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Ampliando el TSM

Los días, los hombres, las ideas

FRANCISCO JOSÉ AMPARÁN

Un servidor se precia de saber de futbol soccer tanto como cualquier aficionado mexicano; o sea nada. Una de las cosas que más me sorprenden (en un país que a estas alturas, la verdad, ya nos debería tener curados de espanto) es cómo unos tipos panzones, que tienen 30 años de no tocar un balón (si alguna vez lo hicieron) y cuya más ardua actividad física es sacar las latas de esos endemoniados anillos plásticos en que ahora vienen los six, esos tripudos, despotrican y pontifican, opinan y denuestan sobre un deporte que sólo han practicado sentadotes durante las últimas décadas. Y de ésos hay millones: puro experto. Y cada uno tiene una estrategia y alineación óptimas para convertir en auténticos cracks a nuestros ridículamente bien pagados y extraordinariamente mediocres e irresponsables jugadores: un entrenador tricolor en cada hijo te dio... Y quienes, cuando se derrota a la potencia hondureña o trinitaria,

desatan todos sus complejos y agravios en el Ángel de la independencia (real o virtualmente). Lo dicho:

el patriotismo es el refugio de los canallas. Ah, y cuando el equipo (local o nacional) fracasa, todo el

mundo tiene su solución. Y seguimos sin ganar una Copa Libertadores o el famoso cuarto juego en el Mundial.

Socráticamente sabiendo que no sé nada (aunque eso sí, reconociéndolo, no como la mayoría de mis compatriotas), hace unos meses fui sorprendido al recibir una atenta invitación, muy mona y bien impresa, para que conociera las instalaciones del Territorio Santos Modelo, en aquel entonces a media construcción. Después del recorrido se nos invitaba a una comida que, por el lugar, prometía ser suculenta. Aunque evidentemente se habían equivocado de destinatario, a eso sí que no le hacía el feo: gratis, hasta puñaladas, y mexicanos al grito de gorra. Así que, luego de sortear las pésimas vialidades que conducen al TSM, me apersoné en el sitio de la construcción a la hora indicada. Eso sí, muy decente, le dije a quien me recibió que sin duda alguien había cometido un error: un servidor escribe sobre temas históricos, políticos, poliédricos y peripatéticos, pero no deportivos.

Se me aclaró que no había ninguna equivocación: que se había citado a periodistas que, precisamente, no tenían nada que ver con el deporte, para que nos diéramos una idea del enfoque social, colectivo, comunitario, que se pretendía darle al TSM. Que el estadio no era, ni con mucho, lo más importante: se quería que el complejo arquitectónico y botánico fuera algo más que un simple espacio deportivo.

El tour que se nos dio de las instalaciones tuvo el propósito de convencernos de esa visión. La verdad, el proyecto es impresionante, pensado en grande, y contiene todo lo que requiere un concepto como el planteado. Quizá sólo faltaron: un cenote para sacrificar vírgenes (sí, ya sé que escasean, pero los mayas aseguraban que sirven como último recurso) en caso de ser goleados en el partido de ida; y un barranco para suicidas, por aquello de que en un futuro la tabla de porcentaje otra vez parezca plancha de barco pirata, de ésas por donde hacían caminar a los condenados.

El encargado de transmitir esa visión fue un hombre apasionado y que evidentemente está seguro y confía en lo que está haciendo, Alejandro Irarragorri. La verdad, luego de vivir medio siglo en este país de cínicos, mezquinos y envidiosos, me sorprendió encontrarme con un hombre joven e inteligente que cree fervorosamente en un proyecto, y que piensa que el mismo podrá darle otra fisonomía no sólo a un equipo de futbol (que el Santos no la tendrá hasta que no cambie esos horribles uniformes verdes) o a una afición (que no la tendrá hasta que intente mantenerse sobria), sino a toda una comunidad. El viejo sueño romano de transformar el espíritu de una sociedad vía la arquitectura.

Pues bien, me sumo a esos deseos y meto mi cuchara con algunas sugerencias que pudieran ser útiles.

Como decía, de futbol soccer sé lo que cualquier hijo de vecino; pero, modestia aparte, creo ser un connoisseur de futbol americano. Al mal llamado "deporte de las tacleadas" (¡Bloqueo! ¡Bloqueo! ¡La clave es el bloqueo!) he dedicado mis mejores neuronas y fluidos corporales casi desde que tengo (des)uso de memoria. Mi recuerdo más remoto es el Super Bowl IV, en el que los hoy patéticos Jefes de Kansas City derrotaron a los favoritos Vikingos de Minnesota (a los que yo les iba porque una gringa de allí había estado de intercambio en mi casa el verano anterior). Así que creo saber un buen de ese magnífico espectáculo.

Que tiene un serio contratiempo, inherente a la organización de la Liga y lo demandante del deporte mismo: que entre temporada y temporada se halla el período de descanso más largo de cualquier liga profesional. Entre el Super Bowl (el Pro Bowl no le interesa a nadie) y el kick-off de la siguiente temporada pasan siete meses. El buen aficionado empieza a sentir un síndrome de abstinencia peor que el de los heroinómanos por ahí de mayo.

Por ello, un servidor se suscribió al canal NFL Network, donde se puede ver todo tipo de minucias sobre ese sublime deporte durante todo el año, todo el día. Ahí uno puede chutarse viejos Super Tazones, juegos clásicos (algunos de los cuáles, ¡ay!, vimos en vivo cuando éramos mozuelos y llevables al río), series hechas con toda la mano ("America's Game" es una joya) y todo tipo de cotorreos.

Pero también hay promoción de las actividades sociales que realiza la NFL a través de su estructura organizativa (la mejor del mundo), el sindicato de los jugadores y los esfuerzos de los dueños de los equipos. Por ejemplo, algunos jugadores donan algo de su tiempo para levantar juegos infantiles en parques públicos de comunidades pobres. Jerome Bettis, el añorado "Autobús" (así llamado por la carrocería que portaba, y que tanta falta nos hace hoy en el juego terrestre de los Acereros) maneja un camión (amarillo y negro, obviamente) en el que distribuye libros entre niños marginados. Kurt Warner (mariscal de los Cardenales) promueve un programa llamado "Keep Gym in School", en el que colecta dinero para restaurar o construir gimnasios en las escuelas, equiparlos con artículos deportivos o pagar maestros de educación física, y que así los niños se acostumbren a desarrollar actividades que los alejen de las drogas y la obesidad. Y así por el estilo.

Pregunto: ¿no podría hacer algo así la Federación Mexicana de Futbol? Digo, tantos zánganos espléndidamente pagados podrían devolverles algo a sus comunidades. ¿No podría hacer algo así el Club Santos Laguna, en consonancia con el propósito social del TSM? Ya sabemos que jugando nos dan grandes alegrías. Pero algo de dedicación a una comunidad (muy castigada por la ineptitud de unos y la mezquindad de otro) llevaría muy lejos las buenas intenciones del TSM.

Y no digo más. A prepararse a ver cómo aplastamos a las Popós de Cleveland.

Consejo no pedido para vociferar como Maradona tras la victoria en Montevideo sin que lo arresten por enfermedad mental o drogadicción: Vea "El príncipe de las mareas" (Prince of tides, 1991), hermosísima historia en la que (tangencialmente) el futbol americano le confiere a un joven la autoestima que cotidianamente le merma un padre castrante. Provecho.

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