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Cabalgando

FEDERICO REYES HEROLES

Delicado, de finas maneras, todo un caballero, la primera huella que dejaba era su mirada. Dos cejas muy pobladas enmarcaban unos enormes ojos vivaces pero que regalaban serenidad. De él se sabía su éxito profesional, el primer gran publicista del país.

Pero para él eso estaba ya en el pasado, un pasado lleno de anécdotas con Lola Beltrán, con su gran amigo Cantinflas, con Agustín Lara, con Dolores del Río, con Silverio Pérez, con Antonio Ariza y los Domecq, con los empresarios que formaron emporios.

Anécdotas fabulosas que retrataban a un México que conquistaba la modernidad a zancadas y que quedaron en negro sobre blanco en Del Diario de Un Publicista. Pero insisto, eso era ya el pasado.

La vida le había enseñado que la libertad se busca y también se inventa.

Lo primero fue plasmar sus dolorosas vivencias en los campos de concentración cuando de muy joven tuvo que huir de su patria. Dejaría su testimonio en Entre Alambradas escrito a los 18 años desde Argelès-sur-Mer.

"El olor a mier... está hoy en todo su apogeo. No lo neutraliza una ligera brisa marina. Tal parece que el mar también huele a mier...".

Libro desgarrador que lo lanza a leer la condición humana en situaciones extremas. Porque en esas páginas también están los retratos de la bondad, de personajes sin grandes nombres como Paco o Liqui que comparten sufrimiento y dolor.

El joven observa, sufre, sufre por sus padres, sufre por los otros a los que nunca olvidará, sufre y registra, va a las palabras para leer la vida. Esa obsesión nunca lo dejará. El respeto profundo por el poder de la palabra será su guía.

Transterrados les dirían después y él lo sería de segunda generación.

Eran seres humanos perseguidos por sus ideas, su padre era socialista cuando Francisco Franco ondea la bandera de su victoria. La búsqueda se había iniciado.

Todo eso estaba detrás de esos ojos inolvidables que llegaron a México a construir una segunda patria, porque llevaría las dos sin que su corazón estuviera dividido, por el contrario engrandecido.

Si lo primero fue sobrevivir en sentido estricto, conservar la vida, lo segundo sería solventar sus necesidades. Lo contaba con orgullo, debía formar un patrimonio aunque su padre no lo comprendiera del todo.

Se propuso ser exitoso y lo logró con mucho trabajo en un medio lleno de envidias y triquiñuelas.

Cruzó el pantano y consiguió no sólo un patrimonio sino algo todavía más difícil, prestigio.

Fue pionero en transformar una actividad que se veía como un simple negocio en una profesión y algo más, un arte.

Su obsesión por la palabra y por su oficio quedaría plasmada en tomos esenciales como El Lenguaje de la Publicidad, en La Enciclopedia Mundial de Lemas Publicitarios, Información y Comunicación y De la Lucha de Clases a la Lucha de Frases.

Había entonces que crear una disciplina de la que fue fundador, la comunicología.

Pero la comunicología tampoco era un espacio suficiente para su poderosa mente. Su sana obsesión por la palabra lo llevaría a cultivar a Cervantes y al Quijote cuya primera versión lo acompañó en los días en que estuvo tras las alambradas.

Así se dejó ir por ese sendero de un amor declarado por el personaje y por ello consiguió infinidad de ediciones magníficas de la obra que lo rodeaban en su estudio y todo tipo de expresiones iconográficas que entregaría a los amantes del Quijote en un museo ex profeso en la ciudad de Guanajuato.

Allí convocaría a encuentros de discusión a los que llegaban personajes de todo el mundo. La generosidad era lo suyo.

Incansable dedicó cada vez más tiempo a indagar en los extraños laberintos y vericuetos del lenguaje. Aparecieron así dos obras centrales en su pensamiento El Lenguaje de las Trilogías en donde descubre el lector un extraño y misterioso juego que va de la dialéctica hegeliana al Sombrero de Tres Picos de Manuel de Falla o los tríos de Beethoven, Mozart, Schubert o el Tríptico de Puccini.

Convertido en un auténtico investigador tenía una disciplina fantástica que igual lo llevaba a su dosis diaria de ejercicio o a la revisión sistemática de la prensa del mundo y su evolución.

Nunca satisfecho con su vasta producción se lanzó a otra aventura notable y de gran belleza: Los Lenguajes del Color, intrigante texto por el que desfilan los usos que tanto en la poesía, otra de sus pasiones paralelas, como en la literatura y por supuesto en la pintura universal se ha hecho de los colores.

Prologado por su amigo el gran poeta español José Hierro en ese libro se despliega una erudición que sólo se alcanza con muchos años estudio y reflexión.

En algún sentido era un hombre del renacimiento que no tuvo ningún recato en incursionar en terrenos complejos con una gran seriedad.

Quizá por ello admiraba a Leonardo da Vinci de quien también escribió. Se preguntará el lector cómo alguien tuvo tanto tiempo en la vida para cultivar el conocimiento. Seguramente sería un monstruo, pero no.

Lo mejor era su entraña. Tuve el privilegio y el honor de ser amigo de Eulalio Ferrer.

Conocí a este hombre de múltiples cualidades intelectuales que deberá ser recordado como un escritor de gran seriedad.

Pero también conocí la generosidad infinita que iba de la recomendación de un libro, al simple comentario sobre una nota que consideraba importante compartir o la plática inteligente que siempre lo acompañó.

Sagaz e intuitivo en su lectura de la vida pública tanto de México como de España. Eulalio, era un hombre comprometido con un rasgo hoy en desuso, la nobleza.

Se ha ido un hombre noble. Te vamos a extrañar querido Eulalio, tus llamadas, tus palabras, tu mirada. Hombres como tú no abundan. Sé sin embargo que en algún lugar seguirás cabalgando.

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