Algunos protagonistas de la vida política en nuestro país, están empeñados en polarizar el ambiente para hacernos caer a los mexicanos, en una lucha de contrarios que desemboque en la violencia revolucionaria que como tal, sólo genera muerte, destrucción y desolación.
Tal es el caso de López Obrador y sus adelitas ataviadas con cananas simuladas, que sostienen una resistencia civil dizque pacífica que a muchos parece divertida, pero que en realidad entraña una amenaza criminal. Si un ladrón asalta a un ciudadano con una pistola de juguete, debe ser procesado por robo con violencia porque a fin de cuentas, lo que importa es el amago sobre la conciencia de la víctima y el resultado.
El montaje escénico de las adelitas se inscribe en la misma coreografìa del EZLN de los años noventa, de los mechetes de Salvador Atenco que impidieron la construcción de un nuevo aeropuerto metropolitano y de los más recientes amagos golpistas en el Congreso de la Unión, que ayer trataron de impedir la toma de posesión del actual presidente de la República y hoy mantienen en vilo a la función legislativa del Estado.
Pese a que nuestro sistema electoral ha abierto sus puertas a todas las tendencias y que la generalidad de los partidos reconocidos por la ley se ostentan de izquierda, dicha corriente política sigue apostando a la lucha armada como vía de acceso al poder, a despecho de la voluntad de los ciudadanos.
A ese caldo de cultivo de violencia corresponde la reaparición de llamado Ejército Popular Revolucionario que bajo las siglas de EPR, emerge de la clandestinidad pidiendo un diálogo con el Gobierno, a partir de la presunta intermediación del ex obispo de San Cristóbal Samuel Ruiz y de algunos otros militantes de esa izquierda que gusta de alentar la lucha violenta con un pie en el sistema democrático que garantiza las libertades fundamentales del hombre y del ciudadano, las cuales por lo visto ofrecen a los extremistas una cómoda base de lanzamiento hacia la conquista del poder por la vía armada.
Al grupo en cuestión pertenecen además de Samuel Ruiz, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa y la senadora perredista Rosario Ibarra de Piedra, lo que dada su filiación comprometida con la izquierda resultan inadecuados para cualquier propósito de intermediación, porque son parte interesada. El EPR es un grupo guerrillero marxista-leninista, que como tal niega en forma expresa la libertad religiosa, la libertad de expresión y al sistema de partidos, por lo que la extraña asociación del cura y el resto de los elementos mencionados con el EPR, sólo se explica mediante un compromiso cimentado en la simulación y el fanatismo.
La reaparición del EPR tiene lugar el año pasado, en ocasión de que dicho grupo se atribuyó los atentados destructivos sufridos en algunas instalaciones de Petróleos Mexicanos, lo que desde luego no es casual coincidencia con la oposición del PRD a la reforma de Pemex. En un segundo acto el EPR denuncia la presunta desaparición de dos de sus militantes, acusando de tal evento a las fuerzas de seguridad del Estado, lo que resulta imposible determinar dado el carácter clandestino del grupo.
El EPR llama al diálogo al Gobierno Federal integrando a su capricho la supuesta mesa de intermediación y enseguida plantea una serie de condiciones que en resumen exige que no se les investigue ni se les persiga por los crímenes que han confesado públicamente haber cometido, lo que implica simple y llanamente que el Gobierno deje de cumplir con su obligación de proteger a la sociedad y al patrimonio público, para echarse en manos del terrorismo.
La estrategia del EPR por su simpleza constituye un insulto a la inteligencia del mexicano promedio. Si el Gobierno se cierra al diálogo pasa por represivo y antidemocrático y si lo acepta, se abre una trinchera mediática a lo largo y ancho del país a favor de la violencia revolucionaria, que ajusta como pinza perfecta con la resistencia civil perredista.
Queda claro que el PRD y sus partidos satélites ya tienen un brazo armado en el EPR, y una visagra que los une en Samuel Ruiz y los demás integrantes de la mesa de presunta intermediación, que ofrecen la cara por tan audaz propuesta.
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