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VIDA Y SERVICIO / “UN VIEJO BAJO EL ÁRBOL”

DR. GUILLERMO RODRÍGUEZ RIZADO

Mientras avanzaba por aquella solitaria carretera rural de doble sentido y que había recorrido infinidad de veces, nunca me dejaba de sorprender lo cambiante del panorama. A veces se encontraba soleado, otras veces nublado y en ocasiones medio nublado. Era primavera y los verdes pastos se perdían en medio de una alfombra de flores multicolores hacia la lejanía que en el horizonte bordeaban las montañas azuladas. Sólo en pocas ocasiones me encontraba algún auto o camión que circulara en sentido contrario al mío o me rebasara. Conocía perfectamente el camino y casi puedo decir con seguridad que sabía donde se encontraba cada curva y árbol del mismo, al igual que los pequeños puentes por donde cruzaban pequeños arroyos que seguían su curso hasta perderse de vista. Ese día, como a las dos de la tarde era un día medio nublado y a lo lejos podía ver el arcoiris provocado por la lluvia que se precipitaba más adelante. Al pasar por un árbol que se situaba a la orilla de la carretera advertí a un hombre que se hallaba sentado bajo el mismo, cosa que llamó mi atención pues sabía que a muchos kilómetros a la redonda no existía ninguna ranchería o población. Por lo cual me fui frenando y en reversa retorné justo hasta donde estaba el hombre. Llevaba un gran sombrero y su vestimenta era sencilla que consistía en una camisa blanca de manta, pantalones del mismo color y huaraches de tono café, su tez era blanca pero con aspecto enrojecido por el sol. Por su rostro surcaban profundas arrugas y una gran barba canosa le cubría la mitad del rostro. Tenía ojos de color verde mar, sus manos eran fuertes y sostenían un bastón que tenía más aspecto de un báculo de pastor. Descendí de mi automóvil y le pregunté si se le ofrecía algo o quería que lo llevara algún lado. “No, -me contestó-, mi nombre es Cronos y mi dominio es el tiempo, soy tan antiguo como la Tierra en que estás parado. Antes me veneraban con las cosechas de trigo pero hoy ya nadie se acuerda de eso”. De momento pensé que me hallaba ante un demente de los que suelen caminar largos trechos de las carreteras, pero algo me hizo detenerme a seguir escuchándolo: “Te he visto pasar en repetidas ocasiones por este mismo camino, sé que has dedicado mucho tiempo de tu vida al trabajo, pero poco lo has dedicado a ti mismo y a los demás. Sé que en muchas ocasiones no has tenido tiempo para estar con tus hijos y a ninguno de los tres que tienes les has brindado la oportunidad de convivir contigo el tiempo suficiente” -anonadado me quedé escuchándolo pues ¿Cómo sabía él cuántos hijos tenía yo? Y más me sorprendió al mencionar el nombre de mi esposa así como el de mis tres hijos, “hoy he decidido hacerme presente ante ti, y señalarte que has vivido ya más de la mitad de tu vida, pero deseo que tengas una oportunidad por el tiempo que te queda. Has logrado escalar una buena posición económica y pienso que ya nada te falta para vivir holgadamente, tu tiempo a diferencia del mío no es eterno, por lo que deseo recomendarte lo siguiente: dos de tus hijos aun son solteros y jóvenes, ocúpate más de ellos, convive el mayor tiempo que puedas y verás cosas sorprendentes que no habías percibido; así mismo, recompensa a tu mujer con tu compañía, pues quieras o no, ella ha sido la que ha sacado siempre adelante a la familia y es tiempo de que envejezcan juntos y caminen unidos de la mano hasta que llegue el momento final de su separación, sólo de esa manera podrás decir que has cumplido con el más sagrado propósito de la vida, que es el saber vivir, aún estás a tiempo”-sentenció-.

Me le quedé mirando directo a sus ojos en los cuales se podía adivinar la gran sabiduría que dan los años, y le pregunté: ¿qué es lo que más te molesta de esta vida?... “veras... el ver tanto joven en la actualidad que solamente ven pasar su tiempo, hacen que estudian y sólo se les va en jugar, se reúnen con sus amigos en las esquinas a veces hasta altas horas de la noche y sólo hablan de cosas inútiles. Pensando tal vez que me tienen de sobra. Pero cuando menos lo piensen ya serán adultos y tal vez habrán desperdiciado la mitad de su vida y lo más seguro es que no sabrán cómo enfrentar la madurez y mucho menos la vejez”. Me despedí de él y abordé mi auto, cuando avancé varios metros ya había desaparecido de aquel árbol.

Me quedé reflexionando que ojalá todos supiéramos aprovechar el tiempo, que aunque es eterno ninguno de nosotros lo tenemos eternamente. ¡Aprovecha, invierte, y valora el tiempo que puedes dar a los tuyos y a los demás!...

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