NUEVA YORK.- Siempre he sentido un cariño especial por España. Al igual que la mayoría de los mexicanos siento una cercanía con los españoles que en muchas ocasiones se torna en lejanía. Me siento más cercano aún porque mi preparatoria fue en un Liceo español con el sistema educativo de España, pero al mismo tiempo siento una lejanía con respecto al amor y al apoyo que le tiene la mayoría de los españoles a la monarquía.
Conozco de sobra algunas de las razones obvias tras ese apoyo. Que España nació siendo una monarquía y que, como tal, digamos que el "chip monárquico" lo traen ya los españoles desde el nacimiento. Sé muy bien el papel indispensable que Juan Carlos I desempeñó durante la transición del franquismo a la democracia en 1975. Sé que la reína Sofía es carismática y muy querida y sé bien que los príncipes de Asturias son todas unas celebridades y que éstas normalmente son seguidas por la gente común, como uno, en las revistas que profesionalizan el chisme y los relatos del corazón.
Lo anterior viene a colación porque España celebró recientemente una de sus fiestas nacionales más importantes, el llamado día de la Hispanidad y el día de las Fuerzas Armadas, y durante esta conmemoración, el presidente de Gobierno, José Rodríguez Zapatero, así como la vicepresidenta de su Gobierno, fueron abucheados masivamente, mientras que la familia real fue aplaudida por los asistentes a esa marcha.
Zapatero ha encabezado desde el 2004 un Gobierno de izquierda en España. Junto al brasileño Lula da Silva y a la chilena Michelle Bachelet, Zapatero representa hoy una izquierda distinta a las izquierdas que encabezan Hugo Chávez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia; o los Castro en Cuba. Distinta en el sentido de ser democráticamente incluyente, al mismo tiempo que socialmente responsable en sus programas de bienestar social para la población. La de Zapatero es una izquierda de democracia liberal, mientras que la de Chávez una izquierda de democracia iliberal, como la llamara el analista Fareed Zakaria.
En las elecciones del 2008, el partido de Zapatero consiguió una mayoría en los votos, lo que le valió la permanencia en el cargo de Gobierno. Su mandato se ha caracterizado por una política exterior ambiciosa, con la participación española en la construcción de instituciones en Afganistán, pero con un retiro de las tropas de Irak, la guerra que Zapatero heredó de su predecesor José María Aznar, de la misma forma en la que Obama la heredó de Bush.
En política interna Zapatero ha defendido la profundización de la democracia en su país, al promover los derechos para la comunidad gay, la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer y la regularización de los inmigrantes. Estas tres decisiones le provocaron una fuerte polémica, especialmente como se pudo ver durante la gigantesca marcha anti aborto, convocada por la derecha española el pasado fin de semana en Madrid, pero Zapatero convirtió en realidad esas tres promesas de campaña.
España no se ha librado de los efectos de la crisis económica global y el apoyo al Gobierno de Zapatero ha ido en picada desde entonces. Una encuesta reciente del periódico El País revela que hasta un 61% de los españoles desaprueba la gestión del presidente, especialmente después de que se aprobara un aumento al IVA, parecido al que busca el presidente Calderón en México.
En gran parte por la última razón, los españoles hoy aplauden a una familia real que le cuesta al erario público entre 9 y 25 millones de euros al año, según cifras de los Presupuestos Generales del Estado español, pero rechiflan contra un presidente elegido democráticamente que le regresó la dignidad internacional a España luego de los años de Aznar y que enfrenta una crisis económica que no es española, sino de manufactura global.
Politólogo e Internacionalista
