Desde hace meses, dos temas dominan las agendas públicas nacional y regional: la inseguridad y la crisis. Para el ciudadano de a pie, leer, ver y escuchar las noticias se ha convertido en una actividad angustiosa a través de la cual día a día se entera cómo las cifras de asesinatos, secuestros y robos se incrementan y cómo se deteriora continuamente la situación económica.
La realidad siempre rebasa al discurso oficial. Mientras la sociedad es testigo y víctima de la descomposición y el desajuste que actualmente se vive, los gobiernos se empeñan en tratar de maquillar lo que ocurre y en asegurar que lo que están haciendo para enfrentar ambos problemas está dando resultados. Incluso, a veces, llegan al absurdo de que, cuando las cosas empeoran, dicen que es como consecuencia de lo bien que están trabajando.
Lo cierto es que la corrupción evidente y la falta de sensibilidad que existe al interior de las instituciones del país y la región, limitan enormemente la capacidad de respuesta de las mismas frente a la inseguridad y la difícil situación económica. Por muy buena voluntad que pudieran tener el presidente de la República, los gobernadores y los alcaldes a la hora de armar sus estrategias, éstas suelen quedarse a medio camino por los ya proverbiales vicios que abundan en la Administración de la República. Sus informes se llenan de cifras optimistas y conclusiones triunfalistas, cuando en verdad, los problemas se mantienen igual, en el mejor de los casos.
Así, mientras la mayoría de los políticos vive bajo resguardo en sus residencias y goza de jugosos sueldos, muy por encima de la media de los ingresos de la población, ésta se la juega diariamente para salir adelante, porque trabajar, a fin de cuentas, es lo único que le queda. Pero dentro de nuestras obligaciones cotidianas debieran también incluirse, entre las principales, la de exigir a las autoridades que cumplan bien con su tarea y la de participar de una forma más activa en la construcción de un entorno menos hostil.
Trabajar de esta manera, no sólo por uno mismo sino por toda la sociedad, es la mejor fórmula para enfrentar los flagelos que hoy tanto nos atemorizan y de hacerle ver a los gobiernos que no estamos dispuestos a seguir tolerando sus negligencias e incapacidades. Hagámoslo, pues, y desafiemos los malos pronósticos que se han hecho en torno a 2009.