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A Dios lo que es de Dios...

Adela Celorio

“A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, dicen que dijo Jesús, haciendo una clara separación entre lo divino y lo humano. La Ley es para todos, no así las cosas de Dios que sólo atañen a quienes pensamos que no sólo de hamburguesas vive el hombre. Atañe a quienes necesitamos religarnos a una creencia que nos ayude a estructurar la vida y nos permita albergar la esperanza de construir día tras día, con nuestras pequeñas acciones, el reino de Dios en la Tierra. Atañe a quienes necesitamos un lugar donde poner el alma, buscar refugio a nuestros miedos, compañía para nuestra soledad y apoyo en nuestras desgracias. Atañe a todos aquellos que no estamos conformes con vivir al ras del suelo y necesitamos un poco de cielo en nuestras vidas.

Las cosas del Dios sólo atañen a quienes libremente –o condicionados por nuestra circunstancia- asumimos una religión -cualquiera que ésta sea- y actuamos en consecuencia. Que si el divorcio no, que si las parejas de mismo sexo no, que los malos pensamientos tampoco. ¡Allá nosotros y nuestros valores religiosos! La Ley en cambio, como yo la entiendo -si es que entiendo algo- responde a la necesidad de hacer del planeta Tierra un sitio habitable y humano. La Ley está para asegurar justicia, equidad, y una convivencia respetuosa -de preferencia armoniosa- entre todos los seres humanos; cualquiera que sea su raza, religión, identidad, género, preferencia sexual o estado civil. La conciencia como la Ley, es pareja para todos. Nadie está a salvo de que cualquier mañana su conciencia lo despierte a escupitajos, pero eso ya es otro tema. Allá cada quien con su conciencia.

¿Qué a qué viene que en horas de turbulencia como las que vivimos, me ponga yo a descubrir el agua tibia? Pues a que a cuenta del VI Encuentro Mundial de las Familias, nos han bombardeado toda la semana con grandes frases. Todos los medios han contribuido a difundir las óptimas expectativas que la sociedad deposita en la familia, y hasta nuestro Felipe Calderón, como cualquier ciudadano creyente y familiar, ha hablado a favor de la preservación de la familia tradicional como semilla del bien, y del divorcio y la reintegración de las parejas deshechas hacia nuevos núcleos familiares; como un fenómeno preocupante. Ni modo que nuestro Felipe dijera otra cosa. Pronunciarse en contra de lo que él cree y lo sustenta, hubiera sido una evidente falsedad. Además, familias amorosas y bien integradas es un deseo que todos compartimos, pero es sólo eso, un buen deseo. La realidad es que entre las grandes transformaciones que ha sufrido la sociedad, está el de la familia, que aquí y ahora, es la convivencia generosa y solidaria entre personas de cualquier sexo, con o sin reconocimientos oficiales que la acrediten. Es un hecho que cada día hay más madres y padres solteros, matrimonios varias veces reciclados y hasta parejas del mismo sexo que deciden unirse para compartir vidas y bienes. Conozco al menos dos parejas del mismo sexo, que han formado familias numerosas con hijos adoptivos a quienes dan la educación, el cariño y el sustento que los padres biológicos les negaron. ¿Cuáles serán los resultados de esta nueva forma de vivir en familia? Pues aún no lo sabemos, habrá que esperar, pero hasta donde yo alcanzo a entender, en cuestiones de convivencia humana no hay nada escrito. Dios mismo nos concedió el libre albedrío. Conozco “magníficos” matrimonios convencionales que puertas adentro son un infierno compartido.

En este momento, uno de los más críticos que me haya tocado vivir, lo que es impostergable propiciar es la solidaridad, el amor, la paz, y de ser posible; altas raciones de risas y besos que nos afinen la sensibilidad y nos hagan mejores y felices. aelace2@prodigy.net.mx

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