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Ay, nuestras crisis

HORA CERO

Roberto Orozco Melo

Uno vocablo asaz familiar entre los mexicanos es la palabra “crisis”. La tenemos tan “toreada” que nos acostumbramos a transitar por ella y sus consecuencias sin sufrirla demasiado: aguantamos sus efectos con displicencia, tal y como toleramos las reumas heredadas de nuestros genes.

Sufrir las crisis es parte de nuestra naturaleza. Vivir en “crisis” también. En los siglos XIX y XX tuvimos épocas de dolorosa necesidad provocados por las guerras de Independencia y de Reforma y por las invasiones estadounidenses y francesas. Los tiempos consecuentes a la Revolución Mexicana fueron también jornadas de sufrimiento.

No olvidemos, tampoco, los graves apuros económicos provocados por las quiebras de las bolsas flojas causadas por Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y la última, no menos gravosa, engendrada al alimón por Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo en aquel álgido y asustado diciembre de 1994 que coleó en el año 1995 causando estropicios nacionales e internacionales: es el “efecto tequila” decían los argentinos.

Cualquier enfrentamiento bélico interno o externo provoca las crisis financieras más duras, con trágica deflación e hijuelas como el hambre, la insalubridad, la ignorancia, el desempleo, las epidemias y otras varias extremas circunstancias difíciles de paliar o de corregir. Los tiempos ulteriores a las dos etapas armadas de la Revolución Mexicana fueron de mucha necesidad por su carga trágica, económica, social y política que se empalmaron sobre la Primera Guerra Mundial (1914-1918) la cual, en sentido estricto, fue sólo una conflagración entre naciones europeas, aunque la participación de Estados Unidos mundializó la contienda y extendió la post guerra al Continente Americano, desde Canadá hasta Argentina.

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) involucró a los países más importantes del orbe. Las conversaciones entre los triunfantes jefes de Estado del bloque planetario que vencieron Hitler, Rusia incluida, intentaban la restauración material de las sociedades vencedoras y vencidas, pero también el indebido reparto de dominios en el mundo.

La Segunda Guerra Mundial devastó a Europa, y no sólo con daños materiales y quiebras financieras. El humanismo fue seriamente lastimado en el meollo de los derechos individuales y sociales. Surgieron posiciones filosóficas que gritaban por una paz duradera, pero la guerra sólo cambiaría de temperatura: el conflicto ideológico y político universal continuó en otro campo: la Guerra Fría. El gran Estado orbitario surgió del apremio de los países poderosos por instaurar un tratado universal de comercio que ordenara las finanzas internacionales y la economía global y evitara las grandes pérdidas económicas.

El clima político del mundo empezó a hervir y las sociedades humanas se agitaron por obra ¿y gracia? de una juventud que buscaba tantas reformas de Estado como países hubieran en la superficie de la Tierra.

Clamaban aquellas voces por un futuro sin confrontaciones que asegurara la estabilidad social y económica de las nuevas generaciones. Los movimientos juveniles de 1968 eran dislocados y confusos. Las ideologías políticas, económicas y sociales diferían al confrontarse. La moral social y religiosa se testereó con las actitudes audaces que incluían los aspectos sexuales: amor y paz y nada más.

El desbarajuste espiritual cayó en nihilismo mientras que los hombres de negocios universales aprovecharon para usar la televisión desquiciando moralmente a la sociedad de todos los países, bajo la convenenciera libertad total y absoluta que garantiza la primera enmienda constitucional de Estados Unidos en beneficio de los industriales de la pornografía impresa, cinematográfica o televisada, del consumo de alcohol y ¿por qué no? también de las drogas.

Por ello late en todo el mundo un cuestionamiento para la actitud pasiva del Gobierno estadounidense: ¿Por qué no evita el desaforado consumismo de drogas en USA en vez de estreñir su esfuerzo a exigir la guerra y aniquilamiento de sus agentes en los países productores?

Entre nosotros son cada vez menos celosos los padres y madres de familia respecto al comportamiento “social” de sus hijos y para esto se refugian en el “dejar hacer, dejar pasar” pues lo que sucede en la sociedad mexicana “es lo de hoy” lo que se usa, lo que tiene que ser, lo que es...

¿Podrá la Iglesia Católica detener el impetuoso avance del hedonismo en la sociedad mexicana con trienales reuniones retóricas? Hoy en día ya no existen infiernos ni diablos, ni Belcebúes, que valgan para detener la pornografía, el crimen, las drogas y el alcohol. La verdadera crisis actual, no está en la quiebra financiera de los países industrializados.

Lo crudamente crítico está en las conciencias de los padres de familia y ante esta irresponsabilidad sobre los valores morales no hay golpes de pecho valederos, se necesita actuar.

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