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Cafeteros

Diálogo

YAMIL DARWICH

No tenga la menor duda: las cafeterías de la ciudad están llenas de "expertos" en cualquier tema de actualidad; cuando los escuchamos, parecieran ser gran desperdicio de talento e inteligencia intuitiva, que se pierde entre los vapores del aromático brebaje.

Reconozco como uno de mis vicios estriba en asistir, al final del día laboral, a una de las cafeterías de la localidad. Una buena tasa del descafeinado -dicen que 40% menos dañino- y un buen libro, me dan la oportunidad de relajarme y tomar fuerzas para iniciar la guerra nocturna por el control de la televisión, pelea que, reconozco, generalmente pierdo, sometiéndome resignadamente como buen derrotado y prisionero al maquiavélico tormento de las telenovelas. Debo escribirle que en mi análisis de las mismas, he descubierto una relación directa entre horarios y tendenciosa información, particularmente de los valores sociales y la sexualidad.

Regresando al mundillo de los cafeteros, le comento: hay mesas con parroquianos especializados; conozco las de política, conformadas por conocedores del tema, que ofrecen las soluciones más simples a los problemas de la administración pública.

De ellas podemos diferenciar dos categorías fundamentales: las de política nacional, que con sus opiniones expertas han resuelto la corrupción e inseguridad y se muestran como verdaderos conocedores del problema del narcotráfico. Cuando los escucho -desde mi mesa- quedo pensativo y cuestionándome: ¿cómo tendrán acceso a tan privilegiada información?; luego, concluyo en la alta probabilidad del desacierto.

Las otras son de política internacional, comúnmente liderados por hombres mayores, con antecedentes en el servicio público, lo que les dan derechos y privilegios para dictar sendas conferencias, citando vivencias propias o de conocidos, que de nuevo me llevan a la reflexión: ¡cuánto desperdicio de talento!

Los grupos de amas de casa, fugitivas vespertinas de las tareas domésticas, son especialmente deliciosas.

Ahí se tratan temas de trascendencia humana y podemos aprender de los avatares y vicisitudes de la comadre que quiere casar a la hija, o la vecina que irresponsablemente descuida el alcoholismo de los jóvenes de su hogar.

Punto y aparte merecen las vidas de artistas y cantantes; o los políticos nacionales y locales. Ellas se orientan al análisis de la vida matrimonial de los personajes discutidos, subrayando los adulterios y derroches de fortunas mal habidas.

Los universitarios y amantes de la cultura tienen espacios propios; discuten sobre arte, música, citan datos históricos, filosóficos, sociológicos varios y biografías. En la subcategoría, constituida por el profesorado jubilado, prefieren agotar tópicos propios de la educación o sindicalismo. En todas se da un vanidoso duelo de conocimientos.

De cada una aprendo mucho y escucho consejos, ofrecidos generosamente, para solucionar problemas futuros, solicitudes de apoyos diversos y peticiones de préstamos, además del resultado del Santos.

Desde luego que existen las mesas híbridas; reúnen a personajes de diferentes profesiones, ocupaciones o desempleados. De ellas salen los chistes de moda, apodos y noticias varias.

Son espacios muy agradables para cuando tenemos necesidad de despejar la mente.

Las mesas de compañeras de trabajo, ex condiscípulas y amigas "desde la infancia" tienen la particularidad de ser singularmente alegres donde se escuchan sonoras carcajadas colectivas. Ocasionalmente se delatan por los regalitos colocados al lado de azucarera y salero, con vistosos moños y envoltorios coloridos, que denotan afecto y la educación social de la portadora.

Otras son ocupadas por "galancetes cafetómanos", hombres de diferentes edades, ocupaciones y potenciales económicos, identificables por sus escudriñadoras miradas, capaces de revisar eficientemente -mejor que un escáner- a las damas que hacen su entrada triunfal.

De ellos, escuché la anécdota de la madre positivista, que enfundada en ajustado pantalón vaquero que resaltaba sus vastedades, trataba de competir con la esbelta figura de sus tres hijas; desde luego que fueron detectadas de inmediato y la mujer mayor, ufana de sentir las miradas comunitarias, volviendo la vista a derecha e izquierda, comentó orgullosa, en voz alta: "¡de verdad que tenemos pegue!", provocando la sonrisa velada de los escuchas, por su marcado optimismo, que tanto necesitamos en estos días.

Los personajes que complementan estos lugares son las meseras -insisten les llamemos vendedoras- quienes tienen sus particulares personalidades y actitudes; algunas, las pocas, con una marcada disposición de servir; las demás, con estados emocionales variables, que van desde el mal humor hasta la depresión pura, reflejada en sus rostros. Al cuestionar a algunos parroquianos su pertinaz resistencia, contestan: "hacen que nos sintamos como en casa; no nos hacen caso, nos avientan las tasas y nos contestan de mal humor haciéndonos malas caras"

Vale la pena explorar esos lugares y valuar el gusto de tomar café en ellos -sin que se haga vicio, como el mío- y descubrir nuevas formas de relajarse con los amigos, convivir y aprender; sobre todo, alejarse un poco más de la "caja idiota". ¿No le parece?

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