Los aficionados a la fiesta brava que vivieron aquella apasionante competencia entre Fermín Espinoza y Lorenzo Garza en la llamada Época de Oro del Toreo se dividían al opinar sobre la supremacía del Maestro de Saltillo ("Armillita") y el "Ave de las Tempestades" (el regiomontano Lorenzo Garza).
Aquello se inició el año de 1935, que marcó el encubrimiento de Lorenzo a la categoría de figura y la pregunta de ¿quién fue mejor torero? aún flota en el aire.
Los escritos de esos tiempos mencionan que Lorenzo el "Magnífico" fue un diestro con dotes extraordinarias y de altísima calidad al ejecutar ciertos pases. Con el capote siempre demostró un sello inconfundible, sobre todo en sus quites, que eran de gran variedad, destacando al interpretar la verónica.
Su manera de echarse la capa a la espalda para ejecutar la gaonera era bellísima. Con la muleta, aunque nunca fue muy dominador, siempre fue excepcional. En el pase natural corría la mano con un enorme clasicismo. Fue casi siempre un estoqueador deficiente, pero tuvo arrastre y provocó grandes pasiones y arrebatos, su personalidad y clase lo hicieron un fenómeno taurino que aún hoy en día provoca polémicas.
Fermín Espinoza "Armillita" reunió todos los atributos que se requieren para ser considerado como una primerísima figura del toreo, y no solamente los reunió en una época determinada de su vida taurina, sino que los mostró plenamente lo mismo en sus comienzos como becerrista, cuando era todavía un niño, y también en sus tardes postreras después de haberse sostenido en los planos más elevados durante un cuarto de siglo y haberse enfrentado en los ruedos de todo el mundo a los mejores toreros de tres generaciones, lo mismo de México que de otros lugares del planeta taurino.
Torero completo y poderoso, reunía intuición, valor, arte, sapiencia y constancia. Dejó suertes de su creación en los tres tercios de la lidia.
Fue un diestro primero reconocido como figura en España, cuna del toreo, que en su propia tierra. Tuvo la satisfacción que en las postrimerías de su vida, cuando era descubierto en algún tendido de las plazas peninsulares, el público, un público que en su mayoría no llegó a verlo torear, lo aclamara y le rindiera homenajes. Y es que la historia perdura. Por algo se le considera en la madre patria como uno de los cinco maestros más grandes que han pisado los ruedos del mundo taurino.