Entre los muchos alacranes en el cuello que la irresponsable administración del segundo Bush le heredara a Barack Obama, se encuentran dos guerras sumamente incómodas y sin objetivos visibles: una en Iraq y otra en Afganistán. La primera fue un simple capricho de los neoconservadores, que creyeron que con derrocar a Saddam Hussein esa importante región se estabilizaría bajo la égida norteamericana... lo que puso en evidencia su abismal ignorancia de la historia e idiosincrasia del Medio Oriente. Hasta la fecha, siguen en ese país unos 150,000 efectivos de las fuerzas armadas de Estados Unidos. La mayoría de sus aliados, que los apoyaron en los primeros tiempos, ya ahuecaron el ala, entendiendo que no tenían nada qué estar haciendo allí. Incluso los británicos, perros falderos de la Casa Blanca en tiempos recientes, en su mayoría ya pusieron pies en polvorosa.
Afganistán es otro asunto: como los Talibán se negaron a entregar a Osama bin Laden luego de los ataques del 11 de septiembre, Estados Unidos apeló al Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, diciéndose agredido... y por lo tanto, sus aliados tenían que acudir en su ayuda. Por eso en estos momentos hay unos 45,000 efectivos holandeses, noruegos, daneses, alemanes, canadienses y de todos los países de la Alianza Atlántica... lo que no ocurre en Iraq. Además, esas tropas tienen un mandato de la ONU de tratar de restablecer el orden en ese mártir territorio, que apenas ha conocido la paz desde que los soviéticos lo invadieran, este mes van a ser ¡treinta años!
Lo cual ha resultado más fácil de decir que de hacer. Desde que los Talibán fueran derrocados, hace ocho años también este mes, el proceso de reconstrucción del desgarrado tejido social afgano ha avanzado lenta e inconsistentemente. Que el Gobierno creado por los aliados occidentales haya resultado inepto y corrupto no ha ayudado mucho que digamos. Como tampoco el que el presidente Karzai se haya reelecto hace unos meses en unos comicios más fraudulentos que elecciones locales en Oaxaca. Si a esto le añadimos el resurgimiento de los Talibán, que están manifestándose más activamente que nunca desde su derrocamiento, el panorama que se le presenta a Estados Unidos es sumamente complejo.
Los militares, cuándo no, argumentaban que se necesitaba más gente para controlar un territorio tan complejo como Afganistán. Obama rumió durante un rato ese argumento, y hace unos días finalmente tomó una decisión: los efectivos americanos en Afganistán crecerán un 40%, enviándose 30,000 soldados más a la región. El objetivo es limpiar el país y traer a esas fuerzas de regreso en tres años. En teoría, Afganistán estará pacificado y funcionando en el 2012.
Quizá Obama debió preguntarle a los rusos si ésa es la solución al problema afgano. Después de todo, los soviéticos estuvieron peleando nueve años tratando de someter a los guerrilleros muyahidín. Y no pudieron. En qué se diferencia el esfuerzo americano del soviético es un misterio. Así que los resultados, la verdad, no deberían de sorprender a nadie. Quizá ésta sea la primera gran metida de pata de la administración de Obama. Una cuyas consecuencias tal vez resuenen años después. Ya veremos; al tiempo.