Tras una semana plena de malas noticias ("malas" es un eufemismo), acusaciones de y contra el sistema político mexicano y sus principales actores; después del horror del asalto armado a la cárcel municipal, el feroz asesinato de los acusados por un crimen de idéntica naturaleza y el escape de varios reos ante la complacencia de quienes vigilan nuestra seguridad (revanchismo que faltaba para completar el cuadro de la ley derrotada por sus transgresores); luego también de la acostumbrada derrota de la Selección Nacional de futbol, debida no tanto a las cualidades del equipo rival, sino a los propios jugadores y técnicos, a quienes, sin exigirles resultado alguno se les sigue pagando espléndidamente, no me queda más que, como los avestruces, esconder mi cabeza en un agujero y cerrar los ojos a la crisis para pensar en lo bueno que todavía tenemos y que puede regresarnos un poco de la humanidad perdida entre tanta basura. Hoy es día del amor y la amistad. No sé a quién se le ocurrió celebrarlo, pero dudo mucho que el espíritu original haya sido el mercantil que hoy lo caracteriza; supongo que San Valentín, si de veras fue santo, no mediría el amor en chocolates, muñecos de peluche, flores y joyas que, aunque nos dejan la satisfacción de dar y recibir, conllevan también el reproche inconfeso de gastar indebidamente. Pero qué bueno que en medio de las frustraciones cotidianas podamos pensar en ese sentimiento que, junto al raciocinio, aporta a nuestra condición animal la gran diferencia que -a veces- nos sitúa por encima de todas las creaturas y nos distingue como obra maestra de Dios. Preciso es, entonces, que hablemos del amor. ¿Cómo hacerlo, con tantos estereotipos creados por la publicidad, marcando conductas y actitudes pseudoamorosas que luego resultan fallidas y al menor desacuerdo se diluyen y desaparecen? ¿Cómo hablar del amor cuando en los avatares de cada día se impone el egoísmo, la envidia, la mentira y la crueldad, antítesis todos del amor? ¿No será cursi y vano entrar en este terreno cuya verdad no se cuenta en cifras ni se mide en éxitos, no marca estadísticas de progreso ni se puede comprar? Correremos el riesgo, porque ser indiferentes al amor, es cancelar la parte más valiosa de nuestra naturaleza, reducirnos a objetos, sumarnos a la pila de cosas inútiles que caben en cualquier parte, menos en el corazón. Tenía yo unos 12 ó 13 años cuando empecé a ser consciente del amor; es decir, dejaba de ser niña y por tanto de vivirlo como parte integral de mi persona. Mi papá que sabía de estas cosas me regaló un libro de poemas, muchos de los cuales todavía recuerdo. Respecto a la amistad -hermosa y constante forma del amor- el sabio Netzahualcóyotl lo dijo todo:
. Cada palabra de este verso pone ante nosotros el valor, la belleza, la necesidad de la amistad; sus variaciones, su frescura, su delicadeza, el riesgo de que, ajada, se pierda; pero también la posibilidad de mantenerla inmarcesible si le damos el cuidado que requiere, abonándola con detalles, alimentándola de cariño, fortaleciéndola de confianza.
Respecto al amor, evoco en desorden algunos versos del poema que hoy activa mi memoria. Su autor no es un clásico de la literatura, pero lo que expresa es tan bello como lo que han dicho los grandes escritores de todos los tiempos, y tan sencillo que nos permite vislumbrar el amor, hallar en las palabras el sentimiento, tal y como lo vivimos o como quisiéramos hacerlo; nos deja reconocernos ahí, con nuestra vivencia amorosa en cada afirmación, y responder algunas de las preguntas que cuestionan nuestro existir.
Todo adquiere sentido cuando se ama; la incertidumbre de lo que somos y hacemos, las incógnitas del porqué y el para qué, las dudas que nos angustian y nos hacen resbalar se resumen a esto: sólo por el amor la vida vale la pena.
. Mientras no tenemos con quién compartirnos, en quién verter nuestro sentimiento, vivimos prisioneros de nuestra pequeñez y eso no es vivir. El amor nos transforma, porque da sentido a nuestros actos, renueva el espíritu, desata las cadenas que frenan nuestra libertad, tira de nosotros para salir del hoyo oscuro del miedo y la soledad:
Conforme al principio ético de todas las grandes religiones, debemos amar al mundo entero, pero el amor de los enamorados es otra cosa. Cuando "los amorosos" amamos, no somos uno cumpliendo con su vocación; somos dos, y este recorrido bidireccional requiere respuesta para
No tienen que ser los ojos más atractivos ni el cuerpo más firme ni las manos más fuertes, sino los verdaderos, los que no mienten ni esconden, los que están con nosotros, los que a pesar de su miopía ven a ese que somos y nos dicen en silencio lo que anhelamos escuchar -o lo que no quisiéramos, pero que al compartirlo lo vuelven justo e indoloro-; y son las manos que a pesar de sus asperezas o de la artritis que las deforma, saben acariciar con ternura, aligeran nuestras cargas y son la fuerza en que nos apoyamos para levantarnos.
: Ninguna soledad, ninguna carencia es absoluta habiendo amor, y el momento más crítico, la muerte de las ilusiones, la desesperanza ante males que parecen no tener límite desaparecen con la frescura del amor. Por eso, hundidos en los eternos problemas, sometidos por las arideces de la rutina, los que aman pueden
Y nutridos con el sentimiento son capaces de afrontarlo todo, porque amar es "dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa". La presencia del verdadero amor en nuestras vidas nos expande, nos lleva más allá de la individualidad. Egoísta es el que no ama; quien lo hace, no puede más que compartir su amor:
Y hacerlo incondicionalmente, en cualquier circunstancia, pues amar
No se trata de sacrificar, sino de encontrar más motivos de felicidad; no de dividirse dándose al otro, sino de multiplicarse, haciéndolo parte nuestra.
¡Felices los que amamos, sin importar los malos momentos ni las desilusiones que el desamor de otros nos acarrea, pues concluyendo con las palabras de Francisco Luis Bernárdez con quien hoy hemos recordado, estar enamorado será