Con refresco y sonrisas que se desbordaban, un grupo de internos se preparaba para el conteo final y el brindis que despidiera un 2007 que les dejó un sinfín de actividades dentro de la institución. (Fotografías de Fernando Compeán)
El frío, las rejas y la muralla del Cereso de San Pedro no fueron obstáculos para despedir con risas y recuerdos al año viejo y recibir con esperanza y calidez al nuevo año. Internos y custodios compartieron los últimos minutos de 2007 y los primeros de 2008 entre buenos deseos, abrazos y agradecimientos.
SAN PEDRO, COAH.- Para el común de las personas los 12 deseos que se manifiestan a través de las uvas y el brindis al filo de la medianoche del 31 de diciembre, tienen como marco la libertad: pagar las deudas, mejorar los malos hábitos, conseguir un trabajo mejor y hasta encontrar esa media naranja que espera en algún lugar del planeta. Pero cuando se está dentro de muros, privado de la libertad, y las rejas encierran los sueños atrás de unos barrotes, esos propósitos cambian.
Laura es una joven de 24 años que está recluida en el Centro de Readaptación Social (Cereso) de San Pedro. Cumple una condena de 10 años por delitos contra la salud. Es el séptimo Año Nuevo que pasa tras las rejas y sin embargo, los ojos le brillan cuando dice: “mi propósito para este 2008 es ser mejor persona, mejor madre, terminar mis estudios para cuando salga tener un trabajo y educar a mis niños, pero sobre todo, seguir soñando, porque nosotros acá adentro somos tan libres que vivimos todos los días como si fueran el último”.
Son las 10:45 de la noche del 31 de diciembre de 2007. Desde la salida de Torreón el ambiente de fiesta se percibe por todos lados: música, cohetes esporádicos que subían al cielo para despedir el año y personas que conducían aprisa para llegar a casa en busca del abrazo familiar de Año Nuevo.
Llegamos a la puerta del Cereso de San Pedro. Un grupo de internos de la institución nos espera dentro para festejar la llegada del año, brindar y expresar los propósitos para 2008 en una celebración diferente, enmarcada “por barrotes de acero”.
Cuando ingresamos a la institución, todo es diferente a lo que se vive afuera. El bullicio festivo de la ciudad es sustituido por un silencio cómplice del frío. Ingresamos a otra realidad, como si acá los días pasaran al margen de un calendario que no marca fechas especiales.
Sin embargo, el ambiente del Cereso se transforma cuando entramos al patio. En medio de una palapita en la que los internos luchan día a día contra su peor enemigo, el tiempo, nos reunimos para compartir propósitos, deseos y hasta propuestas matrimoniales. La música y las sonrisas convierten en una gran fiesta la noche en el lugar. En medio de los refrescos, la botana y el pastel hay tiempo para todo.
Al llegar las 11:30 de la noche todos se olvidan de las rejas, las condenas, los rencores y le abren paso a los abrazos, las anécdotas y las bromas. “No te vayas a emborrachar mucho con el refresco, toma con moderación que tú eres el conductor designado”, le dice Antonio a Julián, quien le contesta que no se apure, que mañana irán al menudo del mercado de Lerdo, el mejor remedio para la cruda de Año Nuevo.
También las oraciones y los agradecimientos a Dios estuvieron a la orden de la noche. “Le agradezco a Dios por haberme puesto en este lugar, ya que esto me ha enseñado a ser mejor persona, me ha enseñado a valorar a mis hijos, mi familia y mi libertad. Faltan 15 minutos para que se acabe el año y mi mayor propósito es trabajar y ser mejor persona, aprender alguna de las artes que la dirección del centro nos enseña en los talleres. Pero tengo un propósito muy bonito que ojalá se me cumpla, quiero ponerme más hermosa este año, voy a hacer ejercicio, me voy a cuidar y me voy a poner bien guapa”, dice en voz alta Paola mientras se persigna, y sus compañeros le aplauden dándole ánimo.
