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¿Y después de tocar fondo?

María Asunción del Río

Creo que los únicos que no ven lo agobiado que está México con los enormes problemas que lo aquejan son los políticos, especialmente los que ahora mismo se aprestan para proclamarse triunfadores o defraudados. Aunque las efigies de los candidatos y candidatas a diputados nos asalten a cada paso con sus rostros sonrientes y su actitud triunfalista de “aquí no pasa nada”, la verdad es que somos presa tanto del crimen organizado como del desorganizado, y ni sus discursos ni sus sonrisas son capaces de borrar las calamidades que aquejan a nuestro país y a nuestra ciudad, sean desequilibrios naturales o cualquier modalidad de descomposición social. Nos hiere el aumento exponencial del desempleo, la pobreza, la violencia, la inseguridad y, más recientemente, una catástrofe financiera que servirá para justificar muchas tonterías y habrá de repercutir para mal en la esperanza y en los bolsillos menos llenos. Nos daña los índices increíblemente bajos de aprendizaje de nuestros infantes y los muy similares de sus profesores que, de plantón la mayor parte del ciclo escolar, abandonan a los pupilos a su mala suerte, condenándolos a terminar la primaria sin haber aprendido a leer, todo con el beneplácito de la lideresa suprema a quien los asuntos educativos le valen gorro. Las cifras de muertes y atrocidades de cada día son inconcebibles y más el que su acumulación empiece a hacer callo en el alma de muchos mexicanos, insensibilizándolos contra el horror.

¿Qué pasa con México? ¿Por qué hemos llegado a este nivel de problemas? ¿Dónde quedó nuestro Torreón, seguro y confiable, ufano de su modernidad y sus esfuerzos? ¿Cómo perdimos aquello que nos enorgullecía y por qué ya ni siquiera podemos sostener una conversación agradable, sin sentir que cometemos una frivolidad o le robamos su espacio a la catástrofe?

Así las cosas, pienso en la tragedia griega, milenaria y actual, cuyo ámbito es básicamente caos y destrucción. El universo –la existencia del personaje y su entorno inmediato– en el que todo parece ir bien, se derrumba de buenas a primeras al revelarse la fatalidad: los dioses claman venganza por pecados cometidos contra ellos (contra el orden natural) y serán implacables con el infractor. Culpable o inocente, el personaje es víctima del destino y será destruido. Ante su mundo súbitamente hecho pedazos tiene dos opciones: hacer frente a la situación, tratando de resolver algo, lo que sea, aun sabiendo que sus esfuerzos serán inútiles dada la magnitud del caos; o resignarse, asumir que “así le tocó”, huir, alejándose lo más posible del peligro, amparado en la discreción o bajo la sombra de algún poderoso que lo proteja. Si elige la primera opción y trata de reparar los daños afrontando sus consecuencias, sus males se acrecentarán. Su nobleza de espíritu le alienta a encarar la fatalidad; en su lucha posiblemente se hundirá más y el final será el mismo, pero no puede dejar de hacerlo porque es un héroe, porque asume su responsabilidad y porque su estatura moral le impide evadirse. Digno, propositivo y actuante, tendrá que caminar solo, trabajando denodadamente, absorbiendo la desdicha, criticado y abandonado (tal vez admirado) por quienes lo ven a distancia, temiendo que su influjo los arrastre a la destrucción. Quien elige la segunda opción prefiere desaparecer (“mejor aquí corrió que aquí quedó”); se aleja del horror –aunque no del todo, pues en situaciones caóticas nadie queda completamente sano–, pero su actitud cobarde lo borrará de la historia para la cual es sólo un personaje mediocre, indigno de ser recordado.

Los males que sofocan a individuos, familias y naciones no son exclusivos de la tragedia griega ni tampoco lo son las actitudes que se asumen ante ellos. Ahora mismo nuestra patria se hace trizas y nos exige optar: no somos culpables de los problemas de México, al menos no todos ni por completo; si acaso, nuestra culpa mayor ha sido la indiferencia y la tolerancia excesiva: les dejamos hacer lo que han querido, sin exigirles nada. Los malvados se hundirán junto a sus víctimas, como de hecho está sucediendo, pero no es el caso esperar que esto ocurra; tenemos que hacer algo frente a la fatalidad. Pienso que reconocer los orígenes puede ser el punto de partida para reparar los daños.

¿Dónde nace la corrupción que nos envuelve y de la que deriva la mayor parte de nuestros problemas actuales? En mi opinión, la raíz es política. La rebatinga de partidos y el que esta en el poder (del tamaño que sea) se haya convertido en modus vivendi de quienes entrando ya no se quieren salir, conduce al logro de un único objetivo: permanecer, escalar y perpetuarse en el juego político, aprovechando el poder económico que les reporta. Desde el primer día hasta el último en su cargo, el político hace campaña para continuar: el alcalde quiere ser gobernador, el gobernador, presidente; el diputado, senador; el senador secretario, y así sucesivamente. Estar en campaña permanente sustituyó al ejercicio del cargo y el país se fue a la porra. ¿Y el gobierno? es decir, el acto de gobernar, de mantener el orden, de procurar alivio a las necesidades de la comunidad, de preservar y hacer crecer sus recursos, regular sus quehaceres, castigar a sus ofensores, vigilar la aplicación de las leyes; la tarea de supervisar el trabajo de los demás y sus gastos, el cumplimiento de sus responsabilidades, enriquecer el erario y distribuirlo justamente, según necesidades y prioridades, sancionar a los malos elementos, robustecer las instituciones, erradicar la corrupción, cualquiera que sea su color y apariencia…pues se evaporó y por eso estamos como estamos.

Desconozco la solución viable para este México de hoy, pero se me ocurre que un buen principio sería desaparecer los partidos y la carrera política. Que fuéramos capaces de inventar un mecanismo para elegir gobernantes por su capacidad, su honestidad, su patriotismo, su valor cívico, su congruencia entre palabra, pensamiento y acción, y que pudiéramos respaldarlos en la consecución de metas locales y nacionales, sin la intermediación de estas fuerzas partidistas que desde hace tanto tiempo no hacen más que debilitarnos.

maruca884@hotmail.com

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