento, dudarán de ti, y no sólo eso sino que se compararán contigo” –eso lo he previsto. Contestó el Señor– y también sé que tú con tu naturaleza harás todo lo posible para obligarlo a comer de él. –Mas sin embargo he provisto al hombre con una mente y un organismo perfecto, y en caso de que llegaran a probar del árbol del conocimiento, sabrán distinguir entre lo bueno y lo malo.
No cejó el diablo en su empeño hasta que hizo que el hombre probara del árbol del conocimiento, y al darse cuenta de esto el Señor no le quedó más remedio que expulsar al hombre del paraíso. Con el paso de los siglos el hombre se multiplicó y llegó a crear pueblos y ciudades; y tal como lo había dicho el diablo, el hombre se comparó con Dios y comenzó a construir una torre muy alta para que los demás hombres y la naturaleza, entre ellos los animales se dieran cuenta de la superioridad del hombre. Tuvo que tomar el Señor una drástica solución y fue la creación de las lenguas, con lo cual el hombre se confundió y desde luego habló de manera diferente. Pero al darse cuenta el Señor de la gran confusión por la que estaba pasando el hombre, decidió otorgarles también diversidad de pensamientos. Y de ahí nacen las diferentes culturas de la humanidad, como hasta la fecha las conocemos. Algunas civilizaciones han progresado y también han desaparecido. Cada una con una manera diferente de pensar y ver las cosas.
Al sentirse confundido el hombre, se presentó ante el Señor para reclamarle por lo que había sucedido. –Señor, dijo el hombre; antes podíamos comunicarnos de la misma manera, tomábamos decisiones y hacíamos lo mismo, pues todos pensábamos y actuábamos igual. Pero ahora no podemos entendernos ya que cada quien habla y piensa diferente, nos hemos enfrascado en odios raciales, blancos contra negros, negros contra blancos, occidentales contra orientales y hemos hecho la guerra entre los diferentes pueblos buscando prevalecer nuestros propios derechos pues nos es imposible comprendernos porque cada quien busca lo que más le conviene.
Escuchó pacientemente el Señor los reclamos del hombre y al terminar de hablar el hombre el Señor le contestó; cierto es que se encuentran confundidos, pero si los he dejado como estaban, antes no serían dueños de su propio destino, actuarían y pensarían igual, pero también cometerían todos al mismo tiempo los mismos errores y tal vez los mismos aciertos. Por eso hoy, -continuó el Señor- les he dado la gran oportunidad de que se esfuercen por comprender a sus hermanos, de que aprendan a escuchar, de que aprendan la diversidad de pensamientos, de que se pongan de acuerdo en qué es lo mejor para sus comunidades, qué es lo mejor para sus hijos, y sepan la diferencia entre lo bueno y lo malo y principalmente que se enseñen a ser tolerantes con los demás, porque cuando el hombre vea más por el bien de sus hermanos, que por el suyo propio, entonces y sólo entonces logrará la paz duradera y volverán al paraíso como en un principio ¡he ahí la diferencia! Concluyó el Señor.
¡HASTA LUEGO¡
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