Es el tercer color del espectro solar, comprendido entre el rojo y el verde. Es semejante al color del oro. Es también el color del fruto del árbol que da limones y con cuyo zumo, agua y azúcar se hace una sabrosa limonada. Tal color fue escogido junto al escudo por un partido político mexicano, el PRD. Ha sentado sus reales entre los de ese partido que es conocido como el del Sol Azteca. El debate entre los candidatos en pasada elección produjo el fenómeno de que al ser televisado llevará a los hogares mexicanos la imagen de los diferentes colores emblemáticos que cada partido ha registrado. Dice un popular aforismo que el que de amarillo se viste a su hermosura se atiene y de sinvergüenza se pasa.
Si usted lo guarda en la memoria los hombres vestían rigurosamente de oscuro. El PAN abanderaba a Felipe Calderón Hinojosa quien a la postre sería considerado el ganador de la justa, a la que le damos ese nombre a pesar de que los competidores carecían del caballo y la lanza que antaño traían consigo los caballeros con armadura. A ésos me referiré, al PRD y al PAN, que para los efectos de esta colaboración son los que interesan. El de Acción Nacional tiene como colores distintivos el blanco y el azul. El de la Revolución Democrática, ya señalábamos es el amarillo. Los candidatos de aquellos días se caracterizaban luciendo en su atuendo, además de un pequeño escudo en las solapas, una corbata con los colores de su divisa. Así el del PAN portaba una corbata azul en tanto el del PRD colgaba del cuello de su camisa una corbata de color amarillo.
Lo anterior viene al caso por que la foto que aparece en la primera plana de este diario el pasado miércoles presenta a los mandatarios de aquí y de allá estrechándose la mano. En la pared se alcanza a ver la imagen parcial de la Estatua de La Libertad. La larga corbata que usó Bush, que sobrepasaba hacia abajo el cinturón, era, por supuesto, amarilla. Si ustedes piensan que se trató de una coincidencia es que no conocen cómo se las gastan los políticos de aquel lado del frontera Norte, aunque el mexicano hizo bien en no llevarle de obsequio un par de zapatos con suela de llanta de tractor, adquiridos en San Mateo Atenco, con lo que hubiera logrado de menos se pusiera pálido su anfitrión. O quizá soy muy suspicaz. Después de todo, una corbata puede ser negra y no necesariamente su propietario estar de luto. La cosa es que tenemos aquí a un personaje que se dice presidente legítimo que hasta ahora se cobija en el PRD, mañana quién sabe, cuyo escudo lleva el color amarillo. No lo sé, pero a pesar de que el presidente Calderón hace lo posible por ignorar al Peje, no debe ser santo de su devoción, por lo que de seguro en Los Pinos se aborrecen las limonadas, sirviéndose en su lugar agua de horchata. Si lo que pretendió Bush era hacer que las tripas de Calderón, al ver el mensaje subliminal, se le retorcieran hizo bien Felipe en no darle importancia.
Luego, al siguiente día apareció en los medios Barack Obama, presidente electo, con los brazos cruzados, observando un cuadro que se halla en una exposición de pinturas en el Instituto Cultural de México en Washington, mientras avanza llevando a Felipe Calderón a un lado. En la pantalla televisiva se apreció que antes se encuentran los dos presidentes y se saludan de mano efusivamente. Esto es así por que los políticos de allá son renuentes a los abrazos y palmadas en la espalda. Los comentarios que se hicieron no son lo más favorables, calificándose como una reunión dirigida tan sólo a lograr una foto. En contrario los colaboradores del presidente Calderón, hicieron una glosa acerca de la relación en la que, se dice, surgió una afinidad personal entre los dos presidentes. Lo cual nos parece una magnífica noticia para ambos países, siempre que en el futuro vaya acompañada de un trato respetuoso. No se dijo si esa afinidad personal provocó una invitación al presidente mexicano para que el próximo martes 20 asista al acto en que asume el cargo Barack Obama en las escaleras del capitolio. Lo que será una breve, histórica y solemne ceremonia. El presidente saliente se morderá los labios, apretando las quijadas, pretendiendo olvidar las pasiones que le nublaron el entendimiento cuando, como un chiquillo berrinchudo, ordenó se arrasara a pueblos enteros, cuyo único pecado era el de tener petróleo.