A las 11:45, la lluvia de deseos y propósitos se arrecia. Todos comparten en medio de un banquete de buenas intenciones y un afecto que convierte la nostalgia de no estar con sus familias en un motivo para empezar de nuevo. Francisco Javier pide perdón por el daño que ha hecho y se propone cambiar de carácter. Braulio desea salir adelante y dejar los malos hábitos. Hugo pretende para este Año Nuevo brincar el obstáculo que para él significa estar ahí, ayudándole a sus compañeros a través de la biblioteca del centro, donde trabaja, y con la cual quiere motivar a sus compañeros para que vean la vida diferente por medio de los libros, la música y el cine, propósitos que, dice, va a cumplir antes que nada.
Cuando le restan 10 minutos al año viejo que pronto va a pasar a descansar en la tierra de los recuerdos, un propósito de uno de los internos, Sergio Antonio, interrumpe las risas y los gritos de sus compañeros: “mis propósitos de este Año Nuevo son: mejorar como hijo, padre, amigo y llenarme de fortaleza; agradecer a Dios por esta oportunidad que me ha dado y si Dios quiere, este año casarme”. Sentada a su lado, con las manos en las bolsas de la chamarra, se encuentra su novia, Martha Patricia, una de las internas del Cereso, quien al escuchar a su compañero, sin importarle el frío, se lleva las manos a la cara, sorprendida y a la vez feliz.
Todos dejan sus grupos de conversación y se colocan alrededor de Sergio y Martha para escuchar la respuesta. Con los ojos llenos del brillo que puede significar una ilusión de vida como ésta, ella nos comparte sus deseos de Año Nuevo: “mi propósito es demostrarle a mis hijos que los quiero mucho, ser mejor persona; también un gran propósito es casarme”, dice con la vos temblorosa. Esta respuesta es un sí que rebota en los oídos de Sergio y en su rostro se asoma la alegría. Sus compañeros aplauden y los abrazan mientras piden a la pareja que se den un beso para empezar el Año Nuevo con amor.
El torero Aurelio Mora brinda con la pareja y habla de sus propósitos de mejorar como ser humano, continuar con el taller de tauromaquia, difundir más la cultura en la institución y ser mejor padre ahora que recién nació su hija.
Los aplausos van y vienen, todos se levantan para calentar los brazos con el objetivo de decirle adiós al año 2007, en una noche diferente para un grupo de personas que no permite que la tristeza salte los altos muros de la institución. El personal de seguridad, atento en todo momento, también abre un espacio en su corazón para alegrarse con las peticiones de los internos, quienes les agradecen por permitirles despedir el año como si fueran una gran familia.
Se aproxima la hora, el reloj marca las 11:58. Los internos se reúnen en círculo, llenan los vasos de refresco, nombran un vocero oficial para la cuenta regresiva de los últimos segundos del año. La música tropical ambienta el lugar. Hugo, al centro del círculo, da el campanazo a tan sólo cinco segundos de que se esfume el año viejo, para que todos en un coro afinado por la esperanza y alentado por la ilusión, griten: “¡5, 4, 3, 2, 1, Feliz Año!”. No hay grandes cenas, licor ni fuegos de artificio, pero sí mucha calidez. Todos corren entre sí encontrándose con abrazos y frases de aliento. Una que otra lágrima se asoma, pero le tiene miedo a la alegría del Año Nuevo.
Los primeros minutos del año transcurren entre algunos pasos de baile y los agradecimientos que los internos manifiestan al personal de seguridad que deja de lado por un momento las jerarquías e intercambia abrazos con los reos.
El jefe de seguridad y custodios de la institución, el comandante Gregorio Navarrete, también comparte un propósito de Año Nuevo: “mejorar como persona, apoyar a los internos y demostrar que con buen trato se logran mejores resultados con la población interna”.
Así, en medio de paz y armonía, el festejo termina a las 12:15 del primero de enero de 2008. A la orden del comandante los internos pasan a sus dormitorios, en donde seguro soñarán con una futura celebración de Año Nuevo, pero ahora en libertad.