El 24 de noviembre de 1859, esta semana serán 150 años, vio la primera luz (como dicen las crónicas de sociales) una de las obras fundamentales de la Modernidad, destinada a poner de cabeza muchas ideas que habían resistido los siglos contra viento y marea, y semilla indiscutida de no pocas áreas de las Ciencias de la Vida. El título no dejaba lugar a dudas sobre su revolucionario tema: “Sobre el Origen de las Especies a través de la Selección Natural, o la Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida”. Sí, los escritores de aquellos tiempos tenían la manía de que los títulos de sus obras fueran casi tan extensos como las mismas.
La obra recogía las observaciones, intuiciones y correlaciones hechas a lo largo de varias décadas por su autor, Charles Darwin; éste no quería dejar ningún hueco en su exposición, y cotejó maníacamente cada dato o conclusión en su obra. De hecho, no la entregó a la imprenta sino cuando se enteró que otro naturalista, Alfred Russell Wallace, iba a publicar conclusiones semejantes a las suyas. De no haber obrado esa circunstancia, es posible que Darwin se las hubiera ingeniado para que su libro apareciera de manera póstuma. Con lo cual se hubiera ahorrado muchas broncas en lo que le restaba de vida.
Y es que “El Origen de las Especies” (nombre abreviado con el que apareció en ediciones posteriores) constituyó un cataclismo en cuanto a la noción que se tenía del mundo, el desarrollo de la vida, el pasado de la Tierra y cómo los hombres terminamos siendo lo que somos. Muchas concepciones seculares quedaron patas arriba, y se abrieron numerosas avenidas para nuevos campos del conocimiento. Pocos libros científicos han tenido un impacto tan importante no sólo en su ámbito de especialidad, sino en las nociones que el público común, el hombre de la calle, tiene de muchas cosas.
Como suele ocurrir, fueron los no especialistas (en campos tan diversos como la prensa y el púlpito) quienes se ocuparon de educar sobre la obra, precisamente, a ese hombre del montón que apenas (si acaso) había recibido algún tipo de formación científica. Y procedieron a torcer, tergiversar y simplificar las magníficas ideas de Darwin. Quizá no haya habido un autor peor interpretado y más vilipendiado por las razones equivocadas que él.
Como ya habíamos comentado en este mismo espacio, con motivo del 150 aniversario de su nacimiento (Véase “Los días…”, Febrero 15, 2009), muchas de las cosas que se supone planteó, dijo o defendió Darwin, él ni cuenta. Por ejemplo, jamás propuso que el hombre desciende del chimpancé (si así fuera, de acuerdo a sus propias normas, no habría chimpancés). La idea del Darwinismo social (la supervivencia de los más aptos en la sociedad capitalista; y los ineptos, que se vayan mucho a…) no fue de Darwin, sino una de tantas simplificaciones de sus ideas que tomaron rumbos para él insospechados. Y así le podríamos seguir con muchos de los planteamientos de “El origen…”, que pasaron al conocimiento del vulgo como… vulgares refritos o tergiversaciones de sus conceptos.
Los cuales, además, no tienen nada de oscuros. Digo, “El origen…” no es una obra profunda y plúmbea de física cuántica (esa que ahora está tan de moda entre los charlatanes espirituales). Es un libro que resulta perfectamente inteligible a la primera para un lector medianamente cultivado (los que en México, gracias a la Lideresa del Magisterio y su corruptísimo e inútil sindicato, son tan escasos como cuervos blancos). Además de que las ideas llevan una secuencia lógica admirable en su linealidad, salpicadas con observaciones y ejemplos tomados de medio mundo. Eso fue lo que causó tanto escándalo y furor en la Europa de hace siglo y medio: la argumentación del libro era impecable, inatacable. Por tanto, sus enemigos procedieron a desacreditarlo por medios no racionales. Así empezó la campaña de vulgarización y denigración de las ideas darwinianas… que en algunos casos, sigue viento en popa en algunos lugares, especialmente ciertos estados de la Unión Americana.
Que las especies se adaptan al medio ambiente; que aquellas que lo hacen más efectivamente tienen mayores probabilidades de sobrevivir y dejar descendencia; que las variaciones y alteraciones son heredables; que los inadaptados pueden extinguirse; que los cambios paulatinos alteran de tal manera al organismo que con el tiempo se produce una nueva especie: hubo una evolución de la especie A a la especie B; todo ello fue esbozado y argumentado de manera formidable por Darwin en “El origen…”. Le dio una racionalidad científica a ciertas observaciones que habían sido debatidas desde fines del Siglo XVIII. Por ejemplo, los fósiles de dinosaurios quedaban así plenamente explicados: esas enormes bestias desaparecieron cuando las condiciones cambiaron de tal manera que no se pudieron adaptar… a diferencia de sus émulos del PRI, que quieren regresar a saquear lo que queda del país.
Hoy en día la evolución como la esbozara Darwin en sus líneas generales no es cuestionada por prácticamente nadie al que se pueda considerar seriamente. Las diversas iglesias (cristianas o no) han sabido (la mayoría) conciliar sus creencias con ese hecho incontrovertible. De hecho, las evidencias de que iba por buen camino empezaron a aparecer en vida del autor: es famoso el caso de la palomilla inglesa que, siendo originalmente blanca, se volvió marrón cuando su hábitat se llenó con el hollín de las fábricas de la Revolución Industrial. Las que siguieron siendo tercamente blancas (que no se adaptaron) eran devoradas más fácil y rápidamente por los predadores, que las identificaban por el contraste con el fondo oscuro de árboles, paredes y suelos. Y cuando uno es devorado, está difícil reproducirse y heredar características. El caso de la palomilla, además, puso en evidencia que las mutaciones o adaptaciones pueden ser rápidas, sin necesitar los lapsos largos que Darwin había supuesto.
¿Puede haber involuciones, esto es, evoluciones hacia atrás? ¿Pueden las especies degradarse, degenerarse, en vez de avanzar y ser más aptas? Cualquiera que vea a la clase política mexicana, especialmente las presupuestívoras subespecies legislativa y gubernatorial, se ve tentado a suponerlo. Darwin fue muy claro: puede ocurrir algo así; pero la naturaleza se encargará de hacer desaparecer a esas mutaciones inútiles, experimentos fallidos, escoria desechable del juego de la vida.
Al menos ese consuelo nos queda.
Consejo no pedido para que su cónyuge lo considere el mejor Homo Erectus conocido: vea hoy a las 9, en el Discovery Channel, un especial sobre Darwin. Provecho.
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