Los días del dos mil nueve corren de prisa y ya estamos en febrero, a punto de celebrar el "Día del amor y la amistad", reviviendo sentimientos nobles, base de las relaciones humanas, que de paso nos lo recuerdan y manipulan los comerciantes, sabedores que correremos hacia el consumo.
Del tema hay mucho que decir, tal vez no acabaría la discusión sobre el sentimiento, que como dicen algunos autores es "locura temporal", mientras otros lo reducen a simples "procesos de apetitos inducidos por la bioquímica".
Hay factores humorales y endocrinos que mueven a la sexualidad, pero igual existe el aspecto psicológico, que influido por lo social -cultural- nos lleva a sentir amor romántico, despertándonos apetito sexual.
Sin duda que ese apetito sexual es un clamor por la vida; estímulo necesario para despertar el estro en el reino animal y motivar a la relación profunda entre los seres humanos, que de siempre lo hemos definido, admirado y deseado; de fondo, condición para la supervivencia.
Habrá que reconocer que igualmente ha sido mancillado, satanizado y utilizado como arma social y moral, cuando nos hablan de él con denuesto.
"Hacer el amor", o como le han llamado últimamente: "mezclar genes", tiene el fin de perpetuar la especie; en particular: mantener viva nuestra genética en la naturaleza.
Así lo hacen los leones, para sostener el orden social del grupo, siendo el macho alfa, quien preñará a las leonas, asegurando así su descendencia. Baste recordar que, cuando uno de los más jóvenes logra vencer al líder de la manada, el derrotado desaparece para enfrentar la muerte en soledad; el nuevo líder, como primera acción de poder, busca a los cachorros ajenos para devorarlos, a lo que se oponen las hembras madres intentando esconderlos, lejos de fauces y garras del nuevo jefe.
Por favor no sancione el comportamiento animal en medidas de moralidad; es el simple instinto de conservación, que se refleja en el acto salvaje.
Igual sucede con algunas especies de monos, entre ellas los chimpancés. El líder del clan, impide a toda costa que los "beta" -los más jóvenes- copulen con las hembras fértiles. Es el mismo deseo de perpetuar los genes propios. Los zoólogos han llegado a observar a aquellas que no alcanzaron a ser cubiertas -preñadas- cómo estimulan a otros machos "betas" para que las fecunden, siguiendo sus instintos maternales; para el caso, cuando el alfa descubre "el engaño", impone la pena de muerte a la hembra grávida por otro. Tampoco se confunda; no es adulterio o cosa parecida, mucho menos prostitución animal, que no existe: responde al simple instinto de cumplir con la ley natural, tener hijos propios y transmitir su herencia.
Entre los humanos, históricamente hemos tendido a intentar controlar la natalidad: las tribus judías, en la antigüedad, castigaban el adulterio con la muerte, cumpliendo el propósito de asegurar que los herederos fueran propios y que así, el poder material de la familia, no se viera atomizado.
Para todo el reino animal, la creación ha ideado un plan supremo para la perpetuidad: el sexo.
En los animales, ha dejado el estímulo hormonal como única llave para desbordar el interés; en los seres humanos, existen los factores endocrinos, que se suman a los psicológicos, a los que se agregan los sociales y/o culturales.
La hormona estrógeno, es llamada -novelescamente- "seductora", encargada de provocar el apetito sexual en las hembras; la correspondiente en los machos es la testosterona. La primera producida en los ovarios y la segunda en los testículos, aunque en cantidades muy diferentes, según se trate de uno u otro sexuado.
En los seres humanos, habrá que considerar los estados psicológicos, que inducen la disposición para la sexualidad y a éstos deberemos sumar lo social -sentimientos de bueno o malo-.
En nuestra cultura, la sanción que representa la maternidad en "soltería", provoca actitudes diferentes de las mujeres, aún cuando estén en períodos de fecundidad; los casos de coito bajo presión u obligados, son conocidos generadores de insatisfacción y repulsa con daño emocional variable en el presente y estigma para el futuro.
Lo cierto es que "hacer el amor", término igualmente novelero para referirse al coito, es un acto de acercamiento y suma entre hombre y mujer, que permite la identificación de propósitos a partir del compartimiento de sentimientos; y de esas "chispas de felicidad", despertar el interés por formar una pareja -nidos o guaridas en los animales- para continuar así con la persistencia en la descendencia.
El día de los enamorados, más que el recuerdo histórico y oportunidad mercadotécnica, da la posibilidad de resentir y explorar el mayor de los regalos que el Creador entregó a los humanos: dar y darse, que como escribe Benedetti: "y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos". Felicidades