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AVATAR: TODO CAMBIA, NADA CAMBIA

MAX RIVERA 2

Desde Titanic, en 1997, el director James Cameron no había dirigido otra cinta de ficción.

Avatar, anunciada desde hace tiempo, era el misterioso proyecto en el que estaba trabajando. Y si no lo terminaba antes, decía, era porque el lerdo mundo tecnológico aún no lograba ponerse a la altura de su visión.

Ahora que el futuro de Cameron finalmente nos alcanzó, podemos juzgar si la espera valió la pena. Y el veredicto es... sí y no.

Avatar es una película que intimida por la dimensión de su diseño y decepciona por su visión restringida. Inspira por sus posiciones políticas y frustra por sus obviedades.

Da la impresión que está cambiando todo, para que al final trate de volvernos al pasado.

Primero lo primero. Avatar es un espectáculo impresionante, que mantiene al público boquiabierto por la profusión de bellezas e imaginativos escenarios que propone.

Ir descubriendo el mundo de Pandora es un deleite. Y es tal su abundancia tropical, que durante buen rato nos olvidamos de lo mucho que se parece a la tierra.

Cada animal y cada planta Pandoriana tienen su contraparte terráquea actual o prehistórica. Más grande y más fuerte, porque la gravedad es menor, pero en esencia iguales.

La población nativa, los Navi, se parece mucho a los nobles humanos nómadas de América del Norte de hace trescientos años (no a los de Mesoamérica de hace quinientos, corrompidos por sus ciudades).

Y su religión es como un panteísmo New Age, pero con una diferencia fundamental respecto las religiones terráqueas: los Navi reciben retroalimentación directa, vía conexión alámbrica, de su deidad; no el silencio abierto a la interpretación que sufrimos por acá. Entonces pasamos de Cameron inventando un universo, a modificando ligeramente el que tenemos.

En el centro de la trama está un romance inter-especies que además viola bandos políticos, y que Cameron resuelve de manera enternecedora y predecible.

Hay ecos de Danza con Lobos y El Último Samuray por todas partes, pero también de historias muy cercanas a nosotros, como la de Gonzalo Guerrero o el Batallón de San Patricio.

Surgen los consabidos temas ambientalistas, y una crítica a la administración Bush, que parecería tardía, de no ser porque Obama ha hecho poco por cambiarla. Estos temas, actuales y urgentes, reciben flaco favor debido a la pesada mano del director.

Vi Avatar en 3D, y por primera vez en mi vida, no deseo repetir la experiencia de otra manera, ni bidimensional ni más pequeña.

La veremos de nuevo en pantalla grande y en 3D, y eso debe darle un gusto enorme a mi hijo, pero sobre todo, al sistema de estudios Hollywoodense, del que creíamos irnos zafando con métodos alternativos de producir y distribuir el cine, y que ahora vuelve a jalarnos con su cadena de oro.

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