Afectados.- Algunos se han suicidado, otros han llegado a hospitales psiquiátricos al no soportar los problemas que genera la vida contemporánea.
Sin saberlo, 10 de cada 100 mexicanos padecen esta enfermedad que requiere tratamiento profesional.
Su mal le fue heredado por su padre esquizofrénico, él se suicidó y ella —aún sin saber lo que tenía— libró sus propias luchas desde la infancia.
Ahora está graduada como licenciada y es profesora de la UNAM y de una universidad privada, pero desde hace 13 años sufre trastorno de ansiedad generalizada.
Una enfermedad que padecen aproximadamente 10 de cada 100 mexicanos aún sin saberlo, que en 30% o 40% de los casos se han detectado antecedentes genéticos, pero que puede ser detonada por situaciones de estrés y va en aumento debido al estilo de vida que se lleva en la Ciudad de México.
La ansiedad es una respuesta normal del organismo ante las situaciones que enfrentamos, pero se vuelve patológica cuando comienza a afectar la vida laboral, social y familiar de las personas, explica Arturo Castro Robledo, médico psiquiatra.
Esta mujer de 42 años es su paciente desde que decidió por segunda ocasión someterse a un tratamiento farmacológico y terapéutico, al darse cuenta de que no podía controlar la ansiedad, el temor de salir a la calle y la sensación de perder la razón.
Su enfermedad se detonó con la caída de su hijo de un primer piso: “Me impacté mucho, ya no dormía, dejé de comer, empecé a tener sensación de muerte, que me iba a dar un infarto o a enloquecer, empecé a caminar como loca por la casa”.
La gente, que observaba su rostro transformado por la angustia le dijo de todo, hasta que estaba embrujada, pero una amiga la llevó con una psicóloga que le diagnosticó trastorno de ansiedad generalizada y la canalizó al siquiatra.
Pero con los antisicóticos que le recetaron sentía que el cerebro le ardía y buscó ayuda en otra amiga.
En ese tiempo, con dos hijos pequeños y una pareja confundida por sus reacciones, comenzó un tratamiento farmacológico y terapéutico que le ha devuelto la tranquilidad y alejado los ataques de pánico.
Ahora consume dos medicamentos por día: un antidepresivo que le dura un mes y le cuesta mil pesos y un ansiolítico por el que paga 500 pesos y le dura tres meses.
A sus gastos se suman 400 pesos por cada consulta, a la que asiste una vez por mes o más cuando enfrenta situaciones difíciles, como la pérdida de un ser querido.
De siete hijos, ella fue la única a quien su padre transmitió esta enfermedad a través de sus genes, pero ahora uno de sus tres hijos ha comenzado a sufrir ataques de pánico. La llamada telefónica de una mujer desconocida la alertó sobre la crisis de su hijo —de 17 años— mientras se encontraba en el Metro: “Los brazos se le adormecieron y tenía la boca seca”.
Aunque el psiquiatra le prescribió antidepresivos, ella decidió no dárselos porque había leído que en los menores de 18 años esos medicamentos pueden generar conductas agresivas o intentos de suicidio.
De acuerdo con el psiquiatra, antes de llegar a esta especialidad, las personas con el trastorno de ansiedad generalizada han pasado por el médico general, el cardiólogo o el internista debido a que entre los síntomas se encuentran las descargas de adrenalina y la sensación de muerte: “Llegan a los servicios de urgencias pensando que les va a dar embolia”.
Pero no todos son diagnosticados y aprenden a vivir con su padecimiento, además de que aún existe el tabú de que el psiquiatra sólo ve a los locos, lo cual es falso.
El especialista comenta que el grueso de la consulta psiquiátrica tiene que ver con pacientes depresivos o ansiosos, y que las descargas fuertes de adrenalina pueden generar padecimientos cardiacos en personas vulnerables.
Se considera que la enfermedad puede ser discapacitante porque un paciente en estado de ansiedad puede dejar de ir a trabajar, cambiar sus hábitos de vida y buscar estar cerca de alguien que lo pueda auxiliar si presenta una crisis.
Las escuelas del New´s Divine
Crisis de ansiedad, sentimiento de culpa y algunos rasgos depresivos, es lo que especialistas de la asociación civil Tech Palewi han detectado entre padres de familia y jóvenes afectados por la tragedia del 20 de junio de 2008 en la discoteca New’s Divine.
A medio año del fallido operativo de la Unipol en ese antro, situado en la colonia Nueva Atzacoalco, delegación Gustavo A. Madero, los menores de edad que han recibido terapias psicológicas no han podido verbalizar sus sentimientos, después de haber visto morir a familiares o amigos.
De hecho, cuando asisten a las sesiones de apoyo en la asociación civil, se presentan en grupo y han manifestado temor de andar solos o incluso subirse a vagones del Metro muy llenos.
“Comienzan a sentir falta de aire y se ponen inquietos”, comenta Guadalupe Majul, de Tech Palewi, quien considera que de no recibir atención especializada los chavos podrían desarrollar alguna fobia.
Para los mayores de edad resulta menos complicado expresar sus sentimientos en esta primera etapa de acercamiento con los terapeutas, en la que el propósito es verbalizar lo que ocurrió.“Es como una herida, si la vendas y cubres se va a infectar, en cambio la idea es hablarlo para que la herida cure, pero no todos pueden hacerlo”.
En la segunda fase el objetivo es fortalecer y distinguir lo que es real y lo que no lo es. Por lo que se les cuestionará si podrían haber hecho algo diferente a lo que hicieron mientras trataban de salir de la discoteca. En las terapias, alrededor de 75 jóvenes han recibido apoyo y 50 padres de familia, pero vía telefónica se ha hecho mucho trabajo de contención. Conforme avanzan las pláticas se han detectado nuevos casos de jóvenes que no estaban considerados entre los afectados porque salieron “bien librados” del tumulto y ocultaron a sus padres haber estado en la discoteca.
