S Eguramente estaremos de acuerdo que durante los días prenavideños, circular en automóvil por cualquier parte de nuestra zona metropolitana resulta además de peligroso, bastante aburrido y estresante. Días verdaderamente horrorosos en los que se presenta una catarsis colectiva provocada por los exagerados anuncios luminosos, las ofertas de las tiendas de autoservicio, la llegada del aguinaldo, sin olvidar el maratón de Lupe-Reyes, entre otros estímulos que invitan a la liberación de nuestra pasión desenfrenada de comprar cualquier cosa. Pasados estos días las cosas vuelven a su anterior normalidad, que no significa una reducción del flujo vehicular, pero sí por lo menos del fervor y prisa por llegar a los centros comerciales.
Para algunos que tenemos el privilegio de gozar de días de asueto en estas fechas decembrinas, dejar el automóvil por unos días o por lo menos reducir su uso es un verdadero descanso. En lo personal acostumbro caminar distancias cortas, desde donde vivo puedo llegar en diez minutos al Centro de Gómez Palacio o al Centro de Torreón. Aunque debo precisar que desde que se iniciaron las obras del puente conocido como D1, las caminatas dejaron de ser agradables, al principio en el tramo que tenía que atravesar rumbo a Torreón y después también "por las modificaciones sobre la marcha", cuando me enfilaba al Centro de Gómez. Ahora que está casi terminado el mencionado puente, después de varios años de construcción, consideré que era hora de reanudar las caminatas y me dirigí a una papelería que se encuentra más allá del bulevar Miguel Alemán. Caminé por la calle Tlahualilo que corre de Norte a Sur en la colonia Valle del Nazas y al llegar al mencionado bulevar el primer obstáculo con el que me topé fue una horrenda pared de concreto que reduce esa parte del bulevar a un callejón estrecho por donde se tiene que desfogar el tráfico que viene de Torreón por la lateral, del bulevar González de la Vega y de la misma colonia. Frente a esta pared, y con el tráfico en juego, decidí seguir caminando por una especie de banqueta de no más de 50 centímetros de ancho, cuidándome de los vehículos grandes que apenas caben en este tramo del callejón, hasta donde termina la grotesca extensión del D1. En esta posición, fue inevitable el impulso de recordar la sensación perdida del espacio abierto en el que sobresalía el acueducto que adornaba el bulevar, ahora toda tu atención debe estar en los vehículos que bajan a toda velocidad y apresurar el paso para ir avanzando hasta las siguientes posiciones que son intermedias y por ende más peligrosas, finalmente logré llegar al otro lado y de regreso aunque lo intenté por otra parte, resultó igual porque simple y llanamente no dejaban de pasar vehículos en ningún momento. De manera que tuve que correr o por lo menos lo intenté, ya que sin condición me di cuenta de aquello de que para ciertas actividades se tiene el corazón, pero no las piernas.
Aunque esperamos que se tomen algunas providencias después de terminada la mencionada obra, la verdad es que quienes han tenido necesidad de cruzar dos o más veces al día durante todos estos años de construcción, se han estado jugando la vida. Riesgo que también han corrido los automovilistas, ya que a los enredos de la construcción habría que sumar la ineficaz regulación de los encargados de dirigir el tráfico.
Lo narrado hasta aquí no es privativo del D1 en Gómez Palacio, se presenta en toda la zona metropolitana, por eso es un imperativo (estamos por entrar a 2010) adoptar los enfoques con los que se comprometió nuestro país al signar los acuerdos de la Cumbre de Río de Janeiro, e incorporar a los proyectos del Fondo de la Zona Metropolitana el concepto de ciudad sostenible y sobre esta base desarrollar la infraestructura que requieren nuestras ciudades. En esta tesitura, el componente relacionado con la movilidad de la ciudadanía contemplaría una nueva cultura que ofrecería mejorar la calidad de vida de las personas, evitando los innecesarios y elevados riesgos para la salud. Nuestras ciudades podrían estar organizadas de forma que las distancias entre nuestros principales destinos fueran lo más cercano posibles. Y en este contexto, la promoción del uso de la bicicleta con la consecuente construcción de un carril protegido y separado para la circulación de las mismas, la creación de zonas peatonales ajardinadas en las que no se permita la circulación motorizada y constituyan un espacio urbano de comunicación social, las rutas colegiales que resuelvan los típicos caos viales de la entrada y salida de los niños a la escuela, y el transporte colectivo de bajo impacto, entre otras, son estrategias sostenibles, que han estado hasta hoy ausentes en los planes de los tres niveles de Gobierno.