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Vida y Servicio / “PILO”

Dr. Guillermo Rodríguez Rizado

(Séptima parte)

Un domingo en que Pilo se encontraba descansando, escuchó su nombre, y al voltear la mirada, vio al amigo del tío de Alejandro que lo llamaba. –“Mira muchacho, el día de mañana vendrá la esposa de un funcionario de gobierno con el propósito de dar indulto a algunos presos. Nos han pedido que elaboremos una lista de los presos que creemos que puedan salir en libertad y yo te he anotado en la misma a ti y a Alejandro esperando que tengan suerte y se puedan ir” -replicó el guardia.

Al día siguiente, un poco más de 50 reos fueron formados en el patio del penal. Una dama elegantemente vestida pero fuertemente custodiada pasó revista a los internos. Con un ademán la dama fue señalando aleatoriamente a cada uno de los individuos que serían liberados. Con agrado, Pilo vio que él era señalado, siendo apartado del grupo de los presos. Después de esto, los liberados escucharon un aburrido mensaje que la dama les enviaba exaltando las “bondades” del régimen del presidente Ramiro y del general Gustavo “que se preocupaban de su pueblo”. Con tristeza Pilo advirtió que su amigo Alejandro no se encontraba entre los seleccionados. Pilo estaba por cumplir 18 años. La vida en la prisión lo había hecho cambiar; víctima de una injusticia, su mirada había cambiado, dejando atrás al muchacho inocente. Durante su estancia en la cárcel, una de las pocas pertenencias que le habían permitido tener fue los dos tomos del Quijote de la Mancha que le había regalado su entrañable amigo el “profe” Marcelo, a quien nunca había olvidado. En esos años había leído y releído la obra Cumbre de Cervantes.

En la mañana muy temprano Pilo se despidió del guardia y de su amigo Alejandro, dándose un fuerte abrazo. Alejandro le comentó - “no te preocupes por mí, estoy seguro que no me quedaré mucho tiempo en la prisión”. Después de esto Pilo junto con el grupo que había sido liberado se encaminaba hacia la pesada reja que conducía a la salida de la penitenciaría.

Una vez fuera de la cárcel, Pilo no sabía qué camino tomar. Sólo contaba con una pequeña cantidad de dinero que le había dado Alejandro, que era parte de lo que le enviaba su tío, y otro tanto que le fue proporcionado por el guardia. Sin pensarlo tomó un tren que lo llevaría a una ciudad más al norte del país.

Después de haber tomado por asalto el cuartel militar, el comandante y líder de aquel grupo de guerrilleros vio que muchas personas principalmente hombres se les unían en la lucha que él y otros grupos de gente armada sostenían en varios puntos del país contra la tiranía del presidente Ramiro. Al igual que otros comandantes, los insurrectos eran liderados por el comandante Álvaro que era el jefe supremo del movimiento armado contrario al presidente Ramiro. Este último había formado un partido político y sus órdenes eran seguidas a ciegas por todos los militantes del mismo; aunque muchos lo hacían por temor a él. Hombre que enfermó de poder y paranoia, en otro tiempo había prometido que “los bienes del país eran del pueblo”. Nada más alejado de la realidad, como era sabido, se había servido de los humildes para enriquecerse. La expropiación de empresas extranjeras, frenó la inversión proveniente de otros países y sólo unas pocas permanecían en el país, trayendo consigo más desempleo y desde luego la pobreza y el hambre iban en aumento. Mucha gente optaba por huir a un país vecino que aunque estaba en vías de desarrollo, mantenía la paz y su economía se veía beneficiada con las inversiones de empresarios que habían huido del régimen de Ramiro y se habían establecido en el vecino país. Ramiro había obligado a médicos, enfermeras, ingenieros, maestros y a todo empleado o pequeño burócrata a unirse al partido que él representaba, so pena de ir a prisión y además de perder su empleo.

Pilo después de un largo viaje por fin llegó a esa ciudad del norte y prácticamente se había gastado el dinero que llevaba consigo. En una pequeña mochila llevaba sus pocas pertenencias; así como dos cambios de ropa que le habían sido obsequiados al salir de la prisión. Desde luego en la mochila llevaba sus inseparables tomos del Quijote de la Mancha. Al caminar por las calles de ese pueblo, no encontraba algún lugar donde quedarse ni mucho menos algún sitio donde pudiera laborar. Caminando por una avenida vio a un hombre que se encontraba metido bajo el cofre de un viejo automóvil cuyo motor se encontraba en marcha, al acercarse hacia el coche advirtió que éste empezaba a moverse pues una de las piedras que el hombre había colocado en una de las llantas se había botado de la misma y el vehículo iba cuesta abajo. Al intentar zafarse del carro, el cofre le cayó encima como si un enorme pez hubiera cerrado las fauces a su víctima y el auto empezó a ganar velocidad calle abajo directo hacia una barda que estaba al final de la misma. Sin pensarlo dos veces Pilo corrió hacia el automóvil y abriendo la puerta del mismo subió al asiento del conductor e imprimió los frenos con gran fuerza logrando detener el avance del coche. Una vez apagado el motor y con el vehículo ya detenido, corrió a auxiliar al hombre que salvo unas pequeñas quemaduras en el rostro y en los brazos agradeció a Pilo el haberle salvado la vida. Al interrogar a Pilo de dónde era, éste le contestó que venía de su pueblo, omitiendo lo de su estadía en la prisión y que andaba en busca de trabajo. El hombre de oficio mecánico y cuyo nombre era Roberto se rascó la cabeza y le dijo: -“mira, no tengo mucho que ofrecerte pero si aceptas comida y algunos pesos yo puedo colocarte en mi taller. Sin pensarlo dos veces Pilo aceptó. Roberto era casado, su esposa se llamaba Fabiola, quien al enterarse de lo que el chico había hecho por su esposo lo abrazó agradecida. Los dos eran buenas personas y tenían un pequeño hijo de cinco años de edad y a un lado de su casa tenían el pequeño taller mecánico, donde le permitieron a Pilo quedarse. Con el tiempo el muchacho comenzó a aprender el oficio y se hizo muy útil en el taller ganándose el afecto de esa familia. Pasaron los años y Pilo contaba ya con 24 años de edad. Un día al dirigirse a comprar unos refrescos a una tienda cercana... (continuará) pronto, pronto.

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