Durante algún tiempo, los inversionistas y nuestras autoridades parecían convencidos de la teoría de la desvinculación, es decir, la idea de que la economía mexicana libraría fácilmente una recesión en Estados Unidos (EU). Eso fue cierto, por lo menos, hasta casi fines del 2007.
La volatilidad de los mercados al inicio de este año, y en particular la caída en las bolsas de valores del 21 de enero alrededor del mundo, es un claro indicio de que los inversionistas han cambiado de parecer.
El gobierno mexicano también ha reconocido que lo que ocurre en EU tendrá repercusiones negativas en nuestro país, al revisar a la baja, apenas hace unas semanas, el estimado de crecimiento económico para México, que ahora se sitúa por debajo del 3 por ciento.
La noción de una desvinculación fue siempre un error, si por ello se quiso decir que una recesión estadounidense no tendría impacto en México. La vulnerabilidad de México a lo que ocurre en EU es, sin duda, mayor a la de otras economías, desarrolladas o emergentes.
La economía mexicana está, de hecho, más vinculada hoy que antes a la suerte de la de EU, en gran parte porque nuestras exportaciones a esa economía han pasado del 11.7 por ciento del PIB en 1990 a un 21 por ciento en 2007. En contraste, las exportaciones de Japón y la Unión Europea a dicho país no rebasan el 3 por ciento de su PIB, mientras que las de China se ubican en 8 por ciento.
Lo anterior, sin embargo, no significa que la pérdida de dinamismo estadounidense se traducirá, necesariamente, en un descalabro mayúsculo en nuestro país, pero sí que su debilitamiento tendrá consecuencias negativas sobre nuestra economía.
Las condiciones económicas internas y externas actuales parecieran indicar que el efecto en esta ocasión no será tan pronunciado como en otras crisis económicas, así como que tampoco resentiremos repercusiones tan severas como los que se presentaron durante la recesión estadounidense de 2001. Veamos esto como más detalle.
En principio, no hay duda que la menor actividad económica en EU se traducirá en un menor dinamismo de nuestras exportaciones y ello afectará negativamente las utilidades de las empresas. En consecuencia, una menor expansión de nuestras ventas externas tendrá repercusiones negativas importantes sobre la actividad interna y sobre la creación de empleos.
De hecho, desde fines del año pasado se aprecian ya algunas señales adversas. Las exportaciones de México a EU crecieron en el periodo enero-noviembre 2007 tan sólo 5.0%, mientras que en todo el 2006 lo hicieron al 15.4%. Las exportaciones a la Unión Europea y a otras economías aumentaron más, pero su base es menor y es posible que también crezcan menos este año ante la pérdida de dinamismo en el viejo continente.
El desplome de México en 2001 no sólo se debió a una reducción en las exportaciones, sino también jugó un papel importante la caída en las inversiones. Hoy las empresas están en mejor forma. Los balances corporativos son más fuertes y las tasas de interés reales son bajas. Por lo tanto, es menos probable que las empresas reduzcan la inversión tanto como lo hicieron en 2001.
Los fundamentos macroeconómicos son también más saludables. Las reservas internacionales se ubican alrededor de los 80 mil millones de dólares, lo que hace al país menos vulnerable a golpes externos. La deuda externa, por su parte, se ha reducido notablemente, si bien lo ha hecho a costa de un incremento sustancial en la deuda interna.
Las finanzas públicas, por lo menos el indicador oficial, están en equilibrio, con un déficit de tan sólo 0.01% del PIB, lo que le da al gobierno algo de flexibilidad, no mucha desde mi punto de vista, para promover el crecimiento. En esto, no obstante, las autoridades no deben abusar del gasto público para impulsar la economía, ya que de hacerlo pueden causar trastornos financieros en el futuro.
La principal razón para ser más optimista en esta ocasión, sin embargo, no son tanto los factores anteriores o el hecho de que el gobierno mexicano piensa aplicar una política expansiva de gasto público, sino más bien que, por ahora, la expectativa es que EU crezca más que en 2001 y su recuperación empiece antes. Esto, de ocurrir, sería una buena noticia, ya que la recesión de EU en 2001 se tradujo en una caída del PIB mexicano de 0.2 por ciento.
El mayor riesgo es que, contrario a las expectativas actuales, la recesión estadounidense pudiera ser más profunda y prolongada que la de 2001. Si ello sucede, entonces nuestro país podría resultar más perjudicado de lo que hoy piensan las autoridades, así como lo que muestran las estimaciones de los analistas económicos y financieros.
Una profundización de la crisis en EU puede, además, desplomar los mercados bursátiles globales, incluyendo a la Bolsa Mexicana de Valores. En nuestro caso, también afectaría la relativa estabilidad de la cotización del dólar.
En resumen, México está más vinculado hoy que antes a EU y no podrá escaparse de las repercusiones negativas de una posible contracción en la economía estadounidense. No obstante, existen varios indicadores financieros y económicos que muestran una situación menos vulnerable de nuestro país a los trastornos externos, en comparación con 2001.
Es temprano para concluir que ya pasó lo peor de la crisis inmobiliaria en EU. Todo parece indicar que la situación empeorará por un tiempo más antes de comenzar a mejorar. Nuestra economía tendrá, por tanto, que enfrentar los vaivenes que esto ocasiona. La esperanza actual es que, en esta ocasión, el debilitamiento de EU sea más leve y pasajero, de manera que afecte a nuestras ventas externas menos que en años anteriores.
Pero si la situación en nuestro vecino del norte se agrava más que lo previsto en estos momentos, no podemos descartar un impacto negativo mayor sobre México.