Desde que la diseñadora británica Mary Quant inventara la minifalda, a principios de los alocados años sesenta del pasado siglo, la pequeña prenda ha sido motivo de polémicas. Y sin querer queriendo, se convirtió en arma de las guerras culturales de las últimas décadas. Y ello, en muy diversas partes del mundo.
Aquí en México, por ejemplo, su uso es un estandarte de la izquierda, que de esa manera quiere provocar las iras y reacciones pacatas de la derecha de-golpe-de-pecho. Cuando algunos funcionarios panistas quisieron prohibir su uso en las oficinas públicas, ardió Troya: la izquierda los tachó de hipócritas, meapilas y retrógrados.
En muchos países está regulado el uso de la minifalda. Por ejemplo, no hay iglesia turística en Italia que no tenga afuera un cartel advirtiendo a las visitantes que no pueden ingresar si no están vestidas formalmente, respetando el santo lugar. Traducción: prohibido entrar en shorts escandalosos o minifaldas inconvenientemente breves. O con blusa de tirantitos. Los criterios son convenientemente nebulosos.
Pero lo ocurrido hace poco en una universidad de Brasil ha sorprendido a propios y extraños.
Una estudiante de 20 años, que portaba una minifalda roja, tuvo que ser escoltada por media docena de policías fuera del claustro, dado que un numeroso grupo de estudiantes (hombres y mujeres) parecían quererla linchar, mientras le gritaban de todo, pero especialmente una fea palabra de cuatro letras. Días después, la Universidad Bandeirante anunció la expulsión de la chica, Geysi Villa Nova Arruda.
La Universidad aclaró que la expulsión no había sido motivada por su atuendo, sino por su "falta de respeto a los principios éticos y a la dignidad académica". Al parecer, la muchacha había andado de exhibicionista. Y ello provocó la airada reacción de parte del estudiantado.
Por supuesto, la izquierda brasileña salió en defensa de la chica, alegando que se estaba pecando de hipocresía y talibanismo. La Universidad, hasta el momento, no se ha retractado.
Lo más sorprendente es que ello ocurre en un país en donde los bikinis en las playas pueden ser más pequeños que un sello postal; y en donde cada febrero, durante el Carnaval, la gente se desnuda con particular desenfado y contento. Entonces, ¿a qué se debió esa reacción tan desmesurada y violenta de los estudiantes?
¿Será que Brasil, finalmente, se está tomando en serio a sí mismo?