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Vivir no duele

Addenda

Germán Froto y Madariaga

Son tiempos de reflexión y en estos tiempos uno se pone a pensar, tanto en lo que la vida le va dando como en aquello que le va quitando.

No es un sencillo recuento de fin de año, sino que conforme pasan los años, vamos dejando cosas a lo largo del camino, pero también recogemos otras que enriquecen nuestras vidas.

Si a vuelo de pájaro, echamos la vista atrás y la situamos en nuestra niñez, advertiremos que con el paso de los años, perdemos inocencia y capacidad de asombro.

Antes, eran miles las cosas que nos ilusionaban. Ahora, son realmente pocas las que nos proporcionan ese deleite.

La ilusión de viajar, por ejemplo, era un gran motivo durante la juventud y aunque lo disfrutamos en su momento, cuando pudimos remontar el vuelo, con el tiempo la vida cambia y ya no nos atrae tanto como antaño.

Dicen que conocer París antes de los treinta años es un verdadero privilegio... Después, un motivo de severo arrepentimiento, porque nos reprochamos el no haber ido antes.

El mundo está lleno de cosas maravillosas, de lugares preciosos y personas encantadoras.

Siempre quise ir lo más lejos posible, mientras tuviera fuerzas para ello y en verdad, la vida me brindó ese privilegio, pues pude conocer lugares como Moscú y Leningrado.

Pero, entonces, me bastaba la decisión y unos cuantos dólares en el bolsillo para lograr ese propósito. No contrataba hoteles previamente, ni boletos de avión intercontinentales, sólo el de ida y vuelta; y viajaba feliz, a la aventura.

Con el tiempo, sufrimos por los lugares no conocidos, las expectativas canceladas y las aventuras no vividas.

La vida nos arrebata cosas y nos da otras: Paz, tranquilidad y cierta armonía. Pero sólo cierta.

Los amigos se iban haciendo en el camino. Las despedidas no nos dolían tanto como ahora. Entonces, siempre pensábamos que “en algún recodo del camino, volveríamos a encontrar a aquellos que queríamos”. Ahora, en cada despedida nos preguntamos si nos volveremos a ver.

Dicen que vivir no duele, lo que duele es dejar de vivir. Pero hay cosas que sí duelen y mucho.

Por más que sé que no debo hacerlo, me sigo apegando a las personas y me duele perderlas.

Siento que se llevan parte de mi historia personal. Que me dejan huérfano, ayuno de su presencia y recordando los buenos momentos, deseando que se repitan.

Extraño y mucho a los seres queridos que ya no están conmigo. Sus consejos, su aliento y hasta sus regaños.

Duele que el tiempo cancele expectativas y nos enfrente a un destino inevitable.

Dicen que: “Nuestro dolor no viene de las cosas vividas, sino de aquellas otras que fueron soñadas y que nunca se realizaron” y creo que es verdad.

Porque cada vez, son menores las posibilidades de que esas cosas se realicen y nos rebelamos contra ello.

Por otra parte, sería lo correcto que la gente no sufriera por amor: “Apenas agradecer por haber conocido a una persona tan linda, que generó en nosotros un sentimiento intenso y que nos hizo compañía por un tiempo razonable, un tiempo feliz”.

Somos seres de amor, pero, una vez que lo hemos conocido y disfrutado, nos negamos a perderlo, porque siempre es más bello conservarlo en cualquiera de sus formas, que resignarnos a prescindir de él definitivamente.

Llega un tiempo en que ese amor es el único motor que nos impulsa a seguir, porque la pasión va desapareciendo y nos queda sólo el sentimiento puro.

Sufrimos por, “los besos cancelados”. Aquellos que no pudimos dar y tuvimos que guardarlos en el fondo de nuestro corazón. Ahí donde se conservan los recuerdos más hermosos.

“Cómo olvidar el dolor de lo que no fue vivido? La respuesta –se nos dice— es simple como un verso:

“Cada día que vivo me convenzo más de que el desperdicio de la vida, está en el amor que no damos, en las fuerzas que no usamos, en la prudencia egoísta que nada arriesga y que esquivándose del sufrimiento, hace perder también la felicidad”.

Estamos hechos para arriesgar y buscar la felicidad, como un estado permanente de vida. Pero siempre queremos más de lo que tenemos y eso nos hace infelices.

Pero en fin, todo esto es parte de la vida y su devenir y debemos seguir aquí buscando ese estado permanente de felicidad, aunque nunca llegáramos a alcanzarlo.

Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.

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