“Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio
y coincidir”.
Fernando Delgadillo
La fuerza de la democracia en cualquier país se mide por la responsabilidad de los miembros de la Oposición. Esto lo pensé una vez más la noche del 4 de noviembre cuando escuché el “discurso de concesión” de John McCain.
El candidato republicano salió a hablar a sus simpatizantes en Phoenix, Arizona, poco después de que las encuestas de salida adelantaron los resultados de California, Oregón y el estado de Washington. Su discurso, pronunciado sin notas visibles, fue elegante y emotivo.
McCain dijo que acababa de llamar a Barack Obama para felicitarlo por haber sido “electo presidente del país que los dos amamos”. Habló de su rival: “Su éxito por sí solo genera mi reconocimiento por su habilidad y perseverancia. Pero el que lo haya logrado inspirando las esperanzas de millones que erróneamente pensaban que no tenían influencia en la elección del presidente estadounidense, es algo que admiro profundamente”.
“Les pido a todos los estadounidenses que me apoyaron –continuó— no sólo que lo feliciten sino que le ofrezcan a nuestro nuevo presidente su buena voluntad y esfuerzo honesto para zanjar nuestras diferencias y ayudar a restaurar nuestra prosperidad, a preservar nuestra seguridad en un mundo peligroso y a dejar a nuestros hijos y nietos un país mejor y más fuerte que el que nosotros heredamos”.
Qué contraste de este reconocimiento con las acostumbradas protestas con las que concluyen los procesos electorales del país. Los políticos mexicanos nunca pierden una elección: son siempre víctimas de fraudes o de complots. De hecho, el único candidato en quedar en segundo lugar en una elección presidencial mexicana que ha reconocido públicamente su derrota fue Francisco Labastida del PRI en 2000. Por eso se ha ganado mi respeto. En cambio Andrés Manuel López Obrador ha llevado el arte de la protesta post electoral a un grado de perversa refinación al autonombrarse presidente legítimo de México.
Una de las razones más importantes de la pobreza de México ha sido la falta de una Oposición leal dispuesta a jugar con reglas democráticas y a apoyar medidas que beneficien a la nación, a pesar de que al mejorar el nivel de vida de la gente puedan fortalecer políticamente al partido en el poder. Quizá hemos avanzado algo. En el siglo XIX y una parte del siglo XX las protestas electorales se convertían, con inquietante frecuencia, en rebeliones armadas. Hoy sólo vemos a líderes de la Oposición que encabezan manifestaciones y que se niegan a colaborar en cualquier que pueda redituar en beneficio del país. De cualquier manera el costo es enorme.
Los comicios estadounidenses tuvieron muchos elementos de esos que hacen a nuestros políticos afirmar que han sido víctimas de una elección de Estado. Fue una campaña inequitativa, en la que el Partido Republicano de McCain utilizó fondos públicos, lo cual restringía su gasto, mientras que el Democrático de Obama recurría a aportaciones privadas que le permitieron gastar sin límites. Los dos candidatos contrataron tiempos de radio y televisión, cosa que en México está prohibido, aun cuando Obama tuvo muchos más spots al contar con más dinero. Además, Obama utilizó magistralmente el Internet para multiplicar sus impactos propagandísticos y allegarse apoyos financieros.
Los anuncios negativos y verdades a medias, o incluso las abiertas mentiras, fueron constantes en la propaganda electoral. La mayoría de los medios tomó partido por alguno de los candidatos. Una media docena de candidatos no fueron postulados por ningún partido, sin que por ello se les declarara ilegales, pero tampoco tuvieron tiempos de radio y televisión. Hubo irregularidades en muchos lugares donde se votó. Las campañas continuaron hasta el día de la votación y los medios declararon a los ganadores con encuestas de salida sin esperar a que concluyera el conteo de votos.
Ninguna de estas circunstancias hizo que McCain tratara de presentarse como víctima de una elección injusta o fraudulenta. El que haya sido el “candidato pobre” en un proceso inequitativo no le impidió ofrecer su reconocimiento al triunfo de Obama. De hecho, ni siquiera Al Gore en 2000, quien tenía razones mucho más sólidas para protestar el resultado, dejó de ofrecer el discurso de concesión. Lo hizo “en aras de la unidad del pueblo y de la fortaleza de nuestra democracia”.
El que los mexicanos tengamos un sistema electoral más restrictivo e inclinado a la censura, lleno de salvaguardas que sacrifican la libertad para supuestamente garantizar una mayor equidad, no ha hecho que la nuestra sea una mejor democracia. Tenemos en México, de hecho, una democracia sin demócratas. Y sin demócratas no es posible construir una democracia sana, independientemente de las reglas que pueda uno inventar.
TEORÍAS DE CONSPIRACIÓN
No he encontrado hasta ahora ningún indicio que me permita suponer que la caída del avión de la Secretaría de Gobernación en que fallecieron, entre otros, Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos haya sido un atentado. La mayoría de los mexicanos, sin embargo, parecen convencidos del complot. Somos una sociedad desconfiada y enamorada de las teorías de conspiración. Quizá es culpa de la censura que hemos sufrido durante tanto tiempo.
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