And the banker never wears a Mac In the pouring rain / very strange
Beatles, "Penny Lane"
Seguimos con los aniversarios, y espero que esta retahíla de conmemoraciones no esté cansando al lector. Pero qué quieren: son pretextos perfectos para repasar (o darles una repasada, que no es lo mismo) a algunos personajes e ideas que han resultado interesantes y trascendentes.
Por ejemplo, en estos días se celebra el 25 aniversario gozoso de un prodigio de máquina, a la que todavía extrañamos; y el aniversario luctuoso de un hombre al que muchos le deben esa permanente locura que es el ser lectores consuetudinarios; o, mayor locura aún, el ser escritores.
A principios de 1984 salió al mercado la primera computadora personal que hizo realmente simple el manejo de esas chunches, y que debutaba algunas características que hoy nos parecen indispensables (como el mouse); y también por esas fechas murió, a los 70 años de edad, el escritor galo-argentino Julio Cortázar.
Vayamos de la máquina al personaje.
La computadora Macintosh fue la gloria y prez de la compañía Apple. No sólo su sistema operativo desafiaba el monopolio de esa cochinada que es el Windows; no sólo fue promovida por el anuncio de televisión más famoso que sólo se ha transmitido una vez (a medio tiempo del Super Tazón XVIII, cuando los Raiders de Los Ángeles le pasaron por encima a los Pieles Rojas de Washington, en una de las grandes sorpresas del Super Domingo; al rato, más sobre esto); y no sólo introdujo el uso de íconos para identificar documentos, carpetas y programas; sino que también estrenó un adminículo (el "ratón") que, un cuarto de siglo después, se sigue empleando prácticamente del mismo modo y tiene la misma forma básica. Si se fijan, un récord improbable en una época en que la tecnología deja todo atrás en menos de una década.
La Mac (como todos la conocemos familiarmente) debe su nombre a su diseño original: el exterior era una especie de caja en una sola pieza, que guardaba la circuitería como una coraza; no, más bien como un Macintosh, esos abrigos con impermeable añadido que usaba Sherlock Holmes (y no usa el banquero en Penny Lane).
Alguien del equipo de diseño sugirió la semejanza del caparazón de la máquina con esa prenda de vestir, y de ahí salió el bautizo, uno de los más afortunados en la breve historia de la computación. Y a propósito del caparazón: si uno lo removía, en el interior podían verse las firmas de todos aquellos que habían participado en el diseño de la máquina: un tributo al trabajo de equipo.
En esa época el H. H. H. Tec de Monterrey tenía máquinas Apple II, que la verdad eran medio fastidiosas, con sus discos floppy de ocho pulgadas y ¡256 kilobites de memoria! (El equivalente a unos siete u ocho textos como éste, aunque no necesariamente de tanta calidad).
Cuando en el Tec nos entregaron nuestras primeras Macs, fue como la Segunda Venida de Cristo: con el mouse se podían escoger en un instante documentos y programas de gran calidad (WriteNow era mil veces mejor que Word
Por supuesto, hoy en día se puede considerar a la Mac como primitiva, limitada y pedestre. ¿El monitor era en blanco y negro? me preguntó hace poco mi hija adolescente, poniendo ojos de plato. ¿Se necesitaba un disco duro exterior para tener un mega de memoria? Sí, sí, a todo sí. Pero entiendan que, en aquellos tiempos heroicos, la Mac era el futuro en el presente.
Ya sabemos lo que ocurrió: Steve Jobs no permitió que el sistema de Apple se usara en máquinas no construidas por Apple; en tanto que Windows se podía usar hasta para manejar (mal) la próstata de un viejito; en unos cuantos años triunfó el programa inferior, pero universalmente usado del bucanero con cara de niño bobo Bill Gates.
Lo que se suponía no debía ocurrir: el famoso anuncio (¡Hey, era 1984!), dirigido por Ridley Scott (sí, el de Gladiator, Black Hawk Down, Alien, Blade Runner
Hoy en día hay quienes pagan miles de dólares por ciertos modelos primigenios de la Mac. (Yo doné la mía, hace muchos años, a una caridad; supongo que eso pasa a mi Haber en la Cuenta Maestra de mi karma).
De hecho, pese a haber desaparecido del mercado hace tanto tiempo, muchos nostálgicos seguimos recordándola con cariño, algo así como un primer amor perdido, de los que ni se olvidan ni se dejan.
Por esas mismas fechas moría de cáncer Julio Cortázar, soberbio escritor de cuentos, novelas y ensayos (igual que Cervantes, como poeta era ma-lí-si-mo) que emocionara a muchos jóvenes lectores de los años sesenta y setenta.
Obras maestras como "Rayuela", "62/Modelo para armar", "El libro de Manuel", "Bestiario" fueron los primeros atisbos que muchos tuvimos a una literatura que no se dejaba leer tan fácil y que tenía oscuros recovecos, cerezas envinadas dentro y deliciosas trampas de miel en las que uno tenía que caer. Los volúmenes de ensayos ("La vuelta al día en ochenta mundos", "Último round") mostraban cómo se podía hacer una crítica lúcida de todo sin caer en los lugares comunes tan frecuentes en ese (¿Eseeeee?) entonces. La exploración verbal e imaginativa de los textos de Cortázar nos convencieron que la literatura era una aventura arriesgada, a veces difícil, pero sublimemente gozosa.
Cortázar fue un referente obligado para varias generaciones de lectores hispanoparlantes, incluida la de un servidor.
Cortázar fue enterrado en el cementerio de Montparnasse. Su tumba está a unos sesenta, setenta metros de la de don Porfirio. Ambas tienen siempre recuerdos de sus admiradores: la de Díaz, por lo general flores. La de Cortázar, cigarros Galoises, los que le encantaban (nunca supe por qué; pican la garganta horrores) y lo llevaron, precisamente, allí.
En fin, que vale la pena recordar máquinas y escritores que, sin querer queriendo, nos dejaron huella. Salve la Mac. Salve el Gran Cronopio.
Consejo no pedido para encontrar a la Maga: ¿No ha leído todavía "Rayuela"? ¿Qué espera? Láncese cuanto antes a una exquisita experiencia que lo ha estado aguardando durante toda su vida. Provecho.
PD: Un abrazo a las familias Mafud Kaim y García Molina.