De la vida misma
Siempre fieles, serviciales, y prestos a ayudarnos.
Los hemos tenido desde hace muchos años.
Nos han sacado de tantos apuros, de tantos problemas.
Y lo han hecho con especial cuidado, para que sigamos siempre adelante.
Ni se imagina a quiénes nos referimos.
Pues simple y sencillamente a nuestra almohada, y a nuestro diccionario.
La primera la ubicamos como especial apoyo nuestro desde la infancia.
Nos gustaba buscar la compañía de abuelito Toño, por su sabiduría, sus consejos, su prudencia.
Cierta vez teníamos un problema por resolver, en relación con lo que ocurría en casa. Lo platicamos con abuelito y nos dijo: A la noche, cuando te acuestes, consulta tu problema con la almohada, ella sabrá aconsejarte.
Sus palabras nos impresionaron, ¿por qué nos remitía a un ser inanimado, sin vida, sin palabras?
Pero esa noche recibimos la respuesta. Primero pusimos nuestra cabeza en la suavidad del complemento de la vieja cama, y poco a poco nos fuimos relajando. Después empezamos a pensar con mayor claridad el caso que nos ocupaba, y fuimos analizando las cosas con más tranquilidad y más amplitud.
Desde entonces, muchas veces hemos recurrido a la fiel compañera de nuestra cama y en la que descansamos noche a noche no sólo nuestra cabeza, sino también nuestros pensamientos.
En cuanto al diccionario, fue don Antonio de Juambelz quien nos enseñó a recurrir a él.
Cómo olvidar a ese gran jefe que siempre tenía a su lado un pequeño y viejo diccionario, el que consultaba cuando escribía sus gustadas columnas.
Unos de sus muchos consejos que daba a quienes estimaba eran los siguientes: No confíes en tu memoria, anótalo, y otro era, para que no tengas dudas, recurre al diccionario, así escribirás con más propiedad.
Conforme fuimos avanzando en la vida, siempre escuchábamos con atención el consejo de los señores de mayor edad, algo que muchos jóvenes de hoy no atienden.
Afortunadamente usted es de las personas que saben escuchar, atender y respetar.