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40 años en la Luna (Y no, no me refiero al PAN)

Los días, los hombres, las ideas

JOSÉ FRANCISCO AMPARÁN

En la semana que hoy comienza se conmemora el 40 aniversario de la llegada del hombre a la Luna. Tan notable fecha se presta para algunas reflexiones: sobre lo que el evento constituyó, lo que deja ese tipo de empresas, y lo que hemos cambiado todos nosotros en estas cuatro décadas.

Habría que empezar estableciendo que el brinquito que dio Armstrong para posar su pie en el polvoso suelo lunar fue la culminación de lo que quizá haya sido el proyecto más complejo de la historia humana. Es difícil imaginar la conjunción de más esfuerzos, cerebros y dinero, durante tanto tiempo, y habiendo tantos obstáculos. Y todo ello, por un reto lanzado por un hombre que ni siquiera vivió para ver el fruto de su bravata.

Efectivamente: el Proyecto Apolo (que a su vez fue antecedido por los Proyectos Mercurio y Géminis) nació de la promesa que John F. Kennedy hiciera en un discurso el 12 de septiembre de 1962. En él comprometió a su país a enviar un hombre a la Luna y traerlo de regreso a salvo (si no, qué chiste) antes de que concluyera la década. O sea que le dio a Estados Unidos poco más de ocho años para lograr tal hazaña. Y esbozó los propósitos detrás de semejante embarcadota: "Escogemos ir a la Luna (

Lo que no dijo Kennedy era que emprender ese camino era una carambola de varias bandas. Por un lado, la ciencia dura y la tecnología generadas por el programa espacial servirían para darle un quién-vive a los soviéticos en relación a cohetería, computadoras electrónicas y hasta nuevos materiales: todo en el marco de la Guerra Fría, que un mes más tarde llegaría a su punto culminante con la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Además, uniría a los norteamericanos en una empresa no bélica en momentos en que Kennedy sentía que era necesario cohesionar a la sociedad de su país, estableciendo miras muy altas y en pos de un objetivo igualmente elevado. Y, como lo dijo en el discurso, sacaría a flote las mejores virtudes de su país: la imaginación, el ingenio, el espíritu pionero y emprendedor. No se equivocó.

Los soviéticos andaban en las mismas (por eso durante toda esa década se habló de "la carrera espacial"), pero se plantearon metas menos ambiciosas. Se dieron cuenta que andar poniendo rusos en nuestro romántico satélite saldría carísimo, y no era cuestión de andar gastando la pólvora en infiernitos por simple prestigio. Pensaban, además (y en eso tenían razón), que era más provechoso enfocar sus baterías a estudiar y perfeccionar la estancia del hombre en el espacio durante tiempos prolongados

Y claro, muchas cosas podían salir mal. Al empezar la planeación del viaje a la Luna, el conocimiento práctico (y hasta teórico) que se tenía sobre casi todo lo relativo al espacio estaba más lleno de agujeros que la conciencia de un político mexicano. Hubo que improvisar muchas cosas sobre la marcha, se tuvo que generar ciencia a mil por hora, hubo que congregar a los mejores cerebros de esa generación para dedicar millones de horas-nalga a problemas que no tenían nada qué ver con la solución de problemas prácticos. Para mucha gente, aquello era un desperdicio enorme de recursos, tiempo, dinero y sustancia gris.

Sin embargo, viendo las cosas retrospectivamente, los resultados tanto concretos como intangibles del programa espacial justificaron todos los sacrificios. Hasta desde el punto de vista práctico: el recubrimiento de las hojas de afeitar inoxidables que usa a diario, amigo lector, provino de las investigaciones sobre resistencia de materiales del Proyecto Apolo. Las ciencias computacionales dieron un brincote en esos años, ante la necesidad de tener un ordenador pequeño y que controlara múltiples y complejas funciones en el módulo de mando, un espacio más pequeño del que ocupaba cualquier computadora hasta ese entonces (sí, las computadoras eran del tamaño de una sala de casa de Infonavit). Las telecomunicaciones también avanzaron a saltos de canguro ante el reto de mantener contacto con los astronautas mientras daban vueltas en torno a la Tierra o se desplazaban a miles de kilómetros de nuestro querido y lastimado planeta. Y así le podríamos seguir. Quienes dicen que es un insulto gastar dinero en el espacio habiendo tantas carencias acá abajo, en realidad no saben lo que dicen

Entre los intangibles producto de aquella empresa está la huella que todo el asunto dejó en mi generación, los que fuimos niños en los sesenta, y por lo mismo no andábamos de revoltosos juveniles ni soñando con seguir explotando el '68 para obtener una diputación de la izquierda décadas después. Aquellos infantes que fuimos seguíamos (bueno, no todos: babas y despistados hay en todos los tiempos) la mentada carrera espacial con dosis iguales de aprehensión, emoción y sorpresa. Claro que en ello influía la vigorosa propaganda norteamericana (¡Otra vez el espíritu de la Guerra Fría!), que nos bombardeaba con información y referentes por todos lados. Vaya, hasta hubo una serie sobre vehículos espaciales que salía en las fichas de la Coca-Cola. Pero estoy seguro que, gracias a ello, muchos aprendimos a ver de manera distinta no sólo a la Luna, sino a esta maltrecha nave espacial en que todos viajamos y que llamamos Tierra.

Y claro, con el aniversario viene la nostalgia: de nuestra inocencia, nuestra ingenuidad, nuestra capacidad de sentir que había realmente héroes, esos tipos que se enfundaban en trajes que parecían de papel de aluminio y se sentaban en la punta de un cohete más alto que muchos edificios, para ser lanzados a velocidades escalofriantes a lo desconocido. Y aunque el viajar al espacio hoy sigue siendo azaroso (pregúntenle a las tripulaciones del Challenger y el Columbia), en aquel entonces lo era todavía más; y quienes se metían en ese berenjenal de veras tenían que tener los éstos muy grandotes y muy bien puestos.

Cuando Armstrong y Aldrin bajaron a la superficie lunar (y cuando junto a Collins regresaron efectivamente sanos y salvos) se terminó toda una etapa. No sólo de un país, o de la especie humana (como afirmara el mismo Armstrong al descender). También de lo que éramos y era el mundo en aquellos tiempos donde todo resultaba, o al menos eso parecía, más claro, más limpio, menos complejo, más nítido. Cuando aún había héroes de a de veras.

Consejo no pedido para que el R. Ayuntamiento de Torreón le dé (o bueno, le venda: es Año de Hidalgo) una licencia de alcoholes a nombre del Señor Spock: vea la serie "De la Tierra a la Luna" (From the Earth to the Moon, 1998), conducida y coproducida por Tom Hanks. Algo árida a veces, pero vale mucho la pena. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

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