Todos los miembros de la Cámara de los Comunes británica, el cuerpo representativo electo más antiguo del mundo, al regresar de su receso veraniego se encontraron con una amarga sorpresa: una carta de Sir Thomas Legg, un auditor del Ministerio de Hacienda. Este señor fue comisionado para revisar las cuentas de gastos de los Miembros del Parlamento, en vista del escándalo desatado hace unos meses, cuando el público británico se enteró de que sus representantes se servían con la cuchara grande. Y Sir Thomas agarró parejo. Incluso el Primer Ministro, Gordon Brown, recibió su cartita. Y en ella le avisaban que tenía que regresar 12,415 libras esterlinas que, por pagar gastos fundamentalmente de jardinería, había recibido en los últimos cinco años.
Gordon Brown, cuya popularidad anda a la altura del betún de sus zapatos, se quejó amargamente de persecución política y de que lo quieren convertir en chivo expiatorio. Pero no le va a quedar de otra más que apechugar. De hecho, en una reunión de Gabinete les dejó claro a sus ministros que, pese a lo injusto que les pueda parecer devolver dinero del erario público, habría que hacerlo. Los laboristas no podrían darse el lujo de repetir los escándalos de los tiempos recientes.
Como suele ocurrir con los legisladores de todos los países, los británicos cuentan con ciertos privilegios. Por ejemplo, pueden disponer de fondos del Exchequer para compensar ciertos gastos en los que incurren por sacrificarse representando a los electores de sus respectivos distritos. Como la mayoría de los Miembros del Parlamento no procede de Londres, tiene que pagar casa en la capital para poder echarse sus siestecitas a Westminster. Y claro, necesitan ocuparse de algunos gastos caseros, como renovar el jardín y contratar albañiles para ampliar la alacena… también a costillas del dinero de los súbditos de Su Majestad.
Lo interesante es que todo ello era legal... dado que no había ningún límite escrito sobre cuánto podían disponer los legisladores. Y eso lo aprovecharon algunos vivillos para cargarle al tesoro público reformas a sus casas y otros servicios que constituían auténticos abusos, que ascendían a cientos de miles de libras.
El escándalo estalló cuando un empleado del Parlamento filtró a los periódicos esos gastos suntuarios y exagerados. Algunos diputados dijeron estar dispuestos a devolver lo que se considerara excesivo. La carta de Sir Thomas Legg lo que hace es establecer, precisamente, qué es lo que él considera suficiente... aunque no tenga ningún sustento legal ni antecedente previo. Simplemente a Sir Thomas se
le ocurrió lo que era decente y necesario, y les mandó decir a los diputados que regresaran lo que estaba por encima de esa suma.
Ah, ¿cómo será vivir en un país con instituciones que sí funcionan y se respetan; y políticos con una pizca de vergüenza…?