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200 años de Lincoln

LOS DÍAS, LOS HOMBRES, LAS IDEAS

Francisco José Amparán

Los aniversarios número 200 de cierta importancia se encadenaron este año. Hace unos días, el de Charles Darwin; y hace todavía menos días, el de Abraham Lincoln, un presidente de los Estados Unidos sobre el que pesa una mitología que a veces desdibuja su verdadera esencia histórica.

La mitificación de Lincoln es uno de esos fenómenos de creación y evolución de imagen que debería estudiar mucha gente, desde los mercadotecnistas hasta los antropólogos sociales. Por ello vale la pena hacer una serie de precisiones sobre el peso específico que Lincoln ha tenido; pero sobre todo, el que tuvo en vida, para que veamos que era un personaje más simple y más complejo, al mismo tiempo, de lo que generalmente se cree.

Empezando porque es el Benito Juárez (su contemporáneo) de los Estados Unidos. O sea, el ejemplo de que sin importar bajo qué vicisitudes nació uno, con tenacidad, esfuerzo y dedicación se puede llegar a donde se quiera. Aquí en México nos enseñan que Juárez nació en una paupérrima comunidad rural indígena, no hablaba castellano y no fue a la escuela sino hasta que perdió los borregos del tío Juan Bernardino (todos los indios tenían un tío Juan Bernardino) y tuvo que pelarse a Oaxaca. Ahí aprendió español, a andar con zapatos y se metió a estudiar abogacía; luego brincó a gobernador del estado y presidente de la república. Moraleja: pierde los borregos y llegarás a Los Pinos. No sé qué lección le estamos dando a los niños con este ejemplo.

A los infantes gringos les enseñan que Lincoln nació en una cabaña hecha de troncos (como una buena parte de los nacidos en 1809

Lincoln nació en lo que entonces era el Salvaje Oeste: Kentucky; pero la mayor parte de su carrera la hizo en un estado un poco (pero sólo un poco) más civilizado, Illinois. Ciertamente tuvo que batallar para ganarse la vida, e incluso le hizo la lucha como inventor: hace unos 40 años se descubrió una solicitud de patente a su nombre, para una especie de elevador de barcos para brincar barras de arena en el río Mississippi; o algo así. Que sepamos, nadie construyó nunca la mentada máquina. Pero de que le latía el corazoncito de Ciro Peraloca, ahí está la prueba.

Como en el caso de Juárez, Lincoln llegó a la presidencia de chiripa y sin que estuviera destinado a ella. En 1858 había saltado a la atención nacional participando en una serie de debates con su rival por el asiento senatorial de Illinois, Stephen Douglas, que fueron ampliamente difundidos gracias a los modernos tirajes periodísticos de la época. ¿El tema principal? La expansión de la esclavitud en los territorios de occidente poco antes arrebatados a México. Lincoln perdió la senaduría, pero se hizo popular entre quienes consideraban que había que pararle las patas al Sur, que estaba empeñado en instaurar su despreciable institución en los estados que se fueran erigiendo en los enormes territorios del oeste. El joven Partido Republicano no halló una figura mejor conocida, tan poco polémica o tan congruente, y lo postuló a la Presidencia en 1860. Su plataforma política era clara: la esclavitud podía continuar donde ya existía; pero no podía expandirse a territorios en los que no había sido introducida aún.

Los demócratas, cuya base de poder estaba en el Sur, se dividieron por la misma cuestión. Los que abogaban por la expansión postularon a John C. Breckinridge; y los opuestos, al mismo Douglas. Para fruncir lo arrugado, había otro partido, el de la Unión Constitucional, al que podríamos catalogar de centristas tibios, cuyo candidato John Bell terminó de dividir el voto en el Sur.

Lincoln ganó en el colegio electoral de calle, aunque recibió menos del 40% del voto popular. No obtuvo un solo voto electoral en el Sur (de hecho, en la mayoría de los estados esclavistas ni siquiera apareció en la boleta). Lo fracturado de la república norteamericana no podía ser más evidente.

Al mes de las elecciones, y con Lincoln ya declarado presidente electo, Carolina del Sur (el estado más rabiosamente pro-esclavista) optó por la secesión: no toleraría ser gobernada por quien atentaba (según ellos) contra la "forma de vida del Sur"

La guerra fue un asunto complicadísimo y muy extenuante para Lincoln. Aunque la Unión tenía una enorme ventaja material (el 90% de la industria y las vías férreas estaba en el Norte), el Sur tenía comandantes mucho más aptos y soldados que creían en aquello que estaban defendiendo. Los primeros dos años de la guerra fueron de continuas derrotas para el Norte, especialmente debido a la ineptitud de sus mandos. Se dice que, cuando en una incursión rebelde fueron capturados dos generales y varias docenas de caballos, Lincoln lamentó mucho más la pérdida de los equinos.

Para colmo, Lincoln tenía que lidiar con otros problemas: por un lado, la Intervención Francesa en México, que aprovechó la oportunidad de que EUA no podía ejercer la Doctrina Monroe; y por otro, Mary Todd, su esposa, que si no estaba totalmente loca, lo fingía muy bien. El Honesto Abe (como lo llamaba su propaganda) se merece un lugar entre los mártires de la historia nada más por no haber estrangulado a su cónyuge.

Contrario a lo que se suele suponer, Lincoln no era particularmente amado por la gente. Muchos consideraban absurda la guerra: si el Sur se quiere separar, ¡que Dios los bendiga! Asimismo, su pieza de oratoria más conocida, el Discurso de Gettysburg, fue considerado por la prensa de la época (y por él mismo) como desastroso (por lo breve). Sólo después sería considerada una de las grandes piezas retóricas en inglés de todos los tiempos.

Fue precisamente aprovechando la victoria en Gettysburg de julio de 1863 (que pudo haber sido decisiva, si el bruto de Meade no hubiera dejado huir a Lee) que Lincoln abolió la esclavitud en todo el territorio de la Unión

Claro que el martirio de Lincoln, recién reelecto y a dos semanas de haber ganado la guerra, tienen mucho que ver con su imagen histórica. Pero considerando lo que le tocó vivir, y cómo sorteó las cosas, sin duda que es uno de los grandes estadistas del Siglo XIX. De cualquier parte.

Consejo no pedido para ser del pueblo, por el pueblo y para el pueblo: lea "Lincoln", de Gore Vidal, escrito con toda la ponzoña de que es capaz el buen Gore. Provecho.

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