En la edición de febrero de la revista Letras Libres, Mario Vargas Llosa arremete en contra de lo que él llama "la civilización del espectáculo": aquélla en que lo escandaloso, lo estridente, lo sensacional, se impone por encima del fondo, del contenido, de lo fundamental; en la que lo superficial y destinado a la distracción le roba todos los tiempos y espacios a lo profundo y con sentido; y en la que el arte se ha banalizado a niveles francamente filisteos, y la actividad artística ha caído en la manos de un sistema de mercado sencillamente canalla, donde el artista tiene que provocar sensación, no despertar ni remover sentimientos ni motivar la introspección.
En efecto: el antiguo candidato a la Presidencia del Perú se encargó de no dejar títere sin cabeza.
Ciertamente vivimos en un mundo en el que las manifestaciones más altas del espíritu humano (al menos las que al parecer le importan a la mayoría) tienen que ver con qué chiquillos zonzos resultan lanzados como estrellitas de tele; qué equipo se salva del drama del descenso; y qué artista engatusa a un millonario vendiéndole como obra de arte una vaca partida en rebanadas y conservada en formol. Nuestra época acusa un vacío de contenido, de reflexión, de imaginación, sencillamente monstruoso.
Y lo peor es que sobran entidades de Gobierno que le hacen gordo el caldo a la vacuidad y al arte desprovisto de sentido.
Dígalo si no el anuncio realizado esta semana de la construcción de una gigantesca estatua de un caballo blanco, de cincuenta metros de altura, en la región británica de Ebbsfleet.
El equino, más grande que la Estatua de la Libertad de Nueva York y que tendrá un costo de tres millones de dólares, en teoría es un eco de los dibujos en tiza de caballos blancos, que los antiguos británicos solían realizar en las laderas de las colinas. Y pretende constituirse en atracción turística en una zona económicamente muy deprimida.
El autor del adefesio, Mark Wallinger, es el típico artista vanguardista cuya especialidad se enfoca más al provocar escándalos que al dominio de pinceles y pinturas. Una de sus últimas "exposiciones" fue deambular vestido en un disfraz de oso por una galería de Berlín. Sí, ésa fue la exposición.
La proyectada estatua ha sido recibida con desdén, incredulidad y franco rechazo. Algunos consideran que es un desperdicio de dinero. Otros, que es una obra sencillamente boba. Varios guasones dicen que es la respuesta británica al toro de Osborne, que pulula por todas las carreteras de España y hasta en algunas mexicanas.
Total, una muestra más de lo perdido que anda el arte del Siglo XXI. Y de por qué está difícil recordar una obra o un artista que valgan la pena en los últimos cuarenta años.