En la obra clásica Historia de dos ciudades de Charles Dickens describe su época, pero también la nuestra cuando dice:
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación; todo lo poseíamos, pero no teníamos nada”.
El texto nos dice todo y no nos dice nada, quizá busque traslucir la ausencia de moralidad en las relaciones humanas, la falta de sensibilidad humana en la ciencia, la escasez del carácter en el conocimiento, la carencia de la ética en los negocios, la necesidad de principios en la política y la carencia de trabajo para conseguir riquezas.
En síntesis, el mensaje de la obra pudiese ser que no se pueden tomar decisiones eternas sin que haya consecuencias eternas.
Hay una fábula en cuanto a Euclides, El Faraón y la Geometría. Se cuenta que el Faraón, asombrado por algunas de las explicaciones y demostraciones de Euclides, tuvo el deseo de aprender Geometría y Euclides sin límite alguno empezó a enseñarle.
Al estudiarla por un breve periodo, el Faraón hizo llamar a Euclides diciéndole que el proceso era demasiado lento para él. Él era Faraón y debería haber un atajo más corto, no deseaba utilizar todo su tiempo aprendiendo Geometría y fue entonces cuando Euclides expresó una verdad tan contundente como un axioma matemático: “No hay un atajo real para la Geometría”.
Igual no existe un atajo real para ser feliz, para triunfar, ni para tener éxito si no hay gran empeño, paz y armonía en el interior, una visión positiva de futuro y un propósito de vida.
La calificación más alta es el resultado de cada tema, de cada prueba, de cada clase, de cada examen, de cada trabajo. Cada esfuerzo, cada acto perseverante, cada decisión correcta nos lleva a cumplir nuestros propósitos.
Es importante que nuestra vida tenga rumbo, propósitos, quien lo tiene, tiene la mitad del camino recorrido. Un hombre sin propósito es como un barco sin timón, un desamparado, un don nadie, tener un propósito en la vida le da tanta fuerza, a tu mente, a tu cuerpo, a tus músculos, a tu espíritu, como la brújula da rumbo al navegante.
Quizá la tarea más importante sea hacer florecer nuestro espíritu, desarrollar nuestra esencia, darnos cuenta de lo que somos a través del autoconocimiento, que no es otra cosa que el camino de la liberación de nuestros miedos y rencores, lograr una revolución sobre nosotros mismos.
Así como la naturaleza florece, nuestra esencia también puede florecer llevándonos al encuentro de nuestra luz, al redescubrimiento de lo que somos, sólo tenemos que afrontar el sentimiento de partir para valorar la alegría del regreso, principiar a moler los granos del trigo para conocer el sabor del pan, en síntesis arriesgarnos a perder para tener la oportunidad clara de ganar.
Para conseguir éxito en nuestras tareas fundamentar es planear nuestro futuro con un propósito, porque aquel que no sabe a dónde va, jamás encontrará el camino.
Epitafio –el viejo bolero del pueblo– se encontraba algo confundido por la situación que estaba viviendo en su matrimonio, por lo que decide visitar al afamado doctor Roldán:
––Doctor, tengo un problema, mi mujer me está engañando con otro hombre y no me crecen los cuernos.
El galeno estupefacto dice:
––¡Pero lo de cuernos es un decir, una metáfora, una ficción! realmente los cuernos no crecen.
––¡Ay, qué alivio, doctor!... yo creía que me faltaba calcio.
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