El 21 de septiembre, los Yanquis de Nueva York de muchas épocas doradas como Yoghi Berra se despidieron de su viejo Yankee Stadium, con el último triunfo en su historia de 85 años, 7-3 a Orioles de Baltimore. (EFE)
Una de las despedidas más sentidas en 2008 fue el adiós del Yankee Stadium.
Babe Ruth, Mickey Mantle y Lou Gehrig se quedaron sin hogar. La casa del aúra y la mística cerró sus puertas para siempre, dejando a los legendarios fantasmas en busca de un hogar en otro lado que no sea la 161 y River Avenue.
Aquel 21 de septiembre, el Yankee Stadium se despidió de toda actividad. La casa que Ruth construyó dijo adiós precisamente ante el equipo de la ciudad natal de ‘El Bambino’, los Orioles de Baltimore. Lagrimas, leyendas y sonrisas. Miles de aplausos. Recuerdos de éxitos y el sinsabor de una despedida sin postemporada. Se reunieron en ese lugar.
Ruth, quien fuera velado en el jardín central en 1948, Gehrig, quien diera su discurso de ‘El hombre más afortunado sobre la tierra’ en 1939 Mantle, fallecido en 1995 y Joe DiMaggio también estuvieron ahí.
Era el momento de decir adiós y ninguna leyenda se lo podía perder. Después de todo fueron 85 años de ser la casa de los Yanquis de Nueva York.
Más de tres cuartos de siglo en los que Yankee Stadium fue la casa de 27 equipos campeones del mundo. El ambiente, lejos de festivo, era nostalgia a su máxima expresión, la casa más famosa del béisbol sería permanentemente cerrada.
La grama que nunca pisó Fernando Valenzuela, la loma que fue territorio infranqueable de Alfredo Aceves apenas 24 horas antes y las almohadillas en las que Juan Gabriel Castro convirtió la última doble matanza en la historia del inmueble nunca más volverían escuchar el rugir de la gente.
Icónico en su máxima expresión, por una sola noche Yankee Stadium fue más grande que el equipo al que albergó. Al grado que figuras del presente y pasado, los mismos que dejaron en ese inmueble partes de sus vidas, se llevaron un poco de tierra, y muchos más recuerdos a casa.
No era para menos la ocasión. Un nuevo gigante de mil 300 millones de dólares lo contemplaba desde la cuadra conjunta, presagiándole el final.
Un gigante que compartiría su nombre, pero que tendrá que forjar sus propios recuerdos. Tarea nada sencilla cuando su predecesor fue casa y templo de los jugadores más grandes del Rey de los Deportes.
Los Orioles, al igual que los Yanquis, llegaron prácticamente eliminados de toda posibilidad de trascender esa campaña. Pero tuvieron la oportunidad de disputar, tal vez el juego más recordado de la temporada.
La fecha que muchos no querían vivir, llegó. Mariano Rivera tomó su último larga caminata desde el bullpen y el cielo se iluminó en medio de la noche para una última fotografía.
Rivera, con toda justicia, hizo el último lanzamiento al plato, el mismo que verá strikes y bolas pasar en el nuevo estadio.
El último cuadrangular, marca de la casa desde sus inicios, cuando Ruth conectó el primero, fue, sin embargo, de alguien inesperado, el receptor boricua José Molina, un batazo de dos anotaciones en la cuarta entrada.
La pizarra de 7-3 no dice la historia de esa tarde. El triunfo neoyorquino tuvo un amargo sabor. No más aura y mística. No más “Casa que Ruth construyó” y no más discursos históricos que presumir.
Yankee Stadium pasará ahora a convertirse en un parque público, donde algún día los abuelos se sentarán en una banca y contarán a un pequeño de las leyendas y logros que se vivieron en ese mismo lugar, a la sombra de un portentoso estadio, hermoso en su exterior, pero sin alma.
A partir de la próxima temporada, Alex Rodríguez, Derek Jeter y Rivera tendrán una nueva casa. Una oportunidad para aumentar su legado. Sin embargo, desde septiembre, una parte que jugó un papel igual de importante en la obtención de los 27 títulos de los ‘Mulos de Manhattan’, el aura y la mística, no tendrán la oportunidad de extenderse.
Ruth, testigo mudo y viviendo a través de su nieta, quien hizo el primer lanzamiento en esa noche fresca de verano, vagará junto con otros legendarios Yanquis en busca de una nueva casa.
Pero no serán olvidados. Es imposible hacerlo cuando han portado la franela más influyente en la historia del deporte y más importante aún, cuando hicieron del Yankee Stadium el palacio del Rey de los Deportes. “Hoy, me siento, el estadio más afortunado sobre la faz de la tierra”, diría Yankee Stadium si pudiera hablar.
“Mítico coso en Nueva York”
Nacido un 18 de abril de 1923 ante la necesidad de un hogar propio para los Yanquis de Nueva York y el de competir con el Polo Grounds, el Yankee Stadium creció hasta convertirse en una de las sedes deportivas más importantes, no solo de los Estados Unidos, sino a nivel mundial.
Si bien el nombre, en si mismo, narra parte de la historia, al ser casa de 27 equipos de los Yanquis en ganar la Serie Mundial. Es también parte vital en la evolución del beisbol como “Pasatiempo Nacional en los Estados Unidos”, habiendo albergado la Serie Mundial más años (45) de las que no los tuvo (40), además de ser casa del 21 por ciento de los juegos en la historia de las Series Mundiales.
El beisbol, obviamente, fue la razón de su nacimiento y crecimiento, sin embargo, una sede tan especial (fue el primer estadio con pizarra electrónica, y el primer estadio de beisbol de tres pisos), no sólo ha sido testigo de ponches y jonrones.
Nocauts, goles, touchdowns y protestas. Tributos, conciertos de rock y funerales. El ícono del Bronx lo ha visto todo. Tres ex Cardenales han utilizado sus vestuarios: Roger Maris, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II.
Inspirado en sus inicios por el Coliseo Romano, Yanqui Stadium sufrió una transformación en 1973, como regalo de su 50 aniversario. Y un cuarto de siglo después, se le ha firmado su sentencia de muerte.
Su epitafio está por escribirse, pero “La Casa que Ruth Construyó”, ya dio su último respiro entre aplausos y lágrimas, entre fantasmas y leyendas. Pero principalmente, entre las páginas del deporte mundial que vivieron grandes momentos en la 161 y River.