Con tantos escándalos en cascada que hemos tenido en México los últimos días (los libros, si así se les puede llamar a esos libelos, de Ahumada y Madrazo; la entrevista a De la Madrid que dijo mi mamá que siempre no; la censura del IFE a un video que ya vieron hasta los fetos en el quinto mes de gestación...), se nos había pasado comentar otro, bastante-bastante gordo, ocurrido en nuestro vecino del sur, Guatemala.
Allá se dio un suceso que, la verdad, sólo nos habíamos encontrado en las páginas o rollos de película de obras correspondientes al género thriller o de suspenso.
Y es que seguramente el lector ya se había topado, en el campo de la ficción, con una situación semejante: alguien teme por su vida; deja un recado (escrito, grabado, filmado) responsabilizando a quien lo amenaza en caso de que algo malo le suceda; y ese testimonio lo deja en manos confiables, precisamente para que su contenido se dé a conocer si llegara a abandonar el mundo de los vivos. Al menos en el ámbito de la ficción, esos truculentos testamentos suelen salvarle (o prolongarle) la vida al amenazado.
Pero la verdad no recordamos que algo así hubiera ocurrido en la vida real. Y menos embarrando a un personaje tan conspicuo como el presidente de la República de Guatemala Álvaro Colom, su esposa y su secretario particular.
Resulta que, hace unas semanas, el miembro de la administración de un banco guatemalteco con participación estatal, Khalil Musa, fue asesinado junto con su hija. Su abogado Rodrigo Rosenberg, que algo sabía, videograbó un mensaje diciendo que, si le pasaba algo parecido, sería culpa del secretario del presidente, Gustavo Alejos, y de la primera dama Sandra de Colom... con conocimiento del mismo Jefe del Ejecutivo. Cuatro días después Rosenberg fue ultimado a tiros mientras hacía ejercicio en una elegante colonia residencial. En unas cuantas horas, el video empezó a circular públicamente, y ardió Troya.
El presidente Colom alegó inocencia y, cómo no (las malas mañas se pegan), que todo era resultado de un compló en contra suya. De quiénes o por qué, no se dignó aclararlo. En el mismo talante, dijo que de la Casa Presidencial solamente lo sacarían muerto. Y pidió que el mismísimo FBI (¿?) investigará el asesinato de Rosenberg, para que su inocencia quedara demostrada.
No sé si Colom y su entorno sea culpable de asesinato. Pero hay algo en este asunto que me hace mucho ruido. Si creo que el mismísimo presidente de la República me quiere matar; si de hecho grabo un mensaje para transmitirse póstumamente, ¿andaría tan tranquilo haciendo ejercicio en bicicleta por las calles de mi colonia?
Sin duda, el escándalo es un bocato di cardinali para los amantes de las conspiraciones. A ver cómo sale Colom de ésta. La justicia, algo me dice, terminará bastante, bastante lastimada.