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150 años de cárcel

GILBERTO SERNA

En realidad es una prisión por lo que le resta de vida. Bernard Madoff, en la actualidad de 71 años de edad, nació el 29 de abril de 1938, realizó el timo más grande que se haya visto en este mundo, trabajando durante más de dos décadas, con un embaucador esquema de inversiones de las cuales percibió más de US $50,000 millones, lo que lo convierte en el mayor fraude de la historia, llevado a cabo por una sola persona. La gran estafa consistió en tomar capitales de empresas o particulares ofreciendo grandes ganancias, pagándoles a los primeros inscritos lo acordado para poco a poco dejar de cubrir las supuestas ganancias a los demás. Lo que particularmente no es extraño a los mexicanos quienes durante años, con el garlito de las "pirámides" han venido sufriendo la pérdida de sus ahorros. Hay que señalar que son incautos que, en tiempos de crisis económicas, como los que vivimos, se ven acuciados por la necesidad de obtener mayores réditos que los que ofrece el mercado cayendo en las redes de bribones que sin ningún empacho, ofrecen pingües intereses haciendo atractiva, para los ingenuos que caen en el gambito, el invertir su dinero.

Bien, no se trata de hablar sobre cómo despelucan a bisoños en el arte de buscar mejores dividendos, sobre todo a viudas, sino de cómo aquí en México los defraudadores en vez de encarcelados, resultan protegidos por las autoridades. Si la memoria no nos falla, hubo un caso paradigmático de cómo se acostumbra a hacer justicia cuando se trata de un pez gordo. A Carlos Cabal Peniche el escándalo lo persiguió por años pasando de ser un ejemplo de empresario audaz y próspero, a quien dijo el Presidente de la República se debería imitar, para pasar a ser un prófugo de la justicia, quien encontrado escondido en Melbourne, Australia, fue detenido, trasladado a México, saliendo libre sin haber pisado siquiera el umbral de la cárcel, no obstante que había sido consignado por fraude maquinado, evasión fiscal y "lavado" de dinero. Se le apodaba "el rey Midas", su fortuna se calculaba en 1,100 millones de dólares. Averiguaciones mal integradas, delitos que se dejaron prescribir y errores en el procedimiento, fueron las llaves que permitieron a Cabal Peniche, dueño del Banco Unión-Cremi, salir del embrollo.

Hubo otro sonado caso, el del famoso banquero Ángel Isidoro Rodríguez, alias El Divino, que presidió el grupo financiero Asemex-Banpaís, al que la justicia exoneró de un presunto fraude de 440 millones de pesos, extraditado desde España para responder por varios cargos y puesto en libertad bajo fianza, quien ganó una a una todas las batallas judiciales gracias a "defectos" en la instrucción de los sumarios y a vacíos en la legislación financiera, por lo que nunca ingresó a prisión. Las autoridades judiciales se negaron a ordenar la aprehensión de El Divino debido a que no podía ser acusado de funcionario o empleado de Banpaís cuando presidía su consejo de administración; fue el último caso, comentado en la prensa, al que se le dio carpetazo. Se le veía orgulloso de sí mismo, retador cuando caminaba con sus abogados rumbo al edificio del Poder Judicial. Se sabía intocable. La justicia le hacía los mandados y se comía los pilones.

Esta manera de visualizar la aplicación de la justicia ha dado al traste con la confianza que debería prevalecer en nuestro entorno. No sólo en las instituciones públicas sino en todo aquello que tenga que ver con el Gobierno. El ciudadano se ve compelido a no creerles. En aquella época, se vio a El Divino correr buscando que la justicia no lo encontrara hasta que se dio cuenta que en este país al que roba un pan para comer lo refunden en la cárcel previa golpiza que le propina un par de gorilas, en tanto que quien roba millones se le ve desparpajado. Al Divino, se le vio desenvuelto, ufano por haber hecho lo que quiso, dándose el lujo de tachar el proceso de intervención a Banpaís, mediante denuncia que presentó en contra del gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz y de Eduardo Fernández, en ese entonces titular de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, por abuso de autoridad, ejercicio indebido del servicio público, falsificación de pruebas, ¡administración fraudulenta!, y extorsión en la intervención que se hizo al grupo financiero.

No voy a decir que nunca han producido fenómenos de la misma laya, dignos de ser criticados, pero cabe decir que en el caso de la justicia de allá hizo su trabajo. En cambio la de acá se sujeto a los vaivenes de la política, dejando un amargo sabor de boca. Eso se llama impunidad, traduciéndose en un relajamiento del orden público. El pueblo se ha dado cuenta que debe tener los ojos abiertos, no de ahora sino de años atrás en que los políticos se dieron un atracón de favoritismos, componendas e iniquidades haciendo las cosas sin tomar en cuenta que ofenden los sentimientos comunitarios.

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