(Sexta parte)
Con paso decidido, cruzó la entrada de ese comercio. Atrás del mostrador se encontraba un hombre alto y corpulento de aproximadamente 60 años, que poseía una calva en su cabeza y sólo algo de pelo a los lados y en la nuca y quien con tono amable le interrogó: “¿Qué se te ofrece muchacho?”-. “Entré por lo del anuncio”- dijo Pilo. Sonriendo le cuestionó: “¿Cómo te llamas?” –“Pedro, pero me dicen Pilo”. “Muy bien... así que ¿quieres trabajar eh?”. -“Si señor” contestó Pilo. -“Veo que no eres de la capital”-. “No señor, vengo de mi pueblo”... Pilo a grandes rasgos le contó lo de la pérdida de sus padres. El hombre comentó: “Bueno si tú gustas podrás quedarte en la trastienda”. A lo que Pilo respondió: “Gracias Señor”. –“Pasa y deja tus cosas adentro”; obedeciendo Pilo fue conducido hacia la trastienda del gran súper de abarrotes. Contento con su suerte, Pilo puso su empeño en el trabajo.
Ávido de aprender, pronto le fue muy útil al dueño de la tienda ya que el muchacho era listo en todo lo que se trataba de cuentas. El dueño del comercio se llamaba Rodrigo y la gente se refería a él como Don Rodrigo. Pronto Pilo se hizo popular entre los múltiples clientes que frecuentaban la tienda. Don Rodrigo era un hombre solo y sin familia, curiosamente nunca se había casado y se sabía poco de su vida excepto que había llegado como extranjero al país y con ayuda de unos paisanos se había establecido en la capital. Vivía a pocos metros del negocio casi justo enfrente de la misma, en un apartamento que sólo tenía lo indispensable para habitarlo y era atendido en sus alimentos por una señora que se hacía cargo de la limpieza del apartamento. Por la noche cerraba con candados la tienda y Pilo se quedaba adentro. Pilo dormía encima de varios costales que contenían frijol y maíz sobre los cuales colocaba una colchoneta y se cubría con una cobija que le había proporcionado Rodrigo. En varias ocasiones Pilo advirtió que el hombre pasaba su brazo por encima de sus hombros tratándolo afablemente, pensando Pilo que lo hacía por afecto. Así pasaron aproximadamente dos meses y una noche mientras Pilo se encontraba profundamente dormido; sintió un gran peso encima de su pecho, al despertar advirtió la corpulenta figura de Rodrigo, quien le presionaba con una mano por abajo del cuello casi estrangulándolo, mientras con la otra jalaba del cinto de Pilo tratando de bajarle los pantalones, al tiempo que le decía –“¡shh!, no hagas ruido”- Pilo reaccionó tratando de librarse del hombre, pero la fuerza de Rodrigo era superior. Haciendo uso de todas sus fuerzas, Pilo intentaba quitarse la mano del individuo de su cuello, y en el forcejeo dio con una botella de refresco que horas antes había bebido y con gran fuerza la estrelló a un lado de la cabeza del viejo cayendo éste inconsciente. Cuando Pilo logró zafarse y recuperarse, vio que el hombre le brotaba sangre de la cabeza. Tomó sus pocas pertenencias y salió corriendo de la tienda. Al amanecer, Pilo deambulaba por las calles de la capital sin rumbo fijo, no sabía qué hacer y se encontraba consternado por lo que le había sucedido. De pronto escuchó los frenos de un automóvil y sorprendido vio que unos agentes de policía descendían del mismo. “¡Quieto ahí, muchacho!”. Uno de los policías lo tomó violentamente por los cabellos y casi arrastrándolo lo subió a la patrulla. –“conque queriéndote pasar de vivo, ¡eh! Vas a ver cómo te va a ir”. Sin comprender Pilo lo que ocurría, fue llevado a una oscura estación de policía. Ahí fue encerrado en una pequeña celda que olía a orina y suciedad. Al rato se presentó un individuo quien vestía una camisa blanca con las mangas llenas de mugre y un chaleco que se encontraba abierto por el frente.
