Una de las prácticas más inútiles pero populares de la nación mexica es la de futurear sobre quién será el próximo presidente del país. No importa que todavía quede (exactamente) medio sexenio: tenemos que ponernos a especular quién sucederá al que todavía no se ha ido.
Uno podría suponer que ello se debe a la inmensa decepción que ha sido la presente administración. Pero no. Esto se ha venido repitiendo desde que tenemos memoria. La única novedad es que ahora se levantan encuestas al respecto. Antes no se tomaba en cuenta la opinión del respetable, y quienes hacían sus conjeturas, los comentócratas de todo tipo, se basaban en rumores, borregos y su muy peculiar intuición masculina.
Ahora que hay empresas encuestadoras encargadas de escudriñar cada aspecto de la vida nacional, y se mide desde la percepción que se tiene sobre la campaña de los Pumas, hasta la opinión que le merece al respetable el tepache sabor cereza, no es de extrañar que, desde ahorita, se empiecen a calibrar las preferencias del culto público azteca sobre quién podría ser su próximo tlatoani.
Quizá lo que debe sorprendernos es que realmente se tomen en serio esos resultados, teniendo en cuenta tres factores: primero, que de aquí a julio del 2012 pueden pasar muchas, pero muuuchas cosas; segundo, que a fines de 2003 todas las encuestas daban como seguro presidente para tres años después a Andrés López... y ya sabemos en lo que terminó el patético Presidente Loquito. Y tercero, que el próximo titular del Ejecutivo sólo durará en el poder tres semanas, dado que el mundo se va a terminar ese 21 de diciembre; así que ni gusto le va tomar a la chamba. Al menos eso predijeron los mayas, que eran re buenos para andar adivinando el fin de todo el mundo, menos el de su civilización.
En uno de los más recientes sondeos de opinión, apareció como uno de los mejores precandidatos del PAN el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Montt. Lo cual no deja de ser sorpresivo, dado el bajo perfil que ha tenido el actual locatario del viejo Palacio de Covián. Como es de rigor, no faltó quien empezara a cilindrearlo. Lo sorpresivo es que Gómez Montt rápidamente les puso un alto.
En al menos dos programas radiofónicos de alcance nacional, Gómez Montt aseguró tajantemente que no quiere la Presidencia. Que ni su talante ni sus capacidades son las indicadas, y que de plano lo quitaran de las encuestas. Él no quiere saber nada de Los Pinos desde el momento en que deje su actual encomienda.
¡Al fin, alguien sensato! La verdad es que quien quiera ser presidente de México tiene que estar muy enfermo, poseer una poderosa vena masoquista o ser de plano psicópata. Desear la presidencia lisiada de un país contrahecho califica como desorden mental de primer grado. Al menos tenemos el consuelo que el encargado de la política interna retiene algo de cordura. Es mejor que nada.