Una de las vertientes más nefastas de la comunicación de masas la constituyen los llamados “reality shows”. En ellos, en tiempo real y sin ensayo, un grupo de personas sin quehacer se ven sometidas a toda una serie de pruebas denigrantes que insultan la inteligencia de cualquiera, para ganar algún tipo de premio.
Estos patéticos espectáculos pueden ser de muy distintos tipos: existe (o existía) la serie “Survivor”, en la que los concursantes deben sobrevivir a condiciones adversas y en total desconexión con el resto del mundo (creo que sólo les falta situarla en Ciudad Juárez; ya pasaron por todos los otros lugares más peligrosos del planeta). También está la de “Fear factor” en que los pobres participantes tienen que hacer frente a sus fobias: han de comer gusanos, andar de equilibristas en cornisas de edificios y escuchar los discursos de Elba Esther, todo ello sin vomitar. Y qué me dicen del Big Brother, un auténtico atentado en contra de la más elemental dignidad humana, que hace del morbo un aliciente para que el culto público devore los hechos, dichos y ocurrencias de personas cuyo único rasgo interesante es el de carecer de vergüenza. Y, la verdad, para desvergüenzas y desfiguros, ya tenemos a nuestros políticos. Y a ésos les pagamos de nuestros impuestos.
El caso es que para algunas cadenas televisivas, los mentados “reality shows” se han convertido en un salvavidas en términos de rating. Por ello se han inventado las más disparatadas pruebas en que los concursantes enfrentan cualquier tipo de retos y golpes bajos.
Pero como que la cadena británica Canal 4 se pasó de rosca. Al menos así lo han expresado numerosos críticos por la emisión de un programa titulado “Boys and girls alone” (Niños y niñas solos).
Sí, como ya lo ha de haber imaginado, amigo lector, se trata de un “reality show” con escuincles de entre nueve y diez años, que son dejados solos en una casa, y tienen qué decidir cómo prepararse los alimentos, qué hacer para entretenerse y cómo organizarse para lavar los platos, tender las camas y demás menesteres cotidianos. Todo ello, por supuesto, bajo el atento ojo de las cámaras de televisión.
Numerosas voces se alzaron en protesta por lo que se veía como una irresponsabilidad, al dejar a un puñado de niños al buen tuntún, con los riesgos que ello implica. Otros hablaron de explotación de menores, dado que sólo se pretende darle un empujón a la teleaudiencia sin ninguna consideración para los daños psicológicos y hasta físicos que puedan sufrir los chiquillos. Total, que se armó un escándalo.
Con todo, el Canal 4 anunció que seguiría adelante con el programa. A ver si no resulta que alguno de los críos acuchilla a otro disputándose un refresco o algo así. Digo, si supervisados por adultos, sabe Dios…