–“Así, que tú robaste a Don Rodrigo”- abriendo desmesuradamente los ojos Pilo contestó-. “¡No señor, yo no he robado nada!”-. “Así dicen todos los de tu calaña pero ya verás cómo te va a ir”- asintió el hombre. Rodrigo era amigo de un juez que a su vez tenía gran influencia con el presidente Ramiro. Por lo que este juez ordenó a un fiscal de nombre Arturo que localizara al muchacho y lo encerrara, pues Rodrigo había acusado a Pilo de que lo había atacado para robarlo. A los policías no les fue difícil localizarlo ya que con las señas que Rodrigo había proporcionado también les entregó una foto que en su huida Pilo había dejado en la trastienda donde se encontraba retratado junto a su madre y su hermana. Arturo el hombre de la camisa sucia y el chaleco, le preguntó el nombre a Pilo: -“Me llamo Pedro señor”, -“Pero te dicen Pilo ¿no es así?”. –“Sí señor”. Bien pues te vas a pasar un buen rato encerrado.
Tiempo después unos hombres de aspecto militar sacaron a Pilo de su celda y lo llevaron junto con otros presos hacia un camión que ya los esperaba, fuertemente vigilados los presos fueron conducidos hacia una lúgubre penitenciaría. A la entrada Pilo vio cómo se cerraban tras de sí unas fuertes rejas y por último el camión se detuvo. ¡Bajen rápido! Ordenó la voz de un guardia. Al fin todos los presos junto con el muchacho fueron formados en el patio de la penitenciaría. A pesar de ser menor de edad, poco les importó a aquellos hombres tratar a Pilo al igual que a los otros presos. Después de contar a los presos y pasarles lista fueron llevados hacia un salón donde les ordenaron desnudarse y después de esto fueron bañados con fuertes chorros de agua fría. Aun temblando de frío, Pilo se colocó la ropa que les habían entregado, que consistía en una camisa y un pantalón de tela de algodón que olían a mugre. Tiempo después les permitieron ponerse los zapatos aunque sin calcetines. Comenzaba una nueva etapa en la vida de Pilo, jamás tuvo un juicio ni nunca fue careado con el pederasta de Rodrigo. La vida de la prisión era dura, a las cinco de la mañana se hacía el pase de lista y después de darles a los presos dos o tres botes de cuatro hojas los cuales contenían frijoles cocidos pero llenos de gorgojos que aún flotaban en el caldo de los mismos, los internos se abalanzaban y con un pequeño plato peleaban por servirse de los mismos, mientras otros presos que eran más privilegiados les servían café a los presos que lo recogían con alguna lata de algún alimento. El café no tenía azúcar y quitado de una o dos tortillas duras era todo el desayuno. Después de eso eran llevados a realizar trabajos dentro de la prisión y a otros como Pilo, se les conducía a un camino en construcción y con cadenas en los pies, los obligaban a llevar pesadas rocas así como herramienta con la que iban nivelando o cavando la roca para abrir paso a la carretera en cuestión. Los domingos los dejaban descansar medio día y era entonces cuando Pilo platicaba un poco con los otros presos. El muchacho como ya lo hemos señalado era inteligente. Fue dos meses después que conoció a Alejandro un muchacho tres años mayor que él y que estaba próximo a cumplir los 18. Pilo se enteró por boca del chico que había sido tomado preso por estar pegando propaganda política en contra del presidente Ramiro. La propaganda se la proporcionaba un tío que estaba en un partido clandestino opositor al régimen presidencial. Con el tiempo se hicieron buenos amigos y fue Alejandro quien le enseñó a Pilo cómo sobrevivir mejor en la prisión, pues dentro de la misma había un guardia que simpatizaba con el movimiento contrario al del presidente Ramiro. Este mismo guardia tenía contacto con el tío de Alejandro y procuraba ponerlo en labores más sencillas como la limpieza del penal y la lavandería del mismo. Alejandro abogó por Pilo y el muchacho fue trasladado al servicio de intendencia de la penitenciaría, con lo cual la vida le fue un poco más llevadera. Así transcurrieron tres años. Un domingo en que Pilo se encontraba descansando escuchó su nombre y... (continuará) ya merito, ya merito.
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