No sé qué mosco le picó a Alberto Fujimori para regresar. ¿Acaso lo convencieron sus partidarios, asegurándole que el pueblo lo recibiría con los brazos abiertos?, ¿no se conformaba con el anonimato lejos de su tierra, aunque permanecía libre en un exilio forzado en la patria de sus ancestros?, ¿la nostalgia del poder lo cegó para no darse cuenta de que los días de gloria en que, era aclamado por las masas en delirantes paseos por las calles de la capital peruana, habían quedado atrás?, o ¿simplemente estamos frente a un pelmazo que nunca supo por dónde salía el Sol? Tengo presente dos episodios protagonizados por el Gobierno a su cargo. El primero, la disolución del Congreso rodeando la sede con militares que sin contemplaciones impidieron el acceso de los legisladores sin más razón que la fuerza de los fusiles.
Tenía un motivo: introducir la figura de la reelección presidencial por dos periodos consecutivos. Es una tentación de quien ostenta el poder absoluto de quedarse el tiempo que pueda si los dioses que rigen el destino de los hombres no disponen otra cosa.
En el caso del general Porfirio Díaz, después de permanecer tres décadas ocupando la silla presidencial, viendo el alboroto causado por sus declaraciones de que permitiría la celebración de elecciones libres, embarcó rumbo a Francia, en un exilio voluntario que creyó terminaría con disputas y querellas. No lo logró, pues a la discordia siguió el desastre dejando, apenas se perdió el barco en lontananza, un convulsionado país en el que se habían desatado las ambiciones más viles de diversos grupos políticos del momento. Es paradigmático el caso de Álvaro Obregón, que habiendo logrado su reelección a la Presidencia de la República, fue ultimado de un tiro, poniendo fin a sus ansias de perpetuarse en el poder. Si bien posteriormente se ha jugado con la posibilidad de una reelección los pasmadotes que han estado en la silla se han visto en sus largas noches previas a tomar una decisión con una pesadilla en la que reiteradamente aparecen mirándose en el espejo histórico de la lección que recibió "El Manco de Celaya".
Lo que siguió a don Porfirio fue una dictadura de partido en que el presidente saliente elegía a su sucesor. Esto probó su eficacia durante varias décadas, hasta que apareció el gran simulador Vicente que prometió el oro y el moro, para terminar en medio de una rechifla que le propinaron los ciudadanos por su mal desempeño. Lo que ha abierto nuevas rutas para retener el poder. Mismas a las que me referiré en una nueva colaboración, si viene al caso y es pertinente. Por ahora regresaré al tema de Fujimori. El segundo incidente, decíamos que eran dos los que recordé, fue el que ocurrió en la residencia del embajador del Japón, que habiendo sido tomada por un grupo de jóvenes fue recuperada a sangre y fuego por una fuerza militar cuyas instrucciones eran la de sorprender y acabar con los jóvenes rebeldes con la consigna de no dejar uno solo vivo.
No valió que depusieran las armas, entregándose, fueron abatidos y exterminados uno a uno. El relato que más me impresionó, leído en aquellos azarosos días, era el de una jovencita que con lágrimas en sus ojos rogaba no la mataran. Fue inútil. Ahí se produjo una carnicería no obstante que ya en ese momento bien podían ser detenidos y enviados a prisión.
Han transcurrido desde ese entonces ocho años. No se si obró bien. Cedió a la tentación, dicen, de autorizar la formación de Escuadrones de la Muerte. Si el grupo, máximo exponente de los odios populares, llamado Sendero Luminoso, no se tocaba el corazón para cometer toda clase de latrocinios, ¿por qué no pagarle con la misma moneda? Alguien se lo susurró al oído a Fujimori. Habría muchos opositores. Un argumento sería el que, simple y sencillamente, el Gobierno no asesina. Si lo hace es dentro de la ley.
Tengo la viva impresión de que es un buen hombre que se vio envuelto en la vorágine de una sociedad que demanda de sus políticos que atiendan sus necesidades. Es casi seguro que lo manipularon fuerzas que aprovecharon sus debilidades de carácter y su ignorancia de cómo se las gastan los políticos que hoy se inclinan genuflexos ante el mandatario, para el día de mañana asestarle una puñalada trapera por la espalda. No me explico de otra manera que haya ido al matadero.
Se dejó mangonear por la astucia de quienes aprovechaban su ingenuidad. Caso de Vladimiro Montecinos, que bajo su sombra creó un imperio de corrupción. Basta mirar la foto que publicó, el pasado miércoles, El Siglo de Torreón. Su cara lo dice todo, mientras sostiene en sus manos un portafolios negro, como la negritud que de aquí en adelante será la celda que le espera. En fin, víctima o victimario.