Recuerdo el título de una película: "Atrapados sin salida". Los seres humanos de los países desarrollados y de las naciones emergentes, vivimos confusos y desconcertados; ¡nos sentimos atrapados y sin una salida que nos garantice certidumbres esenciales para nuestra existencia!
La ciencia, como el nuevo dios de las economías hiperconsumistas, nos prometió que liberaría a los hombres de la pobreza, les daría abundancia de bienes y servicios, conduciéndolos a un progreso sin fin. Erróneamente, los científicos de los siglos XVIII, XIX y XX, pensaron que los conocimientos se irían acumulando, y que esa acumulación produciría un progreso en la salud y la economía, jamás visto.
Y a tal grado fue así, que los científicos de hoy en día presumen que en los últimos cincuenta años, la ciencia ha producido más conocimientos, descubrimientos e inventos, que los producidos en toda la historia de la humanidad. El error de los científicos consiste en que su visión es de "túnel", su concepción es esencialmente determinista: la ciencia seguirá avanzando y creando un progreso continuo en todos los órdenes (ambas concepciones son falsas).
Sólo que los científicos no han sabido que el progreso de la ciencia no es paralelo al progreso del bienestar de la humanidad. Los científicos, encerrados en sus laboratorios, y los grandes dirigentes mundiales de los negocios y de la política, han pasado por alto, que no importa qué tanto haya crecido la ciencia. La realidad, es que la Tierra la habitamos seis mil setecientos millones de personas y según una declaración conjunta (Mayo de 2009) del Fondo Monetario Internacional, y del Banco Mundial, mil cien millones de seres humanos viven en la pobreza y padecen de hambre crónica.
La ciencia y la concepción determinista del progreso que sólo nos aseguraba una vida cada vez mejor, también nos aseguró que nuestras libertades civiles y políticas, así como la justicia, serían cada vez más reconocidas y garantizadas por los gobiernos de la Tierra. La Constitución Norteamericana de 1787, en su Preámbulo se comprometía con el pueblo, a establecer la Justicia, a promover el Bienestar general y a asegurar la Libertad. Y es tan grotesca la paradoja, que durante muchos decenios después, aun con estas proclamas, en los Estados Unidos de Norteamérica, existía la esclavitud, hasta que fue abolida por el presidente Lincoln.
En los siglos XVIII y XIX, en Europa, el tema de la "felicidad" subió hasta la cumbre. Poetas, dramaturgos, novelistas, filósofos, científicos, y teólogos, escribían y promovían la idea de que el hombre nació para la felicidad. Esta idea constituye una de las nociones cumbres en estos dos siglos. Pero las cosas no pararon ahí, pues en el siglo XX, ya con el dominio de la ciencia que prometía un nuevo mundo de beneficios económicos, la idea de la felicidad tomó un impulso renovador. Con la ciencia en la cúspide y con un capitalismo que cada vez ofrecía más artículos a sus compradores, se robusteció la idea del "consumo". Consumir y acceder a todo lo que el mercado ofrecía, era una condición para obtener la felicidad tan anhelada.
En este proceso de las ideas, la ciencia asegurándonos un nuevo mundo donde el progreso sería ilimitado, un capitalismo captando clientes que lo devoraran todo, y la creencia en un derecho natural a la felicidad para todos, quedamos "atrapados sin salida". No teníamos escusa alguna, "necesitábamos ser felices", pues así lo venía afirmando la ciencia, la literatura y las prédicas de filósofos, científicos, etc.
Sólo que dentro de tanta confusión y desconcierto, pocos se dieron cuenta, que no se trataba de una "felicidad" relativa y esporádica, ni de una felicidad como camino y resultado de esfuerzos y actividades significativas. No era la felicidad como algo derivado de fines superiores. ¡No!: se trataba de una felicidad como fin principal, una felicidad cuantificable en el presente inmediato. Goces inmediatos, satisfacciones de los deseos y ambiciones, y consumo de bienes apetecidos.
Estos profetas y tiranos de la "felicidad a toda costa", se tambalearon con el estallido de la Primera y Segunda Guerras Mundiales. La ciencia al servicio del hombre hizo explotar en Hiroshima y Nagasaki, Japón, sendas bombas atómicas. La ciencia y tecnología se concentraron en producir armamento, que al final de cuentas en estas dos guerras mundiales, perdieron la vida decenas de millones de personas. El Holocausto, con el asesinato y genocidio de más de ocho millones de judíos, el Nazismo y Fascismo, nada sabían ni les importó la "nueva felicidad" anunciada. Y hoy en día sabemos, que el avance científico y tecnológico, y un consumismo enloquecido y enloquecedor, ha causado una herida grave a nuestro planeta. El calentamiento global, la pérdida progresiva de la capa de ozono, la tala de árboles y la consecuente desertificación en todo el planeta, las amenazas de guerras biotecnológicas, una Guerra Fría de la que ya no se habla, pero que sigue funcionando, todo esto nos tiene "atrapados sin salida".
Critilo observa que cada día hay más navegantes en la Internet, la información devasta la memoria, pero es tal la adicción a la información, que lo importante no consiste en saber cuál información nos es útil, sino comprar los nuevos programas, las computadoras de última generación y los atractivísimos nuevos teléfonos celulares. El mercado voraz y demente nos captura, y como ratoncitos hipnotizados por la serpiente, caemos en su lista de nuevos clientes.
¡Consumimos cada vez más, pero también, cada vez más vivimos en la ansiedad, el miedo, la insatisfacción, la frustración y el desconcierto! ¡No tenemos por qué permanecer "atrapados sin salida"!