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Ahora sí que todos unos sabuesos

EL COMENTARIO DE HOY

FRANCISCO AMPARÁN

Bien visto, los humanos somos una broma siniestra de la evolución. Si se fijan, estábamos condenados a la extinción: no tenemos garras ni dientes afilados. Nuestra velocidad en tierra o agua es realmente exigua, si la comparamos con los cuadrúpedos o los tiburones. Nuestros cachorros son perfectamente inútiles e indefensos hasta por ahí de los cuatro o cinco años de edad, cuando pueden acompañar caminando a sus padres. De hecho, algunos siguen siendo perfectamente inútiles hasta la segunda maestría, que terminan mientras siguen viviendo con sus padres. Para colmo, somos animales eminentemente ópticos: más del 85% de nuestra información la recibimos a través de los ojos

Otros animales tienen sus limitaciones, pero como que son más compensables. Por ejemplo, el sentido del olfato de los perros, especialmente de ciertas razas, es realmente notable. Por eso, desde hace ya mucho tiempo, la especie canina ha sido utilizada para reconocer y en ocasiones seguir el rastro de todo tipo de objetivos. En Inglaterra se usan para perseguir y cazar a los pobres zorros. En los puertos (aéreos y marítimos), algunos perros se vuelven especialmente sagaces en detectar drogas escondidas con efusión imaginativa por los narcotraficantes. Y por supuesto, las policías de muchas partes del mundo usan sabuesos para seguir el rastro de criminales o inocentes desaparecidos.

Pero confiar demasiado en las narizotas del mejor amigo del hombre puede tener sus problemas.

En algunas entidades de los Estados Unidos, las unidades policiacas han venido utilizando lo que se da en llamar "filas de identificación por olor". Seguramente el lector ha visto innumerables veces la escena de una fila de identificación: ocho, diez hombres se ponen en hilera detrás de un vidrio de una sola vista, portando un numerito. El testigo que trata de identificar al criminal los ve y le pone dedo a quien cree que es el culpable. Eso es con la vista. En la "fila de identificación por olor", se ponen latas de aluminio con rastros del olor corporal de sospechosos e inocentes. Al cuarto dejan entrar perros que huelen las latas, y se supone que con su agudo sentido del olfato reconocen el aroma de alguien que tuvo qué ver con algún crimen. Se supone.

Una organización defensora de los derechos humanos, llamada el Proyecto Inocencia de Texas, está tratando de que se elimine ese sistema de identificación, porque en algunos casos ha llevado a la persecución e incluso convicción de inocentes. Las narices de los sabuesos, al parecer, no son infalibles. Y que la libertad o la vida de alguien sean puestas en peligro por un chucho mocoso o simplemente despistado, alegan, resulta demasiado peligroso.

Lo interesante es que ni siquiera existe un protocolo nacional de cómo realizar las identificaciones, ni se lleva el registro de qué tan certeros son los caninos. Así que los alegatos a favor de no depender de los sabuesos tienen sustento. Y mientras, quién sabe cuántos inocentes resultaron presos por una olfateada mal hecha.

Sí, ésta es una vida de perros.

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