El término "cacería de brujas", significando la persecución masiva de enemigos reales o supuestos mediante campañas organizadas (y no por lo organizadas, menos histéricas), fue acuñado en tiempos de la paranoia anticomunista en Estados Unidos. En la primera mitad de los años cincuenta, y acicateado por políticos oportunistas como Richard Nixon, o simplemente lunáticos como Joseph McCarthy, el culto público norteamericano veía espías al servicio de la URSS hasta en la sopa de coditos: sospechar de (y husmear) lo que hacía el vecino era labor patriótica.
A nivel gubernamental, la persecución se enfocó en los sindicatos, las organizaciones defensoras de los derechos civiles y la industria del espectáculo: Hollywood siempre había sido muy rojillo, y los de la farándula se las daban de abogados de causas tan socialistas como la libertad de expresión y de conciencia.
Por ello, el Comité de Actividades Antinorteamericanas (Sic) del Senado de EUA, liderado por McCarthy, se le lanzó a la yugular a la Meca del cine: varios guionistas y directores terminaron en la cárcel por negarse a declarar sobre sus preferencias políticas o a delatar a sus colegas; muchos otros terminaron en las "listas negras" y durante años nadie los contrató, so pena de caer de la gracia de los McCarthystas.
La irracionalidad de la persecución arruinó carreras y talentos entre actores, escritores y técnicos.
En plena paranoia el dramaturgo Arthur Miller, uno de los mejores en lengua inglesa de su generación (y esposo por breve tiempo de Marylin Monroe, lo que de por sí hace que uno se quite el sombrero) publicó una obra de teatro, "The crucible", sobre un tema aparentemente inconsecuente: la persecución y quema de más de veinte personas acusadas de brujería en Salem, Massachusetts, en 1697, un hecho histórico que forma parte del folklore de Nueva Inglaterra.
En la obra se revela cómo la histeria de unas adolescentes llevó a un tranquilo pueblo a encarcelar y a ejecutar a gente que no había hecho otra cosa que ganarse la inquina de las chiquillas espinilludas, o ser simplemente "medio rara"
El mensaje era clarísimo para el momento presente; y desde entonces el andar persiguiendo enemigos políticos por cualquier tontería, y sin reparar mucho en la racionalidad de las acusaciones o lo endeble de las evidencias, se conoce como una "cacería de brujas".
Pero ésa es una expresión idiomática. Lo interesante es que, en pleno siglo XXI, hallamos una auténtica cacería de brujas. Bueno, de brujos. Literalmente.
El pasado miércoles, CNN tituló una nota en su sección africana con la frase: "Grupo (defensor) de derechos (dice que) mil personas han sido aprehendidas en Gambia en una 'cacería de brujas'".
A simple vista, creímos que se trataba de la enésima y típica campaña represiva en contra de la oposición, por parte del enésimo y típico tiranuelo africano, una de las tantas plagas que azotan cotidianamente a esa sufrida región.
Pero no: resulta que, en efecto, en ese pequeñísimo país con forma de lombriz (en el atlas, búsquelo en los entresijos de Senegal, en la punta oeste del Continente Negro) se había iniciado una batida para identificar y capturar personas sospechosas de ejercer la brujería, las artes mágicas o como se le quiera llamar a la supuesta invocación de poderes sobrenaturales para afectar la vida material de los humanos. Cientos habían sido capturados y torturados.
A algunos se les dio a tomar a la fuerza una bebida alucinógena, dizque para contrarrestar sus poderes, que los dejó pensando que Elba Esther era una beldad, creyendo que México había ganado ya tres Mundiales, y con los riñones hechos puré. Todo ello fue documentado y denunciado por Amnistía Internacional, el organismo defensor de los derechos políticos de los perseguidos de conciencia de todo el mundo.
Según parece, la cacería de brujos tuvo como origen la muerte de una tía del dictador de Gambia, un militarote que llegó al poder en 1994 mediante un golpe de estado llamado Yahya Jammeh.
A tan preclaro personaje se le metió entre oreja y oreja que la muerte de su querida (suponemos) pariente había sido obra de las malas artes de algún brujo.
Y como al fuego se le combate con fuego, Jammeh convocó a varias docenas de hechiceros, yerberos y barredores con rama de pirul de la vecina república de Guinea.
Éstos quisieron aprovechar la situación para poner franquicias, y decidieron eliminar a la competencia. Algunos de estos brujos foráneos acompañaron a las fuerzas de seguridad de Gambia en incursiones a muy diversas aldeas y pueblos, en donde arrestaron a los hechiceros tradicionales, y a quién sabe cuánta gente que simplemente les cayó gorda.
Como decíamos, Amnistía Internacional habla de cientos de víctimas.
Que un gobernante no sólo crea en las artes ocultas, sino que recurra a supuestos brujos o hechiceros, no debería parecernos tan extraño.
Después de todo, la gente que se mete a político es porque no discurre muy racionalmente que digamos, y del pensamiento científico no ha oído ni hablar. Además de que buena parte de la Humanidad no ha salido de la etapa del pensamiento mágico, y cree todavía en la magia como fenómeno válido y funcional.
Quizá el lector supo del caso reciente, ocurrido en una villa de la India, en que una niña fue obligada a contraer matrimonio con un perro, como exorcismo por no sé qué ofensa.
Cabe hacer notar que conozco perros que son mejores partidos (al menos, más nobles) que ciertos esposos laguneros; pero ésa es ya otra cuestión.
Además, el gobernante no necesita ser un dictadorzuelo del Tercer Mundo para andar creyendo en espíritus, conjuras y "males de ojo": un ocupante tan reciente de la Casa Blanca como Ronald Reagan recurría a astrólogos para tomar algunas decisiones importantes. Hitler era devoto de los poderes ocultos (y sí, mandó buscar el Santo Grial) y Himmler se creía reencarnación del emperador alemán medieval Federico El Pajarero.
Isabelita Perón (de acuerdo, de acuerdo, es argentina; pero ellos siguen creyéndose del Primer Mundo) manejaba (es un decir) la economía del País del Plata vía Ouija, guiada por su siniestro asesor, "el Brujo" López Rega. Y mejor ahí le paramos.
El caso es que, ya en el tercer milenio, hay humanos que no sólo creen en los poderes sobrenaturales. Sino que desatan represiones políticas para erradicarlos. Qué tiempos, Dios mío. Qué tiempos.
Consejo no pedido para que lo quemen en el micro y no en la hoguera: Vea "Las Brujas de Salem" (The crucible, 1996) con Daniel Day-Lewis y Winona Ryder, competente adaptación de la obra de Miller; y vea también "Buenas noches y buena suerte" (Good night and good luck, 2005), magnífica, sobre el McCarhysmo. Provecho.
Correo: