El Senado de la República otorgará este año,
, la medalla Belisario Domínguez, a Antonio Ortiz Mena, autor de la etapa de mayor y más sostenido crecimiento, que él mismo llamó, al cabo de su gestión de doce años en la secretaría de Hacienda, desarrollo estabilizador, conjunto de políticas que lograron la conjunción de metas antagónicas.
La distinción senatorial se ha atribuido dos veces antes
. La recibieron los deudos del ingeniero Heberto Castillo y del filósofo Carlos Castillo Peraza, dirigentes que fueron de sus partidos, el Mexicano de los trabajadores y el de Acción Nacional, por sus contribuciones a la democracia mexicana desde sus respectivas posiciones. En esta ocasión se honrará, en lo que no ha de ser una estéril añoranza, a un recordable secretario de Hacienda, el de mayor permanencia en su cargo, pues lo fue durante los sexenios de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz. También fue responsable de las finanzas nacionales bajo dos presidentes el secretario Eduardo Suárez, cuyo desempeño es también digno de memoria, mérito que pocos sucesores de uno y otro pueden reclamar para sí.
Ortiz Mena nació en Parral el 16 de abril de 1908 y murió en la Ciudad de México cuando estaba por cumplir noventa y nueve años, el 12 de marzo de 2007. Abogado que se formó en la Universidad Nacional, durante casi toda su vida sirvió a instituciones del Estado mexicano. Después de una variedad de cargos que alimentaron su visión más allá del equilibrio de los ingresos y los egresos federales, fue en 1958 nombrado secretario de Hacienda por el presidente López Mateos. Díaz Ordaz lo mantuvo en esa responsabilidad. No completó su segundo sexenio, pues el 17 de agosto de 1970 -tres meses y medio antes de cumplir su duodécimo año en Hacienda- entregó la secretaría a Hugo B. Margáin, que durante un bienio lo reemplazaría bajo el presidente Echeverría.
El 27 de noviembre de 1970 fue elegido presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, y sería reelecto cada cinco años hasta que en 1988 renunció a un cargo donde también ejerció una función relevante. Durante los casi 18 años de su gestión, aumentó en 17 el número de miembros del BID (15 países europeos, Israel y Japón) y por consiguiente los recursos con que ese banco promovió el crecimiento de los países latinoamericanos y del Caribe. En 1989 fue nombrado director del nacionalizado Banamex, hasta entregarlo el 18 de septiembre de 1991 a los beneficiarios de su privatización, Roberto Hernández y Alfredo Harp. A partir de entonces permaneció retirado de la vida pública.
Según relata en el libro
, dos veces rehusó de modo explícito participar en la sucesión presidencial. Se lo dijo a López Mateos cuando solicitó y obtuvo amplios poderes para el manejo de las finanzas y la economía, ofreciendo a cambio no intervenir en otra clase de política. Y lo hizo también cuando su compañero de Gabinete Díaz Ordaz le propuso un pacto de no agresión y aun de colaboración visto que ambos eran naturales precandidatos.
Políticamente conservador (y aun autoritario, como se aprecia en sus juicios sobre el comienzo del Gobierno de López Mateos y de 1968, en que atribuye la agitación social de entonces a conspiraciones del Partido Comunista), su ejercicio financiero fue progresista, basado en una visión amplia de la vida mexicana. Así lo muestran los ocho puntos en que hizo descansar la política económica nacional en 1958, el primero de los cuales consistía en elevar el nivel de vida de la población, "sobre todo de los campesinos, obreros y ciertos sectores de la clase media".
Al cabo de su gestión pudo ufanarse de los resultados: "El crecimiento económico que se logró durante los años del desarrollo estabilizador ha sido el más alto que México ha obtenido durante el presente siglo en periodos de doce años consecutivos. Entre 1958 y 1970, el crecimiento promedio anual del Producto Interno Bruto real fue de 6.8 por ciento, y el crecimiento promedio anual del PIB
Fue de 3.4 por ciento real. Es decir, a pesar del notable incremento poblacional que el país experimentó durante el periodo, se logró un crecimiento muy significativo en el producto por habitante. Asimismo, ha sido el periodo de más baja inflación desde la Gran Depresión. Durante los gobiernos de los presidentes López Mateos y Díaz Ordaz, la inflación promedio anual fue de 2.5 por ciento".
Aunque es imposible que la economía mexicana sea manejada hoy al modo en que lo fue en aquel doble sexenio, por el muy diverso entorno que la envuelve, estas palabras de Ortiz Mena tienen hoy tal vigencia que hacen añorar aquellos años en la perspectiva económica:
"El Estado ha sido eficaz en la creación de la infraestructura básica, en el sentido lato del término, para promover las economías externas y elevar la productividad del capital y del trabajo asalariado. Pero en la etapa futura el Estado no sólo seguirá teniendo esa obligación sino, además, la de crear las condiciones generales para que la juventud pueda obtener educación y capacidad de desenvolvimiento, y que los sectores populares que se han rezagado encuentren condiciones propicias al aumento de la productividad y obtengan una proporción más equitativa del ingreso nacional".
Fundador de una estirpe, el hijo mayor de Ortiz Mena, Antonio Ortiz Salinas, fue secretario de finanzas del DF con Cuauhtémoc Cárdenas y su nieto Alfredo Gutiérrez Ortiz encabeza hoy el SAT.