La distancia es parte central del problema, esa distancia abismal entre los partidos, sus dirigencias y lo que ocurre en la vida cotidiana de los mexicanos. ¿Recuerda usted el nombre de su diputado federal saliente? ¿Tuvo usted algún contacto con él o ella? ¿Es capaz de recordar alguna acción memorable de su representante? Bajemos el rasero, no exijamos que haya sido memorable, simplemente recordable. ¿Sabe usted cómo votaron en las principales modificaciones legislativas? Y viendo al futuro, ¿qué le dice a usted la carita o carota -dependiendo del tamaño de los promocionales, poste o espectacular- de los candidatos en turno? Claro siempre podemos remitirnos a la imagen de los partidos, pero ello quiere decir que no hay ningún contacto con las personas. Ahí está la distancia.
La idea de representación, de que una parte de nosotros está sentada en su curul estudiando las leyes que deben regirnos, simplemente se desvanece. Votar por la imagen de un partido es una versión disminuida del voto a la cual no debemos acostumbrarnos. Voto nulo, voto en blanco, voto por independientes y por supuesto voto por el "menos malo" o a regañadientes, son todas expresiones del mismo problema: distancia, lejanía. Todas tienen bemoles pero todas están tratando de decir algo. Cómo cambian las cosas, hace un par de décadas la pelea era por garantizar la secrecía, ese gran invento de Occidente que nos permite, en silencio y en soledad obligada, inclinar la decisión atenidos sólo a nuestra conciencia. Vigilancia cruzada entre partidos, observadores, prensa, se hizo uso de todos los instrumentos para garantizar esa condición básica de la democracia. No se ha ganado del todo, el voto a mano alzada sigue siendo una realidad sobre todo en zonas indígenas, ese voto quiebra un principio básico de la convivencia democrática. Pero en el 2009 la lucha es otra.
Muchos de los mexicanos que se inclinan ahora por alguna de las expresiones de inconformidad crecieron después de esas batallas. En el 2009 ellos, por voluntad propia, hacen público su voto porque quieren expresar su hartazgo con el sistema de partidos. Muchas de las respuestas que han recibido son verdaderamente infames. No son ni traidores, ni atentan contra de la democracia. Simplemente han decidido moverse en el margen que la propia Ley les da para expresarse. Merecen por ello respeto y no sólo eso hoy constituyen el único ingrediente que nos ha llevado a discutir cuestiones de fondo. El asunto no se puede reducir a una versión binaria, a favor o en contra. Me parece que quien ha asumido una de esas opciones -nulo, blanco o independiente- o ir por una versión parcial, es decir votar sólo en una de las boletas (federal o local) está ejerciendo su derecho. En otros países como Ecuador el voto nulo es una opción contabilizada precisamente para encauzar la inconformidad del votante con la oferta política.
La asamblea virtual de todos estos mexicanos reunidos -podría alcanzar 4.5 millones- transformada en mensajes precisos y con números como sostén, podría convertirse en el fenómeno social más relevante en muchos años. Pensemos que, a diferencia de la alternancia en el 2000, esos mexicanos no están reaccionando a la convocatoria de un partido, no cuentan con aparato, ni con presupuesto, ni con tiempos oficiales, tampoco siguen a un gran líder, ni caben en una coincidencia ideológica. Eso es quizá lo más asombroso y notable del caso. Los grandes tropiezos recientes de México -68, 85, 88 entre otros- se han presentado cuando no ha habido capacidad y disposición para entender y leer el mensaje que manda una sociedad siempre cambiante.
Las cúpulas partidarias tienen una enorme responsabilidad al haberse apropiado de un proceso que pertenece a la ciudadanía. Lo hicieron llevando al exceso la representación proporcional en la Cámara de Diputados y en el Senado. Son ellas las que designan al 40% de nuestros representantes, ése es el resultado final, de ahí la distancia. Lo hicieron al no permitir la reelección inmediata que les quita poder a las dirigencias y lo traslada a la ciudadanía. Y finalmente remataron al cerrar la válvula de escape de las candidaturas independientes. Si a ello se le suma que la controversia constitucional de nada sirve al ciudadano y que la vía del amparo para asuntos electorales languidece, pues no debería haber asombro por el hartazgo. Como condimentos están los insultantes presupuestos (el Partido Verde tiene 10 veces más presupuesto que el Centro de Detección Epidemiológica que sirve a 105 millones de habitantes, Leo Zukermann dixit). ¿Algún asombro del porqué del hartazgo?
Arrinconaron a la ciudadanía al usar a los partidos y los dineros del causante como franquicias. Basta con mirar lo que ocurre en Iztapalapa. Convirtieron el proceso electoral en una burla. A ver cómo explican el abstencionismo con 23 millones de spots. Nulo, blanco, independiente y voto de inconformes, ya nadie para la asamblea virtual del 5 de julio.